Es bueno recordarle a la dirigencia opositora que las llamadas victorias simbólicas son bienvenidas, pero no producen consecuencias, al menos inmediatas. Que el apoyo de la comunidad internacional no es suficiente para provocar un cambio si no ponemos mucho de nuestra parte. Que si la sociedad no reacciona, como lo exige la crisis terminal que la está ahogando, está condenada a sucumbir ante un enemigo que en su obsesión de poder, no solo no da tregua, sino que está dispuesto a llegar a una guerra civil antes de entregar el poder. Que si la carreta opositora no la mueven todos juntos y en una misma dirección, terminará por desvanecerse.
Para quienes me preguntan si creo que este gobierno tiene oposición; si está en sus últimos días; si el pueblo está a punto de pasarle factura por los daños recibidos; si la comunidad internacional logrará librar al país de esta pesadilla; y si, además, me exigen absoluta sinceridad en mis respuestas, les diría que ninguna de las respuestas que desea escuchar están actualmente en el escenario. Que las aguas están revueltas. Que si bien pareciera que han movido algunas, no han comenzado a arrastrar las piedras. Que las partes en conflicto permanecen aferradas a cuerdas tan frágiles que se pueden reventar en el momento menos esperado, tanto en un lado como en el otro.
Falta mucho todavía para que el paisaje se vea con claridad. Las señales que están en el aire son de humo y no tienen una única lectura, y es por eso que no hemos podido salir no solo de ese estado de incertidumbre que nos ha acompañado en un largo trecho de este proceso, sino de esa mezcla de rabia e impotencia que nos acompaña a toda hora como un parásito pegajoso, destructor e inevitable, gracias a la inercia y las derrotas sufridas.
Mi intención en este artículo está muy lejos de abonar en un negativismo destructor. Todo lo contrario, siempre he sostenido que en encrucijadas como estas, es de vital importancia ser menos ilusos y más realistas, menos viscerales y más reflexivos y perspicaces, que conocer la realidad a fondo permite ejercer mejor la audacia y la imaginación para superar los ataques del enemigo, por más poderoso que este sea, y que más que estar pendientes de lo que los demás pueden hacer por nosotros, lo verdaderamente deseable es que lo que hagamos nosotros sea suficiente para resolver nuestros problemas.
No hace falta recordar, supongo, que lo que tratamos de salvar es la democracia, la libertad y la posterior gobernabilidad que se tiene que instrumentar, mediante un indispensable gran acuerdo nacional, para reconstruir un país en ruinas, y esto no se puede lograr con una oposición atomizada, sin conducción visible y que marcha a la deriva. Y cuando digo a la deriva significa que no hay un plan de vuelo establecido con pautas de obligatorio cumplimiento. Que de nada sirve una oposición sin tácticas y estrategias precisas. Y con un programa que sin equívocos de ningún tipo nos diga que en ella hay una alternativa de poder confiable y que, sobre todo, entienda que los obstáculos por vencer que quedan todavía ofrecen una resistencia de tal magnitud que hace imposible que sin un acuerdo unitario puedan vencerse.
Es importante advertir que después del 20 de mayo las condiciones han cambiado, y no precisamente para bien. En lo interno y en lo externo, el régimen maniobra como sabe hacerlo, mezclando las mentiras de siempre con verdades a medias. Saca de la cárcel a un grupo de presos, entre ellos algunos políticos convertidos en objeto de trueque, siguiendo un plan siniestramente preparado, pero no les otorga lo que en justicia tendría que otorgarles que es la libertad que les quitó arbitrariamente. Mientras habla de pacificación, persiste en la política del miedo y la amenaza promoviendo el bárbaro ejercicio de los colectivos y soltando en paralelo, como es su costumbre, amenazas, burlas y mensajes descalificadores con la intención de desmoralizar a una sociedad ya en estado de desasosiego, tal como lo indica el manual del sometimiento de los regímenes totalitarios. Habla de igualdad y de justicia, mientras viola los derechos humanos. Mientras esto sucede a toda hora y a la vista de todos, los distintos grupos que forman eso que llamamos oposición gritan cada uno por su lado, sin encontrar una manera patriótica de ponerse de acuerdo, y cuando alguno de ellos decide convocar para despertar a la gente, lo hace sin objetivos precisos que puedan motivar a una ciudadanía cada vez más golpeada y descreída en su voluntad de luchar. Algo tendrá que hacerse, digo yo, si es que es cierta la consigna según la cual Venezuela no se rinde.
Externamente tampoco las cosas pintan todo lo bien que se quiere, porque han ocurrido algunas cosas, y otras están por ocurrir, que van modificando el escenario de la geopolítica, en el que nuestro país ha pasado a ser una ficha de trueque en los juegos de poder de las grandes potencias. Mientras la oposición se solaza con victorias simbólicas logradas a medias con los 19 votos a favor, 4 en contra y 11 abstenciones, en la más reciente reunión de la OEA, el régimen, aunque con risa forzada, envió a su canciller a esa reunión con la orden de recitar el mismo libreto de siempre, a despotricar a su antojo contra la organización, a descalificarla, a acusar a Almagro de sicario, a agredir moralmente a aquellos que, con sus votos, categorizaron al régimen como una dictadura, acusándolos de inmorales y vendidos al imperio, con un discurso repetitivo y mentiroso, para luego de los insultos pronunciados, ya en privado y fuera de las cámaras, trasladarse al corazón mismo del imperio a pedir clemencia, a conversar con algún senador acerca de la posibilidad de cuadrar una salida que lo ayude a lavar la cara, mientras llegue el momento de seguir agitando las aguas, aprovechando el asalto al poder perpetrado por el Podemos de Pablo Iglesias y el PSOE de Pedro Sánchez, compañero de partido de Rodríguez Zapatero, y el triunfo en Italia de dos movimientos populistas extremos, como el 5 Estrellas y la Liga del Norte, aliados incondicionales de Putin en su guerra contra la Unión Europea. Y esto sin hablar de lo que sucederá con el triunfo de López Obrador en México y, Dios no lo quiera, con un eventual triunfo de Petro en Colombia.
Estoy seguro de que en cada grupo opositor hay expertos en estas materias tan vitales para nuestro rescate que sabrán los caminos a tomar ante estas realidades capaces de inquietar a espíritus como el mío. Por eso reclamo la atención de la dirigencia opositora sobre la urgencia con la que se les reclama poner cese a sus desencuentros y actuar en perfecta unidad. Es bueno recordarles a todos que pensar primero en Venezuela es una obligación.
Nada pone más en riesgo de naufragio una embarcación que andar a la deriva en plena tormenta y sin tripulación que la controle. Esta imagen cada día me atormenta más porque mientras más contemplo a Venezuela, más la veo golpeada por todos sus flancos, herida en su esencia, saqueada en sus valores, desangrada en sus entrañas, vaciados de esperanzas sus espacios y sus habitantes, arrastrada a los bordes de un precipicio y próxima a caer, más me lleva a pensar en qué debemos hacer y cómo debemos actuar nosotros los ciudadanos, para lograr que una oposición tan atomizada como la nuestra pueda volver a unirse para tomar el control de la nave, evitar el naufragio y el definitivo hundimiento de la nación.