Una vez más se abre en nuestra sociedad el debate sobre la pertinencia del diálogo. La iniciativa de una ronda de conversaciones entre el gobierno y algunos sectores de la oposición, en República Dominica en los próximos días, coloca el tema en un lugar especial de las múltiples preocupaciones y materias a tratar en el debate público nacional.
Para un demócrata el diálogo es un elemento esencial de su quehacer societario. Incluso, es un comportamiento inherente a una forma de vida. Toda la actividad humana requiere del diálogo para construir las reglas de la vida en sociedad y para superar las dificultades que dicho proceso produce. El diálogo es aún más imperativo cuando la vida social se resquebraja y aparecen los conflictos. Resolver los conflictos por la vía de la fuerza, o pretender imponer una posición con base en la violencia, es uno de los elementos constitutivos de conflictos más profundos y más dolorosos en la evolución de la vida humana, en el seno de una sociedad determinada.
No hay duda de que el nivel de deterioro de la calidad de vida y de la paz social a la que hemos llegado en Venezuela requiere de un gran acuerdo nacional para construir las políticas públicas con las cuales superar dicho cuadro.
Los venezolanos queremos el diálogo. Solo que hemos entendido que para la dictadura el diálogo no es una forma de convivir con el resto de la sociedad, sino que es una táctica en su estrategia de perpetuarse en el poder. En efecto, la camarilla roja no cree en el diálogo, porque no creen en la democracia. Van a la mesa para manipular, disimular y ganar tiempo.
Solo con la presión y supervisión de la comunidad internacional podrían verse constreñidos a aceptar algunos acuerdos, más por las circunstancias que por la convicción de construir consensos.
Mientras el debate se desarrolla en relación con la viabilidad y legitimidad de un diálogo gobierno-oposición, poco se habla del diálogo previo y necesario.
Creo que el primer diálogo, al que debemos concurrir los demócratas, es al diálogo de la oposición misma. Es este el diálogo más urgente.
Resulta triste, deprimente y absurdo que estemos hablando de un diálogo con el gobierno cuando no se observa una iniciativa sería de diálogo entre quienes tenemos años enfrentando a la dictadura chavista, así como con los diversos sectores que han roto con la nomenclatura oficial y trabajan también por un cambio político.
Antes que ir a República Dominicana, los demócratas venezolanos estamos obligados a darnos una tregua y a construir nuestra propia mesa de diálogo.
Ya está bueno de seguir colocando como prioridad en la agenda de cada partido o grupo político el control de la oposición. Llevamos casi 10 años en un absurdo desgaste por hacer de nuestras parcialidades políticas el factor dominante de la oposición.
El objetivo central no ha sido la derrota política y electoral del gobierno, sino la primacía en el campo democrático. De ahí la falta de voluntad real para construir una unidad sincera y efectiva. Con preocupación observamos a actores políticos más interesados en el trasteo de cuadros y dirigentes políticos de partido en partido opositor, que en conseguir el debilitamiento del piso político del régimen.
Asistimos con pesar al espectáculo de la descalificación de los diversos sectores en los que cada grupo descalifica al otro, mientras la dictadura estimula, potencia y disfruta el espectáculo. Hemos tenido una unidad meramente instrumental y utilitaria, pero no hemos logrado una unidad política y afectiva real, que tenga como centro de su objetivo la derrota de la dictadura.
Urge entonces el diálogo entre quienes queremos rescatar la democracia, y trabajar por la reconstrucción material y espiritual de la nación.
Como lo señalé en mi trabajo de la semana anterior, es la hora del desprendimiento. Si no renunciamos a nuestras legítimas aspiraciones, a nuestros egos y ambiciones, no vamos a poder salir de la tragedia que sufre toda la nación.
El diálogo urgente, verdaderamente necesario entre los demócratas, es el que nos permita construir una unidad de amplio alcance para consensuar un programa básico y una plataforma presidencial, con la cual levantar otra vez la esperanza de la nación y sacar fuerzas de nuestras entrañas de pueblo, para derrotar de manera contundente a la dictadura en las elecciones que tendrán que convocar el próximo año. Hemos vivido importantes experiencias en las instancias unitarias que hemos construido en estos años. La coordinadora y la MUD han sido constructores importantes. Evaluar sus logros y fracasos, sus elementos positivos y negativos ayudarán a construir una unidad efectiva y victoriosa.
Estoy convencido de que es posible ubicar un venezolano en el que todos los promotores del cambio político podamos colocar nuestra confianza, para encomendarle la tarea de liderar en un período de tres o cuatro años, una agenda de cambio político y económico concreto.
Esa agenda pudiera construirse con temas como estos:
1. Reforma política constitucional para lograr:
1.1. Reducción del período presidencial y establecimiento de la no reelección absoluta.
1.2. Fortalecimiento del Parlamento con la creación del Congreso Bicameral.
1.3. Establecimiento del control político del Parlamento sobre la política militar, básicamente sobre ascensos y altos mandos militares.
1.4. Fortalecimiento de la descentralización.
2. Reforma económica, con un programa legislativo, destinada a suprimir el modelo de economía comunista, y su tránsito a una economía social y ecológica de mercado.
Una vez logradas esas reformas básicas y rescatada plenamente la democracia, entonces podremos los partidos y sus líderes desplegar nuestra acción política, y buscar el respaldo ciudadano.
Mientras sigamos en dictadura, no podremos pretender seguir desarrollando una acción política normal a la vida de la democracia.
Es hora de mostrar amor a Venezuela, a su sufrido pueblo. Es hora del diálogo y del desprendimiento.
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