Ha transcurrido más de un tercio de siglo desde que nuestra pobre economía, o mejor dicho, nuestra pobre nación fuese sometida a la cruel medicina de la devaluación de su moneda y la prohibición de cambio libre de divisas.
Cruel medicina que solo busca multiplicar los ingresos de la venta del petróleo realizada usualmente en dólares americanos, que luego se cambiarían en un seudomercado a los ciudadanos en un tobogán cambiario que generaba los bolívares necesarios para calmar el insaciable apetito del gasto público.
Para poder hacer esta operación más apetecible a los poderosos siempre se acompañó de un «estricto» régimen cambiario que reconocería, a conveniencia de las partes, los valores de cartas de crédito, embarques de ciertas mercancías y demás trabas y obstáculos salvables por los buenos asesores duchos en temas como la certificación de mercancías, no por siempre honorables empresas o por impecables estudios microeconómicos. Nacieron, pues, muchas dificultades para burlar al pobre Tesoro Nacional y con esquemas como Recadi y Cadivi y sus parientes en Venezuela comenzaron a surgir ricos, millonarios y multimillonarios, cuando más bien se presagiaban quiebras de empresas y empresarios.
Estos treinta años dejaron muy clara la lección, si quieres fabricar muy rápidamente fortunas y afortunados sin que ello implique mucho sudor ni angustias, entonces monta un gran aparato de control de cambio de divisas, y mientras más dure, más afortunados irán apareciendo, aun al costo de la desaparición total de la industria nacional, de los verdaderos empresarios y por supuesto de miles de puestos de trabajo.
La revolución bolivariana, esa que pretende ser reconocida como la de un nuevo e inmejorable socialismo, vio esta ruta cual gavilán mira pollito. Desde las visionarias prédicas del monje Giordani, se imaginaron la mejor vía para el desarrollo, solo que nadie preguntó ¿el desarrollo de quién? y se lanzó a paso de vencedores la economía del tobogán cambiario. ¿Sabrá alguien cuántos millonarios se han fabricado bajo la tutela socialista del siglo XXI? Probablemente nunca lo sabremos.
Pero así como dicen que la fiesta sigue, aunque con otra música, es ocasión apropiada para conocer si de verdad, como dice el dicho: «A todo cochino le llega su sábado», porque hasta ahora los sábados después de estos nefastos viernes solo le han llegado a los Juan Bimbas venezolanos.