Homenaje a Juan Carlos Rey en la Academia de Ciencias Políticas
Quiero agradecer de todo corazón esta iniciativa de justo reconocimiento a Juan Carlos Rey, sobresaliente profesor y maestro que ha marcado con su sello personal los estudios políticos en nuestro país, y agradezco también la oportunidad que me da esta Academia de Ciencias Políticas de manifestarle públicamente como panelista mi profundo aprecio como alumno suyo que fui hace 56 años. Sus clases magistrales en la cátedra de Historia de las Instituciones abrieron mis ojos y pusieron los cimientos a la comprensión política; años después me correspondió en la Escuela de Ciencias Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello asumir esa cátedra algo cambiada y desdoblada en dos, Teorías Políticas Contemporáneas y Cambio Social en Venezuela. Para ser justo con el tiempo de ustedes y de mis compañeros panelistas, trataré de decir algo en veinte minutos, lo que me obligará a hacer algunas afirmaciones sin presentar el debido sustento, y con la esperanza de que el diálogo posterior nos permita aclarar.
1. Rescate ético de la democracia. Cuando pienso en el futuro de la democracia me veo obligado a resaltar el profundo impacto populista de Chávez con sello antidemocrático y anti pacto social. Su mesianismo y su división maniquea de la sociedad en patriotas y traidores del pueblo ponían una carga explosiva a la democracia; ahora tenemos que desmontar esa carga para construir juntos el futuro. Ante el avance del profundo malestar sociopolítico en la década de los ochenta, la pobreza creciente y la incapacidad de respuesta de los partidos, Chávez surge en la década de los noventa con un diálogo con los dolientes que simplifico y resumo así:
—Venezuela -dice el caudillo- es un país riquísimo con las reservas petroleras más grandes del mundo. Pero la mayoría del pueblo venezolano está abandonado en la pobreza, a pesar de que el petróleo es suyo, de la nación.
—¿Cómo se explica esa inicua paradoja?, pregunta Chávez en campaña.
Responde rotundamente: La coexistencia de nación riquísima y pueblo pobre está en tres poderosos bandidos que asaltan el convoy de la riqueza e impide que llegue a su destino. Son el imperio depredador, la empresa privada explotadora y los partidos políticos corruptos.
Yo -dice Chávez- me levanto como vengador para liberarlos de los tres, tomar el poder y distribuir la renta petrolera. Yo diré y cumpliré: “Ahora Pdvsa es del pueblo”. Solo hace falta que crean en mí, me apoyen y extiendan la mano para recibir la riqueza que ya existe sin que ustedes tengan que hacer un nuevo esfuerzo por producirla. En Venezuela gobernar es distribuir la fabulosa riqueza que ya existe como renta.
Con tan buena suerte para el poder de Chávez que a los pocos años el precio del barril pasó de menos de 10 dólares a más de 100 dólares, incremento de ingresos que él hizo que en buena parte llegara directamente a los necesitados por medio de misiones repartidoras. Con ello el pueblo se sintió reivindicado y puesto en el centro de la política nacional. Luego el tiempo se encargó de demostrar que una política no basada en el empoderamiento real de los débiles con creciente productividad propia y organización de base con autonomía, la distribución de dádivas, por generosa que sea, no pasa de ser un relámpago de ilusión para hoy, y dolorosa oscuridad y frustración para mañana.
La incapacidad gubernamental con funcionarios de lealtad partidista y escasa competencia profesional, y la desbocada corrupción sin freno son consecuencias naturales en un régimen donde prevalece la falsa idea de que nuestros bienes materiales y políticos no son escasos y, por tanto, no requieren ser producidos con esfuerzo ni administrados con austeridad y transparencia. El robo público no se percibe como delito mientras se nada en la abundancia.
2. Política democrática y pacto social para el bien común. El logro del bien común exige y legitima la creación del Estado, de las instituciones y del gobierno, respaldados por la fuerza unida de toda la población y por el cumplimiento del deber de cada ciudadano. La república no es una suma de voluntades individuales, cada una buscando su interés, sino la producción de la voluntad general enraizada en la voluntad particular de cada uno. Esa elevación del interés particular al bien común no es natural, sino un salto ético trascendental. Es el origen de la revolución democrática moderna en la que idealmente la voluntad general del pueblo y su soberanía sustituyen a la voluntad del rey o del autócrata de turno.
El ginebrino Rousseau, como buen ilustrado, creía que esa voluntad general se derivaba limpiamente de la luz de la razón, pero la realidad demuestra que la política trata del poder en pugna de intereses diversos donde cada uno trata de convertir el Estado y las instituciones del bien común en instrumentos para disfrazar e imponer el interés y la voluntad particular de personas, de grupos o de clases sociales en voluntad general como derecho de imponerse como única moral pública y desautorizar y convertir en delincuentes a todos los que se oponen a ella. Sea el rey, la nobleza, la burguesía, el proletariado o la casta militar o teocrática, su éxito está en imponer sus intereses particulares sobre el todo social y lograr el acatamiento voluntario, o, en caso extremo, el sometimiento obligado por la fuerza y la represión.
La ética política inspira y exige trascender el interés particular y transformarlo en bien común. Pero es iluso pensar que para ello basta la autoproclamación salvadora. Esto fue el chavismo-maniqueísmo que declaró una guerra en la que los chavistas por el mero hecho de serlo eran patriotas y los no chavistas eran traidores a la patria. Así, el “exprópiese” dictatorial y callejero era celebrado y ejecutado en medio de aplausos como una valiente decisión dirigida a erradicar la incidencia de la empresa privada explotadora. Todo ello disparado con dardos de elocuencia que daban en el blanco de la emoción popular.
El apoyo de los generosos ingresos petroleros logró disimular durante unos años la ruina productiva y política que este proceder “populista” y los dólares permitieron suplir con importaciones la falta de producción y de inversión en las empresas estatales. Según la elocuente prédica de Chávez, Venezuela estaba dividida entre unos (los suyos) que buscan el bien del pueblo y los enemigos de este y, como tales, dejan de ser sujetos de derecho y del bien común y son objeto de torturas y asesinato como vemos en estos días. Ahora está claro que el barco en el que navegan unos, y otros naufragan, y la ética no está en el poder que divide a la sociedad, sino en el pacto social que logra sumar el esfuerzo de unos y otros. Con lo cual la tarea de la reeducación es profunda y exigente. Del rechazo de unos y otros como excluyentes es indispensable pasar al “nos-otros inclusivo”.
Con razón se dice que Venezuela necesita un resurgir espiritual y una profunda renovación moral; estas dependen de un redescubrimiento de los venezolanos como “nos-otros”, con la convicción y ordenamiento institucional para que el bien de unos no sea a costa del mal de los otros. Por el contrario, el bien de unos no será posible si al mismo tiempo no es bien también de los otros; en la conciencia de cada uno y de cada sector social está el reconocimiento del otro y la afirmación de su realización humana. Significa que los “ricos” lleguen a la convicción de conciencia y a la comprobación social de que a ellos no les puede ir bien si no les va bien a los “pobres” y que los 14 millones de trabajadores sepan que no les puede ir bien si decenas de miles de empresas no florecen con éxito competitivo; éxito que, a su vez, no es posible sin la elevación del trabajador en su preparación, productividad y beneficios. La base del reencuentro está en la convicción de ambos lados de que no nos puede ir bien si a ellos les va mal.
3. Libertad, igualdad y fraternidad. La reflexión anterior nos lleva a otro gran lema, “Libertad, igualdad y fraternidad”, que movió los espíritus en los días de la Revolución francesa, que luego en 1848 se convirtió en el lema oficial del gobierno de la Segunda República francesa y en 1880 fue adoptado por la Tercera República. ¿Qué hay más allá de un lema hermoso y movilizador? La búsqueda de libertad y de igualdad se concreta en Constituciones democráticas, leyes e instituciones objetivas y de cumplimiento exigible a todos los ciudadanos. En la reconstrucción de Venezuela es importante activar todo lo que exija y contribuya a la libertad y la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y en el acceso a las oportunidades. Seamos conscientes de que venimos de un régimen que, violando la Constitución vigente, discrimina a los civiles por su simpatía o antipatía partidista para recibir beneficios y acceder a derechos fundamentales, y a los militares les obliga a un juramento de lealtad partidista contrario a su deber.
A diferencia de la libertad e igualdad, la fraternidad es una actitud espiritual de solidaridad y de afirmación del otro que no se puede imponer por leyes externas, normas y castigos. La fraternidad hay que cultivarla en las conciencias libres de las personas que descubren su propia realización y trascendencia al afirmar gratuitamente al otro, con la convicción de que dar la vida por él no es perderla, sino ganarla y que el yo se realiza en el encuentro del “nos-otros”.
Nada de esto se puede imponer ni fluye de la mera ilustración iluminista, ni de la racionalidad instrumental que revoluciona permanentemente la ciencia, la tecnología y las fuerzas productivas. Tampoco logra fraternidad el Estado omnipotente como lo ha demostrado el siglo de intentos marxistas de crear desde el poder absoluto el paraíso en la tierra. Ni hay tampoco una armonía liberal preestablecida que lleva a una sociedad de millones de egos, buscando cada uno su propio interés, a producir la felicidad del conjunto. Por eso, la educación en valores tiene que renacer en Venezuela tocando la tecla íntima de cada conciencia, de modo que se desea el bien del otro como el bien propio y el bien común como la máxima realización para sí y para los demás.
Nacer a la ciudadanía significa fortalecer leyes e instituciones exigibles y, al mismo tiempo, cultivar la libre conciencia y voluntad solidaria que afirma al otro como hermano y no como el lobo amenazante. El arte espiritual de convertirnos de lobos a hermanos es vital para que la libertad y la igualdad florezcan en Venezuela. A veces las grandes catástrofes como la que vivimos se convierten en sacudidas sociales que despiertan lo mejor de las personas para el esfuerzo común centrado en el reencuentro y en la reconstrucción.