Es usual que cuando se habla de eventos electorales existan ganadores y perdedores. Entre las tantas curiosidades de la política venezolana actual hemos presenciado una convocatoria ilícita cuyo delincuente es precisamente el propio gobierno, al extremo de que generó rechazo y desconocimiento de la gran mayoría de los gobiernos democráticos extranjeros, situación que conlleva el desconocimiento del gobierno que pretende emerger de ese acto.
Nicolás Maduro se presentó a una reelección con tanta añagaza que hasta los seguidores del comandante dejaron de movilizarse para asegurar una votación convincente. Las mediciones a boca de urna registraron cifras cercanas a solo 20% de electores hasta la hora legal de cierre de centros, sin embargo, curiosamente, se mantuvieron abiertos para que milagrosamente casi se duplicaran los votos en apenas dos horas; pero creando otra incógnita para los observadores que quisieran ver cómo era este acto de prestidigitador de producir más votos que votantes. Una pregunta aún sin claras respuestas, pues ahora ni siquiera sabemos qué empresa sustituyó a la no tan reputada Smartmatic, pues se otorgaron los contratos a la nueva usanza roja, sin rendir cuentas ni administrar de forma transparente. Tal vez Venezuela cayó bajo el dogma estalinista que reza: “No importa quién vote, solo manda el que cuenta los votos”.
Hemos presenciado un seudotriunfo que cada día profundiza el fracaso del actual régimen. La formidable abstención de la gran mayoría del electorado se convierte en un triunfo y no, como muchos intentan disfrazar, en conformidad con lo aparentemente impepinable. El pueblo no se dejó comprar por unas bolsas de comida ni por bonificaciones ilusorias, y, lo más importante, no hizo caso a amenazas.
Casi trágicas fueron las llamadas a votar que hicieron algunos voceros del régimen, como muestra solo había que escuchar al gobernador del estado Carabobo y se podía concluir que la soledad de los centros estaba causando ataques de hipertensión entre los que veían un espejismo de apoyo por la inescrupulosa actividad para manipular a los votantes que de forma muy astuta aceptaron los obsequios pero no vendieron su alma.
Si algo podemos sacar en conclusión de esta triste fecha es que se necesita mucha más autenticidad para liderar a la gran mayoría de nuestra gente, y la prédica barata de que “ahora tenemos patria” debe ser cambiada por mensajes reales, no de engaños. Ahora tenemos alimentos, ahora tenemos medicina, ahora tenemos seguridad y ahora tenemos futuro son consignas que queremos oír porque significan… ahora tenemos soberanía.
El 20-M será una fecha importante que recordaremos como la determinante del rechazo al régimen y de no a su continuidad, fecha que como la victoria cantada por el régimen el 2 de diciembre de 1957 producía un eco que decía… derrota.
No engañan sus trampas y menos para justificar el comienzo de una “comisión de la verdad” para cambiar las mentiras, ni de diálogo para continuar ganando tiempo.
Si bien no hubo ganadores, sí hubo victoria.
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