COLUMNISTA

La desesperación latinoamericana

por Carlos Alberto Montaner Carlos Alberto Montaner

Guy Sorman es un notable pensador francés. Publicó recientemente un artículo en ABC de Madrid titulado “El futuro retrocede en América Latina”. Es un texto brillante y desesperado. Bienintencionado, pero desesperado. Viene a decir que en Latinoamérica lo hemos ensayado todo, y todo, inútilmente, lo hemos pulverizado. El liberalismo en Argentina, procedente de Alberdi y Sarmiento. El despotismo ilustrado de México con Porfirio Díaz y sus “científicos”. El estatismo con la revolución mexicana de 1911. Las dictaduras militares de Pinochet y Stroessner, y las civiles con Somoza y Fujimori. El comunismo con los Castro, con Chávez y Maduro, con el primer Daniel Ortega (el segundo Ortega es Somoza redivivo, pero con más furor homicida).

Lo extraño de nuestra cultura es que, en lugar de corregir lo que anda mal, renunciamos a nuestros aciertos e insistimos, periódicamente, en nuestros errores. Todavía reverbera, de vez en cuando, el viejo maoísmo de la mano de un Sendero Luminoso malherido, pero no enterrado, pese a que Mao no existe en China, más allá de la reverencia retórica.

Es asombroso escucharle decir a Pablo Iglesias, el dirigente de Podemos en España, que ve con envidia lo que ocurre en Venezuela, como si estuviera dispuesto a reeditar en su país la terrible devastación acaecida en el otrora próspero paraíso petrolero.

Recuerdo a una joven guayaquileña gritarme, enardecida, que “en Ecuador hace falta un par de Tiro Fijo”. Se refería al bandido colombiano que tantos quebrantos le produjo a su país natal. El incidente acaeció en la Universidad Católica de esa ciudad. La apariencia de la truculenta muchacha –rubia, guapa, ojiverde, bien vestida– era burguesa.

¿Por qué los argentinos interrumpieron el impetuoso camino hacia el desarrollo y la prosperidad que seguían hasta que Hipólito Yrigoyen fue depuesto por un golpe militar fascistoide en 1930? En Argentina había problemas, pero ninguno impedía que el país formara parte del primer mundo en casi todos los aspectos, pero especialmente en la educación. Ese cuartelazo fue el prólogo al peronismo y al descalabro total del milagro argentino comenzado con la Constitución liberal de 1853.

¿Por qué Fidel Castro no fue capaz de entender que, en 1959, cuando él, su hermano Raúl, el Che y otro pequeño grupo de comunistas se aferraron al modelo soviético y eligieron el camino del totalitarismo, había suficientes indicios (por ejemplo, el milagro alemán y austríaco) que demostraban la superioridad de la “democracia liberal” instituida por el economista Ludwig Erhard?

Era tal la ceguera ideológica del cubano que ni siquiera fue capaz de entender el ejemplo de su propio padre, Ángel Castro, un humilde campesino gallego, astuto como un zorro y laborioso como una hormiga, que cuando murió en 1957 le legó a la familia un capital de 8 millones de dólares, una empresa agrícola que les daba trabajo a docenas de personas, una escuela y hasta un cine que regentaba Juanita Castro, contemporánea de Raúl y exiliada en Miami desde los años sesenta.

Sorman, que conoce a fondo la sangrienta historia europea, alega, con razón, que “en Europa las naciones antiguas, muy diferentes entre sí desde hace siglos, están llegando gradualmente a un acuerdo sobre el mejor régimen posible, la democracia liberal”. Mientras en América Latina “cada uno cultiva su singularidad, no aprende nada del vecino y los intercambios son prácticamente inexistentes”.

No somos capaces de percibir el salto hacia la modernidad y el desarrollo que ha dado Chile, hoy en el umbral del primer mundo por una afortunada combinación de mercado, propiedad privada, control del gasto público, ahorro nacional –gracias al denostado plan de jubilación creado por el economista José Piñera– y libertades.

¿Por qué no corregimos los inconvenientes y ajustamos lo que vale la pena salvar en lugar de deshacerlo todo y movernos en la otra dirección del péndulo, como promete hacer AMLO en México para terror de los inversionistas?

Estados Unidos que, sin proponérselo, creó la “democracia liberal” a partir de 1787, cuando promulgó la primera y única Constitución que ha tenido el país, creció poco a poco, modificando el rumbo con cada elección, a sabiendas de la importancia extraordinaria que tiene colocarse todos bajo el imperio de la ley.

¿Arraigará el ejemplo de Chile? No sé. Ojalá que así sea, pero cuando uno ve la vocación destructiva de la izquierda y la extrema derecha, le ocurre lo que a Guy Sorman: te embarga una total y absoluta desesperación.

@CarlosAMontaner