Dentro de la Constitución, todo. Fuera de la Constitución, nada. Es a partir de allí que se dirime lo que es negociable o no.
Lo que llevó a este gobierno y a los de Chávez a pasar de administraciones gubernamentales a régimen ha sido precisamente el haberse salido de los cauces constitucionales. Chávez fue apartándose progresivamente de los límites que le establecía la Constitución, y su gobierno se fue convirtiendo cada vez en más antidemocrático y más autoritario, en régimen.
Maduro decidió romper la lámpara y apagar la luz. Acabó con las apariencias. Con él, el régimen se ha mostrado más abiertamente represivo e impunemente despótico. Con la asamblea nacional constituyente, el ilegítimo Tribunal Supremo de Justicia, el Sebin y el fraudulento CNE, quienes dirigen el régimen están dispuestos a hacer lo que les venga en gana, si se les deja.
Lo otro es la esencia político-ideológica de lo que es el régimen, ya no el gobierno. Uno quiere creer que quedan comunistas en el mundo, que hay gente que todavía piensa en las bondades de la dictadura del proletariado. Por allí andan China, Vietnam, Corea del Norte y Cuba, prácticamente los únicos que se hacen llamar comunistas. Corea lo es de una manera un poco singular, con la deificación de la familia Kim. Pero China y Vietnam se dejaron de cuentos y se percataron, al igual que Rusia, de que lo que funciona es la economía de mercado, la libre iniciativa empresarial, la competencia, la inversión que genera ganancias, el incentivo del cochino dinero que estimula el ingenio y la productividad. Cuba parece querer ir por el mismo camino. Ser comunista y de izquierda como que es hoy otra cosa.
El partido no admite competencia política en esos países (como tampoco le gusta al ex comunista Putin), pero en lo económico ha habido enormes avances. Con el viraje que dio Deng Ziaoping a partir de 1978, China se convirtió en la segunda economía del mundo y en el más grande consumidor de energía del planeta, con crecimientos anuales que han sobrepasado 10%. Desde que el Partido Comunista de Vietnam decidió en 1986 introducir las reformas económicas del “mercado orientado hacia el socialismo”, el crecimiento anual de su economía se ha mantenido por encima de 7%.
La política de apertura económica de los obstinados comunistas cubanos hacia sus ciudadanos no ha ido más allá de permitir la existencia de los llamados “cuentapropistas”, pequeños emprendedores que rentan una casa como hospedaje o abren un restaurancito. A tales emprendedores se les imponen límites de ganancia, que crezcan solo hasta cierto punto.
El Partido Comunista cubano aprobó en 2011 increíbles medidas económicas: ¡dejar que los cubanos compren neveras, lavadoras y teléfonos celulares! ¡Que se puedan hospedar en hoteles, comprar y vender carros usados, que abran tiendas pequeñas para la venta de productos al detal! Últimamente, el régimen cubano ha autorizado la compra y venta de propiedades inmobiliarias y de carros nuevos, ha aprobado nuevas leyes para adaptarse a las inversiones que puedan venir desde el exterior luego del restablecimiento de relaciones con Estados Unidos y lanzó una zona especial de desarrollo alrededor del puerto de Mariel. Con estas medidas “revolucionarias”, más el subsidio petrolero y el comercio en general con Venezuela, que le aportan cerca de 20% de su economía, la isla tuvo una contracción económica de 0,9% el año pasado. Se juntaron los socialismos del siglo XX y el del XXI.
En lo social, sin embargo, Cuba se precia de no tener indigentes en las calles. Mal que bien, la gente tiene techo, real acceso a la salud y a la educación. Y la delincuencia común no es tolerada, salvo quizás las famosas jineteras que hasta Fidel alababa como supuestas espías de sus clientes imperialistas y que de un tiempo para acá se han multiplicado en medio de la combinación del incipiente crecimiento turístico y los negocios clandestinos de otro tipo de “cuentapropistas”. Cuba se aferra a su ideología, pero todavía le queda un poquito que mostrar, a su manera.
El socialismo venezolano del siglo XXI, entretanto, no tiene nada que exhibir. Porque ni es socialismo ni es nada. En el caso venezolano, es evidente que no hay ideología, a menos que la rapacidad sea ahora una nueva doctrina ideológica. Y ese es el otro elemento a considerar si se está dispuesto a negociar. Saber con quién se va a conversar. Que no es con un Pinochet doctrinariamente anticomunista, fascista si usted quiere, pero que tenía una visión de país, así no estemos de acuerdo. Que no es con el Daniel Ortega pragmático de izquierda, que supo cuándo apartarse del poder para volver luego con más fuerza. Estos tipos no tienen moral ni principios. Su incompetencia en algunos casos es por falta de materia gris, pero en otros es porque ya no encuentran cómo seguir esquilmando al país a costa del Estado y de los demás venezolanos mientras puedan protegerse unos con los otros. Se les están acabando las fórmulas.
Los partidos arropados con el mantel de la Mesa de la Unidad Democrática han voceado sin cansancio que la manera de cambiar el régimen ha de ser constitucional, electoral, pacífica y democrática. Esos parámetros no solo delinean métodos de lucha, sino que también establecen principios irrenunciables y no intercambiables.
No es lo mismo aceptar que en el seno de la Asamblea Nacional pueda hacerse una selección paritaria (MUD y PSUV) de un nuevo Consejo Nacional Electoral, que permitir la existencia y funcionamiento de la fraudulenta e ilegítima asamblea nacional constituyente, que representa la expresión última de la más descarada violación de la Constitución vigente por parte del régimen, quien además lo hizo mostrando un enorme desprecio por la voluntad popular. El normal funcionamiento de la Asamblea Nacional, que es el parlamento que se dio constitucionalmente el pueblo, tampoco se puede ceder. Debe ser más bien, la madre de todas las exigencias. Si la Asamblea goza de sus poderes constitucionales será capaz también de cambiar legalmente la conformación del Tribunal Supremo de Justicia. La selección de los magistrados de ese tribunal pudiera ser igualmente objeto de una negociación, siempre y cuando esa escogencia se haga dentro del marco de la Constitución y las leyes de la república. ¿Por qué no?
¿Qué más puede pedir el régimen? ¿Quedarse en Miraflores? La MUD puede decirle que sí, que los partidos están dispuestos a calárselo hasta que Maduro termine su periodo, pero tiene que someterse al control parlamentario establecido en la Constitución, tiene que aprender a entenderse con el Parlamento para la aprobación de leyes que saneen la economía y tiene que aceptar las facultades que tiene la Asamblea de renovar los demás poderes del Estado.
Sí, hombre, queremos que se vaya ya, pero todavía no tenemos la fuerza para hacerlo irse. La clave está en que la Asamblea Nacional, el parlamento actual venezolano, pueda funcionar. Las leyes que ya se aprobaron deben entrar en vigencia y el presidente de la República firmar el ejecútese, con un nuevo TSJ y un nuevo CNE. Lo demás viene solo, si la autoridad de la Asamblea es acatada.
¿Va a aceptar esto Maduro? ¿Lo aceptarán los hermanos Rodríguez? ¿Estará de acuerdo la tía con los sobrinos presos en Nueva York? ¿Diosdado, su hermano, otros familiares, socios y allegados? ¿Lo aceptarán los militares acusados de narcotráfico? ¿O los que dedican al contrabando? ¿El Aissami dirá que sí? ¿Raúl Castro dará su aprobación?
Es lo que hay que pedir. Mientras tanto, hay que votar en las regionales a lo Betancourt, con el pañuelo en la nariz. Seguir hablando con los europeos, para que se les achiquen más los fondos a los mencionados en el párrafo anterior. Darles señales a los cubanos de que también con ellos podemos negociar. Y, sobre todo, hablarle claro a la inmensa mayoría de los habitantes de esta tierra de gracia que con razón quieren que Maduro se vaya ya.
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