Hay rumores. Se dice que el desdichado Zapatero, ese chapucero pegado en el costillar de Venezuela, tiene una nueva oferta en su quincalla: gestionar un “gobierno de concordia nacional” con Falcón como vicepresidente cuando el CNE asigne los votos (¿60-40?) que el régimen decida en la mamarrachada electoral.
El ex gobernador y los muchachones aventajados que lo acompañan migrarían hacia la administración pública, aunque no fuera más que a un par de ministerios y variedad de embajadas. Otros rumores, más audaces, afirman que Maduro –achicharrado políticamente como está– cedería la Presidencia a Falcón para que se produzca una continuidad del chavismo, pero con un rostro más light. No faltan quienes digan que hay la voluntad de los cubanos y Maduro de aplazar nuevamente las “elecciones” y propiciar que los remolones, a punto de caer en la tentación, casi seducidos por la compulsión electoral (o por el chantaje), cambien su antipática actitud abstencionista y se sumen a las fiestas patronales de las ladies del CNE. Algunos osados sugieren que Padrino López estaría coqueteando con una transición que él encabezaría, dadas las señales de humo que de cuando en cuando ha enviado a Washington y que, al saberse, casi lo han carbonizado.
Es posible que los ensimismamientos psicopáticos (o una buena borrachera) conduzcan a tales cavilaciones, pero no parecen creíbles. Si Maduro y su círculo íntimo en la carnicería que regentan no están dispuestos a compartir el poder con otros cófrades como Diosdado Cabello, menos aún van a hacerlo con quienes han sido tibios en acompañar el bochinche revolucionario y toda su sangrienta estela.
No es solo que Maduro y familia sean agalludos, y quieran acumular todos los poderes y todos los cobres, lo cual remitiría las causas a la rapacidad individual o a un exceso de desconfianza en los camaradas; es más que eso. Aparte del goce lascivo por –y con– el poder, existe una dinámica inexorable en las dictaduras, que consiste en la acumulación, centralización y personalización del poder. La clave para mantenerse es eliminar toda disidencia: al comienzo es contra los de la otra acera; pero, luego, les toca a los de la propia. Cualquier crítica, gesto inamistoso, falta de entusiasmo al aplaudir, chiste o ironía, son tomados como síntomas de conspiración.
Maduro es prisionero de su propia situación: acumular poder sin compartirlo. Esa presión del poder sobre sí mismo, fuerte y asfixiante, conduce a una explosión que se llevará, en primer lugar, al que lo ha detentado.
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