Uno oye a los analistas económicos, algunos muy lineales y deterministas, pero tiene que coincidir con ellos. El paquete de medidas revela que el gobierno es un despelote, que en ese equipo hay poca gente capaz o eficiente y que les ocurre igual que a buena parte de la población: están asustados.
No hay argumentos, ni siquiera ideológicos, un “vamos a ver si esto resulta” que revela cierta desesperación, cierto agotamiento. Las explicaciones que dan sus voceros mayores desnuda confusión, manoteo de acorralado.
Pero lo ya cierto es el incremento de la incertidumbre: ¡Dios, en manos de quién estamos!
Más allá de la inflación, la escasez, los niños desnutridos y la mengua está la grave condición en la que esa incertidumbre comienza a degenerar en fracaso, en derrumbe. En una sensación, que aún no llega a argumento, de que el país está perdido y se recurre, con mayor frecuencia, a la oración, al ruego divino, a un pasivo refugio.
Esa condición reclama la superación de lo que es una gran carencia: liderazgo y propuesta. Más allá de esas voces de economistas y analistas, hubo un llamado a paro casi clandestino, que descubre, con tristeza, que eso del despelote no es monopolio del gobierno.
Venía una ola creciente de protestas, mayormente centradas en los salarios y su aumento y que prometía espacios para nuevos liderazgos. Pero ahora el gobierno se va adelante con un aumento pantagruélico de salarios, con una convocatoria a una gran fiesta de derroches sin decir de dónde van a sacar los reales para esa fiesta, pero que todos sabemos que no existen. Así que el gobierno no tiene base para hacer presupuestos, como nos pasa a todos: ya hoy se vio y se sintió el salto en los precios: la inflación ahora no solo crece sino que salta.
Es tiempo para pensar y proponer cuando queda claro que no es solo cosa de tomar medidas. Que los males son de tal profundidad y antigüedad que un nuevo gobierno las tendrá muy duras, tan difíciles que podrían propiciar retrocesos o salidas de fuerza. Habrá de buscar cursos éticos de cohesión que puedan alumbrar otras rutas. No será fácil ni de corto tiempo, pero hay que hacerlo comenzando desde ahora.
Un tema fuerte es ese de los salarios. La petrofilia abonó el valor de que este es un país rico y que, por tanto no hay que trabajar mucho sino pegarse al gobierno para distribuir esa riqueza. ¡Falso! No es un país rico ni acostumbrado a vincular trabajo con satisfacción de necesidades. Ahora, que nos confesamos pobres y necesitados, tenemos que cultivar otros valores: el de la participación, por ejemplo, pero participar no solo en la distribución de los bienes, sino en su necesaria producción, porque la riqueza no está allí, sumergida como la farsa del petro, sino en la relación social, de trabajo que se establece para sacar el petróleo y transformarlo en riqueza. Así, también a otro valor, la solidaridad, que no es juntarse solo para pedir, sino para organizarse y producir adecuadamente.
@perroalzao