COLUMNISTA

Democracias populistas

por Leopoldo López Gil Leopoldo López Gil

Bertolt Brecht hizo una pregunta lapidaria sobre la democracia: “En democracia todo el poder viene del pueblo, pero, ¿adónde se va?”.

Los gobiernos que emergen de elecciones libres tienen la obligación de ejecutar sus programas y promesas dentro de restricciones que imponen sus marcos constitucionales y legales de los respectivos países, sin embargo, vemos cómo frecuentemente se burlan de sus electores y traicionan a sus ciudadanos al irrespetar lo más elemental del contrato social y causar infidelidad y miseria a sus naciones.

A este fenómeno los estudiosos de las ciencias políticas lo denominan populismo. No se trata de ideas específicas. Son más importantes las emociones que las ideas, por eso el punto de partida es ser furiosos antisistema, ser intérpretes de frustraciones y del resentimiento para legitimar sus abusos.

La desgracia de los políticos esclavos de las encuestas y los pueblos ignorantes seducidos por cantos de sirenas se convierte en una trágica pérdida de la institucionalidad y la muerte de la democracia.

La democracia en su intento de dar participación real a sus ciudadanos creó tres poderes independientes y autonómicos, puso las armas al servicio de los civiles y garantizó la defensa de los débiles contra el Leviatán; los populistas destruyen todo esto al apelar a su seudoidentidad de pretender ser “el pueblo” y llamar “popular” a los instrumentos gubernamentales.

Algunos han considerado esta política “identitaria” como la primera amenaza a la democracia, pues por definición es excluyente del pluralismo y nadie más puede atribuirse, entender o interpretar a sus conciudadanos. Es así que se intenta justificar cárceles para los que difieren, pues para el populista son “impostores” o traidores a la patria que solo ellos representan.

Otra característica de estos personeros del nuevo amanecer del “mar de la felicidad” es despreciar a las élites, no solo de los ricos, que es lamentablemente una tradición casi cultural en nuestra sociedad, sino del talento, el conocimiento y el mérito, lo que es perfectamente justificable para lograr la destrucción de empresas, universidades y hospitales. A fin de cuentas, quiénes son esos que han llegado si lo han hecho solo por corruptos e inmorales, y únicamente los de su banda (perdón, quise decir bando) son los meritorios e impolutos, aún siendo los más incapaces y lo comprueban con la total destrucción de lo encomendado a su escasa habilidad.

Lamentablemente para Venezuela no va a ser fácil salir, y no se dude que tenemos que salir, de este régimen exponente de lo peor del populismo. La sustitución de un sistema antidemocrático con métodos democráticos es compleja y casi inaguantable por el estado comatoso de una sociedad que piense que la quimera democrática es una utopía y debe conformarse a vivir espetada por el populismo bolivariano.