Todavía en Venezuela, en estos momentos, a pesar del éxodo de compatriotas, hay personas entregadas a la búsqueda de soluciones. Venezolanos que no se han dado por vencidos y que piensan que existen salidas viables. Hoy, en nuestro país, todavía hay muchísima gente, con muy buenas intenciones, preocupada por la muy dolorosa y grave crisis por la que atraviesa nuestra nación. Y esto no es reciente. Esto lleva tiempo gestándose y consolidándose. Hay gente valiosa, comprometida y apasionada, que ha formado grupos de debate para la búsqueda de la fórmula ganadora. Gente perteneciente a diferentes comunidades, ONG, gremios y universidades, entre otros, que se han dado a la tarea de dibujar el mapa de Venezuela, diagnosticarlo en profundidad, detectar las raíces de sus males y ofrecer un conjunto de soluciones que nos permitan salir de esta vergonzosa, lamentable y repudiable situación país.
Incluso en ocasiones, antes de que la tormenta arreciara tanto, asistí a varios encuentros de esos grupos multidisciplinarios, integrados por personas talentosas y destacadas en sus áreas de conocimiento; aunque no todos con el tiempo y el hábito que se necesita para cumplir, religiosamente, con estos encuentros. Agruparse, bajo el mismo paraguas de ideas, requiere rigor y disciplina. Arranca con la necesidad de despojarse de los personalismos, de dejar de pensar en lo individual, para pensar en el interés colectivo. De esas reuniones, o por lo menos en las de los grupos a los cuales asistí, se produjeron interesantes debates que culminaron en muy buenos papeles de trabajo. Clasificados por sectores. Hojas en las que se describían los problemas y se planteaban las soluciones. Al final, muchos de esos documentos quedaron engavetados. Otros, por causa de los intereses particulares y lucha de egos, se diluyeron.
Pero lo interesante de todo esto es que hace falta que esos grupos, con sus diferentes “proyectos país”, se den a la tarea de sintonizarse porque, en esencia comparten el mismo objetivo. Estos grupos necesitan su punto de encuentro donde, sin duda, verán que tienen ideas comunes, aun cuando puedan diferir en otras. Les puedo asegurar que deben existir sorprendentes bocetos; pero que, lamentablemente, en la mayoría de las oportunidades se estrellan contra las apetencias políticas de grupos que se consideran conductores de la sociedad total y es eso lo que, para poder salir adelante, debe superarse.
Veo con preocupación que muchos venezolanos tendemos a descalificarnos a priori. No sé hasta qué punto estaremos enterados del impresionante trabajo que han hecho muchísimas ONG, que han dejado el pellejo en estos senderos empedrados, sonando campanadas para alertarnos –sobre la base de sus investigaciones– no solo que llegaríamos a esta situación actual, sino que, al mismo tiempo, solicitan desesperadamente que las tomemos en cuenta porque tienen mucho que aportar. Y junto a esas ONG, debo colocar a los gremios, que se han jugado el todo por el todo y no siempre con el viento a favor.
Siento que es nefasto que muchos partidos políticos pretendan adueñarse de las ideas de estos movimientos que, en la mayoría de los casos, son puros y auténticos en sus modos de actuar y conducirse. Desde siempre, esos partidos han querido penetrar los gremios, los organismos no gubernamentales o los movimientos estudiantiles. Reconozco que, históricamente, los partidos políticos le han dado soporte al concepto de Estado. Pero, en estos momentos, necesitamos ir mucho más allá. Necesitamos lograr una empatía comunicacional que nos permita insertar, monolíticamente, un ente que no sea solo una plataforma electoral, sino que se convierta en un sólido bastión sobre el que comience a levantarse el país que deseamos. Venezuela está despedazada. Y todos tenemos que bregar para comenzar a unirla. Tenemos que nacionalizar la disidencia. Es el momento de nacionalizar los desencuentros para deslastrarnos de ellos y caminar hacia la reconstrucción.
En este instante, es obligatorio dejar de pensar en el yo y comenzar a pensar en el nosotros. En ningún momento pretendo ser un tratadista, filósofo o profeta. Hay que apelar a la humildad de los sabios. Estamos en un momento en el que necesitamos sabios, y no sabiondos. Necesitamos políticos y no politiqueros. La discusión, incluso, tiene que ir más allá de la diatriba que pueda formarse entre votar o no votar; dialogar o no dialogar. En este momento la discusión, probablemente, sea la necesidad de depurar.
La misma sociedad tiene que hacerle entender a su clase dirigente que llegó la hora –a punta de ciudadanía– de dejar de lado el anhelo de poder. Porque ya está bueno, y está demostrado, que quienes han pensado “tengo que llegar al poder para cambiar las cosas” pierden las buenas intenciones en las escalinatas que los conducen a ese ansiado poder.
No hacen falta tantos ejemplos, ni buscar referencias en otras latitudes. La realidad venezolana es nuestra realidad actual. Lo que hagamos nosotros mismos, en estos momentos, con nuestras propias herramientas, será lo que determinará que nos transformemos en referencia de otras naciones.
Y no se trata de tener solo un espíritu de crítica. Hoy más que nunca estamos convocados a saber mercadear la política porque todos los venezolanos sentimos una gran incertidumbre. Estamos hastiados de la falta de un liderazgo que sepa, con exactitud, qué es lo que debemos hacer y qué es lo más conveniente para el momento país que vivimos. Y no precisamente con visión cortoplacista ni electorera.
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