Es difícil, cuando no imposible, guardar la compostura y la razón cuando se es testigo de la debacle que vive Venezuela. Porque no hay ámbito ni espacio en el que no haya hecho mella el socialismo real. Sin contemplación trituró la civilización, y todo parece indicar que lo seguirá haciendo hasta que –quién sabe cuándo– algún evento dé con su fin.
En los últimos tiempos, sin embargo, el colapso del sistema monetario nacional ha dado mucho de qué hablar. El país es reconocido por su proceso hiperinflacionario, la ausencia de efectivo, y un sinfín de anécdotas dinerarias del día a día que lucen como historias de ciencia ficción en cualquier otra parte del mundo.
Todo ello nos lleva a examinar con enorme escepticismo las “reformas” e “ideas” que desde los hilos del poder se han gestionado con el objeto de intentar paliar las deficiencias y problemas de que adolece la economía venezolana. Como era de esperarse, hasta la fecha, los resultados han sido deplorables, pero para nada sorpresivos. Lo que sí sorprende es que algunos factores de oposición los hayan visto con buenos ojos, como si pudiera jugarse a la cándida buena fe después de dos décadas de socialismo y planificación centralizada.
El gobierno sigue su ruta interventora. Ni liberó el control de cambios, ni permitió la libre convertibilidad de la moneda, ni estableció un mínimo de disciplina monetaria. Basta ver la cifras publicadas por el Banco Central de Venezuela relativas a la base monetaria –todavía le permiten al ente divulgarlas– para constatar que el Estado no ha hecho sino incrementar sin control la oferta de bolívares, al tiempo que continúa sus sempiternas subastas de divisas subsidiadas y establece límites a la demanda de moneda extranjera por mecanismos de compra-venta oficiales. En resumen, no hay libertad.
Consideración aparte merecen el petro y las llamadas casas de intercambio. Ironías de la historia, los medios de pago electrónicos han servido como un instrumento de suma utilidad para desarrollar la llamada “inclusión financiera” de los sectores más vulnerables de la sociedad en diversos países en vía de desarrollo. Tan importante es la inclusión financiera que el G20 incluyó el término en el año 2009 como uno de los puntos a tratar en su agenda.
No obstante lo anterior, lejos están los activos digitales promovidos por el Estado venezolano de servir a la inclusión financiera. El petro, su génesis y aplicación, no solo ha sido anunciado una y otra vez en medio de relanzamientos suspicaces y repetidos, sino que existen fundamentos legales que impiden que el instrumento pueda ser tomado en serio por los mercados. Y para una moneda fiat la confianza lo es todo.
Lo más preocupante es que estas políticas difícilmente pueden tomarse a la ligera. No es una comedia ni causan risas las tragedias humanas que se están gestando a raíz del colapso económico venezolano. Un colapso que se origina por la mezcla de fanatismo ideológico, ortodoxia en las ideas y, por supuesto, una cuota innegable de incapacidad para gobernar. Este último aspecto, sin embargo, no es excusa sino causa directa de la implantación del socialismo, puesto que en una sociedad en la que se elimina la competencia y se destruyen los incentivos de superación, poco a poco ocurre que solo queden los peores, los menos preparados y las personas menos aptas para cualquier tarea.
La naturaleza humana huye de los lugares llamados a la perdición. Y hoy Venezuela parece el lugar promisorio para un largo invierno de miseria y desventura.
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