“Hablando se entiende la gente”. Es verdad. Pero cuando se quiere hablar, entendiendo este verbo en el sentido de comunicación humana genuina y no de simple logomaquia, torneo de equívocos, intercambio de monólogos.
El diálogo (real, no fingido) es búsqueda compartida de la verdad, no solo teórica, sino también práctica, caminando hacia bien común. Por eso el diálogo es muy exigente en cuanto a su preparación y a las disposiciones de quienes lo tejen. Uno de los requisitos fundamentales es ponerse a la escucha y en el lugar del otro, para poder interpretar bien sus dificultades, propósitos, anhelos.
El diálogo no excluye otras formas de comunicación, de no tanta densidad y requisitos anímicos, pero que resultan útiles, para el logro conjunto de objetivos. Es el caso, por ejemplo, de negociaciones y otras formas de interrelación con miras a concretar acuerdos.
En meses pasados se planteó el diálogo como vía de solución a la grave crisis nacional. Fracasó, pudiendo decirse que nació muerto, ya que careció de sólida preparación, de adecuada representación y de realista evaluación de disposiciones y posibilidades. El Vaticano, llamado por las partes, intentó prestar un servicio, pero su intervención se vio burlada por la parte oficial, que no solo manipuló procedimientos e incumplió acuerdos, sino que terminó dando portazos a quien en nombre del Papa pidió se cumpliese lo convenido. Posteriormente, el gobierno ha reeditado, con alta dosis de cinismo, invitaciones a un diálogo en el que no cree, pero con el que gana tiempo y desea mejorar su imagen.
El gobierno no dialoga ni quiere dialogar de veras. En esto es coherente, lógico. ¿Cómo va a dialogar si se cree intérprete único de la realidad objetiva, del sentido último de la historia, así como de la voluntad y felicidad del pueblo? ¿Puede acaso aprender algo de quienes están al margen o contra una revolución que se erige como algo absoluto y exige total adhesión? La actitud oficial, maniquea, es necesariamente refractaria al diálogo, que implica también aprender, recibir, comprender. (No menciono aquí otras razones gubernamentales contrarias al diálogo y más prosaicas, como son el mantener dominaciones, corruptelas, privilegios e ilícitos, que siempre acompañan a los regímenes autoritarios).
El diálogo gobierno-disidencia no es posible porque el proyecto que está imponiendo el régimen es de tipo dictatorial totalitario, socialista comunista, inconstitucional y moralmente inaceptable, como tantas veces lo ha denunciado la Conferencia Episcopal Venezolana.
La gravísima crisis nacional tiene su causa principal, central, en dicho proyecto, que busca imponer: economía completamente estatizada, partido y pensamiento únicos, militarización de la sociedad, amaestramiento educativo, hegemonía comunicacional, ideología materialista y culto a la personalidad. Todo en la línea de Cuba y Corea del Norte.
Más de una vez he mencionado la tenaza totalitaria que el régimen viene cerrando. Esto se pone muy de manifiesto en estos días con a) la cantidad de muertos, heridos y maltratados en las manifestaciones legítimas de la ciudadanía, b) la propuesta de una constituyente para dar forma “legal” a un sistema socialista comunista, y c) los nazitribunales militares para juzgar a civiles, encomendando así a la FANB el papel sucio de la revolución.
El socialismo del siglo XXI-Plan de la Patria no da espacio al diálogo, ni puerta para salir de la gravísima crisis. La solución de esta reside, como lo ha remachado el episcopado venezolano, en un cambio de orientación política del país. Léase cambio de régimen, gobierno de transición, consulta directa al pueblo soberano (CRBV 5).
El proyecto monopólico totalizante del régimen es la razón de por qué el diálogo no funciona y un cambio de régimen se impone.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional