Cuando los historiadores del futuro, por allá en el año 2050, analicen la caída de Nicolás Maduro, dirán, sin duda alguna, que no podía suceder otra cosa: pocas veces en la historia de la humanidad un gobierno ha acumulado tantos errores, tanta ineptitud, tantos fracasos, tantos engaños, tantos robos, tantos crímenes como lo ha hecho el de Maduro y su pandilla. Ante tantos desatinos, era imposible que el actual presidente permaneciera en el poder. Pero pasan los días y, como el dinosaurio de Monteroso, Maduro todavía está allí. Acertadamente, frente a la tragedia que parece no tener fin, Michael Penfold se pregunta si
Venezuela no está “en punto muerto”.
A pesar de “tener todos los planetas alineados en su contra”, como bien lo señaló el director de este diario, el dictador sigue en Miraflores y sus paniaguados mantienen su vida de derroche, engaño, ineptitud, represión y latrocinio.
¿Por qué? La pregunta la recibimos a diario y nos la hacemos todos los venezolanos y todos los demócratas del mundo.
Algunos piensan, y no sin razón, que la represión es demasiado fuerte, que los cubanos son demasiado eficaces y que la desesperanza ha arropado todo amago de rebelión. Los que resistían se fueron y los que quedan tienen que preocuparse por conseguir comida y medicinas. Sin duda, tienen algo de razón.
Otros opinan que el problema es que no hay oposición. Estos, en mi muy humilde opinión, están equivocados. Todos los días, a través de todos los medios de expresión disponibles y en miles de protestas callejeras, los opositores esgrimen sus razones, rechazan el desastre del gobierno, condenan las violaciones de la Constitución y de los derechos humanos y proponen un país alternativo. Porque se “oponen”, son perseguidos, encarcelados, torturados, exiliados y asesinados. ¿Cuántos mártires más harán falta para acabar con esa conseja?
Más acertada puede ser la siguiente aseveración: el chavismo y ahora el madurismo se mantienen porque la oposición no está unida. Aquí el tema se presta a una mayor discusión y se presentan diferentes puntos de vista, muchos de ellos coherentes y válidos.
Adelanto mi opinión: la unidad no es una alianza política perfecta en la que todos dicen y actúan de una misma forma, convencidos de que el camino es uno solo que todos deben seguir con fe y entusiasmo. Esa Unidad-Panacea no puede existir entre gente pensante, con convicciones e intereses diversos y democráticamente expresados. La unidad debe ser la comunidad de verbo y acción en torno a una meta concreta: la salida del gobierno.
El “cómo”, el “cuándo”, el “para qué” y el “con quién” son los temas que hay que resolver. La discusión debe ser sin exclusiones, sin posiciones a priori, sin pensar que yo tengo la razón y quien disiente es un traidor, “alcanzado por la chequera del gobierno”.
Lo que le ha faltado a la oposición ha sido el debate sincero y alejado de sectarismos y afanes protagónicos. Siempre he pensado mal de quien siempre tiene razón. Las equivocaciones han sido infinitas y de ellas los opositores debemos aprender mucho. Lo que rechazo es la creencia de que yo nunca me equivoqué, que los errores siempre son de otros. No puede plantearse el debate entre los puros e incorruptibles y los entreguistas, colaboracionistas y vendidos. Tampoco puede pensarse que la prudencia y la sabiduría están de un solo lado y que los demás son unos aventureros cortoplacistas y ajenos al “realismo” político. Lo que realmente importa es convencer al pueblo y no buscar los aplausos de algún twittero trasnochado. Hay que combinar, en lenguaje de Weber, la ética de la responsabilidad con la ética del compromiso.
Se me dirá que ya basta de discutideras y de reuniones o encerronas interminables y estériles. Yo contesto que ya basta de imposiciones inconsultas y de intolerancia. Hablando se entiende la gente, dice el refrán.
Con la discusión se producirá una sana decantación. Es muy probable que no todos lleguen a acuerdos, pero me bastaría con que se establezcan áreas de entendimiento y metas comunes, sin exclusiones previas dictadas por inquisidores poseedores del monopolio de la verdad y de la pureza en la lucha. Alcanzado el consenso más amplio que se pueda, si queda alguien que no quiera sumarse, seguirá su camino propio y muy posiblemente la historia se lo cobrará.
¿No cree el lector que el tema de votar o no votar, ya sea en un referéndum sobre la nueva Constitución o en las elecciones municipales, merece ser discutido? Muchos pensamos que en las condiciones actuales no se debe participar en ninguna elección, y tenemos muchas razones, pero no podemos negarnos a oír otras opiniones.
¿No sería bueno unificar criterios con relación a lo que podemos esperar y en consecuencia pedir a la comunidad internacional? Formo parte de quienes creen que el problema debe ser resuelto por los venezolanos, sin por ello desconocer la ayuda que puede venir de afuera. Pero no podemos negarnos, precisamente porque las convicciones son firmes, a discutir con quien sea.
¿Cuál debe ser el rol de la Asamblea Nacional? Estoy seguro de que la mayoría del país piensa que tener de nuestro lado a la única expresión legítima de la voluntad popular nos da una fuerza imbatible, pero, ¿por qué negarse a discutir con quien piense que hay que prescindir de ella. Vengan, expliquen por qué creen en lo que para mí es un disparate irresponsable.
Así podríamos seguir enumerando temas, pero lo importante es que la discusión debe darse, sin prepotencias, sin exclusiones, sin prejuicios, sin descalificaciones y, sobre todo, dejando de lado los intereses subalternos y politiqueros que siempre acompañan a quienes prefieren ser cabeza de ratón que cola de león. Nadie tiene el monopolio de la verdad, y mucho menos el de la “pureza”. Vagabundos hay en todas partes y en todos los partidos. No deberían andar lanzando piedras quienes no están libres de toda culpa, ya sea por acción, por omisión o por andar mal acompañado.
Nada de esto es nuevo en nuestro país. Me viene a la memoria una frase de Mariano Picón Salas escrita en 1940: “Me fatiga ya la lucha desleal que se hace en Venezuela, que no se realiza en torno a opiniones, ideas o grupos organizados, sino en el mampuesto de los chismes y las intrigas”. Solidarizándonos con la postura del gran ensayista, tratemos de que mañana, al despertar, el dinosaurio ya no esté allí.