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Desmesura revolucionaria

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La esencia de la democracia subyace en el pluralismo. Ello implica que los tres poderes que la constituyen (Ejecutivo, Judicial y Legislativo) se mantengan siempre separados, en plano de igualdad y equilibrio, sin que uno de ellos se imponga sobre los demás. Por tanto, en una democracia verdadera no es admisible que todos los poderes dependan, directa o indirectamente, de una misma persona o institución. Conforme a lo anterior, la mesura (el equilibrio) y la desmesura marcan las antípodas de lo que debe y no debe ser.

Con la sabiduría que los caracterizó, los antiguos griegos tuvieron clara consciencia de lo que significaba e implicaba la trasgresión a la norma de la medida, esto es, de los límites que todo ser humano debe mantener en sus relaciones con los demás. Para caracterizar el hecho, ellos emplearon el término hybris. Es una palabra que no se puede traducir a las lenguas modernas, pero cuyo significado la acerca a lo que conocemos como desmesura, exceso e injusticia.

Figuras ilustres del mundo antiguo hicieron precisas referencia a la hybris. Así, Hesíodo señaló que “la justicia, cuando ha logrado su término, triunfa sobra la hybris”. Aristóteles, por su lado, se planteó un alcance más limitado del vocablo al entenderlo como la ofensa gratuita hecha a los demás por el único placer de sentirse superior.

De todos los otros autores de esa época que hicieron mención a esa perversa forma de actuar resalta la figura de Heródoto, quien relató en su Historia (Libro VII) las implicaciones políticas que pueden derivarse de tal comportamiento. El caso en cuestión involucró a Jerjes, rey entonces de los persas. Al principio de su mandato no mostró ninguna propensión a enfrentarse a Grecia, inclinándose más bien a combatir contra Egipto. Mardonio, un pariente cercano y adulador, lo convenció de que hiciera la guerra contra los atenienses por los males que en el pasado les ocasionaron. Los argumentos del citado Mardonio se apoyaban enteramente en la venganza y los mismos fueron condimentados con la halagadora mención de que Europa era una bella región, poblada de todo género de árboles frutales, sumamente buena para todo y digna de no tener otro conquistador y dueño que el rey.

Jerjes decidió entonces convocar una asamblea en la que participaron los grandes de Persia y allí expuso su resolución, que fue enteramente apoyada por Mardonio, quien no desperdició la ocasión para decirle: “Señor, vos sois el mejor persa, no digo de cuantos hubo hasta aquí, sino de cuantos habrá jamás en lo por venir”. Después de eso reinó un gran silencio, sin que nadie se atreviera a expresar un sentimiento contrario a lo ya propuesto.

Pero surgió de entre los presentes la voz de Artábano, tío paterno de Jerjes, quien fiado en ese vínculo habló con la sabiduría, equilibrio y cordura que el momento exigía. En primer lugar le resaltó al rey que la elección solo es posible cuando hay diversos pareceres. Luego destacó el hecho de que la guerra se emprendería contra hombres cuyo valor era conocido y de los que se decía que no tenían iguales ni por mar ni por tierra. Por ello destacó que era necesario reflexionar sobre la posibilidad de que los persas fueren derrotados.

A renglón seguido pronunció la parte más recordada de su intervención: “La divinidad se complace en abatir lo encumbrado; es por eso que puede quedar deshecho un gran ejército por otro pequeño. La divinidad no permite que nadie, que no sea ella, se encumbre o se vanaglorie”. Ya hacia el final de su exposición el equilibrado hombre de Estado señaló: “Una consulta precipitada lleva consigo el desacierto del cual suelen nacer grandes males y, por el contrario, un consejo cuerdo y maduro contiene mil provechos”. El rey no hizo caso de los sabios consejos de su tío y las consecuencias que para él y su país tuvo la guerra fueron desastrosas.

Con especial tino, al escribir sobre los enemigos de la democracia, Tzvetan Todorov resaltó que el primer enemigo de ella es la simplificación, que reduce lo plural a único y abre así el camino a la desmesura.

Si nos trasladamos a la Venezuela actual podemos apreciar, de un solo vistazo, que la revolución que ahora comanda Nicolás Maduro –y que ha reducido lo plural al yo único– está impregnada de la misma hybris a la que aluden los antiguos griegos. Es característico de ella la trasgresión, que a cada minuto lleva a cabo, de los límites que le impone el orden democrático y que están recogidos en la Constitución que fue aprobada en 1999, al inicio del proceso devenido en dictadura.

A lo anterior se agregan las manifestaciones pintorescas y a la vez ofensivas de los líderes que ocupan la cúspide del proyecto revolucionario, cuando realizan sus sesiones de bailoterapia frente a un público empobrecido y triste; o las frases de algún encumbrado rojito cuando declara que en nuestro país no hay crisis humanitaria, mientras lo escuchan cientos de miles de venezolanos que diariamente deben buscar algo de comer en los contenedores de la basura y  que, además, no tienen recursos para comprar las medicinas que necesitan.

Frente a tales desafueros no queda entonces más opción que empezar a hablar de la hybris revolucionaria.

@EddyReyesT

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