“No hay nada valioso, salvo la parte de usted que se encuentra en otras personas, y la parte de los demás que está en usted”. Teilhard de Chardin
Si sufren los nuestros, también sufro yo. E incluso, si sufren los que no son nuestros, igual sufro yo. Aun más, el sufrimiento de los que me adversan me afecta, me lastima.
Venezuela está puesta a prueba. Me refiero a la nación que somos todos; sufre como no lo hacía después de mucho tiempo, víctima de los que pugnaron por controlarla y al hacerlo, privarla de su libertad, de su espontaneidad, de su espiritualidad.
Hay quienes, para no hacer lo debido, niegan la evidencia. Y como nos dice el refranero popular “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Desconocer que amplios contingentes humanos pululan por nuestro país, hambrientos y menesterosos es criminal, sobre todo si esa negativa solo persigue evadir, obviar la relación existente entre las causas de esa pandemia de miseria imputable al error, la incompetencia y el rechazo a la diversidad, pluralidad, variedad de una sociedad que como la nuestra albergaba a todos y, no solamente a los que se plegan a un proyecto discriminatorio y en la paradoja totalizante.
La ignorancia del difunto conjugó con el resentimiento para fundirse en una suerte ideológica perniciosa que inoculó a la clase política emergente, dentro de un proceso antipolítico que facilitó un discurso populista y el ascenso de la mediocridad. Lo demás lo trajo el socialismo que ratificó, una vez más, su ineluctable derivación hacia la exclusión y la oligarquización. La corrupción completó el guion del desastre.
Lo cierto es que la pobreza nos igualó por lo bajo. El salario mínimo para muchos, pero no para todos, me recuerda aquel grafiti surgido de la pluma de Orwell:, “Todos los animales son iguales pero hay unos más iguales que otros”. El rasero de la demagogia agregó un sentimiento de legitimidad pretendida que se enquistó en los segmentos manipulados y alienables. Los militares y los más desfavorecidos se encontraron así en el mismo gallinero, solo que los verdes arriba y los otros abajo pero convencidos de su cohabitación en la revolución que lideraba el caudillo y sus espalderos. La fantasía de la armonía, propia de la fiesta frívola del dispendio inconsciente, fue agotándolo todo; inclusive, la mejor oportunidad que nos dio el petróleo en su historia para diversificarnos y convertirnos en una economía competitiva. El caudillismo mesiánico nos hincó, nuevamente en la femoral, con su apéndice mórbido, cruel, maligno.
Gime hoy ese pueblo, famélico, vulnerable, esquizoide y lo peor, dividido, soliviantado, poseído. En un segmento, el grueso unitario de los que advirtieron ya el desastre y lo padecen hasta el extremo de marcharse no importa dónde y los que se quedaron, pero mueren viviendo cada día y no exagero. También tenemos a los enajenados, alienados, comprados con prebendas y asociados al saqueo sistemático de su patria. Juntos o separados pero desfigurados todos, yacemos los venezolanos en el yermo de la desconfianza, el rencor y el odio. Sufre la nación como nunca y no se encuentra, prefiere el extravío y, tal vez en su psiquismo la confrontación.
El ícono chavista militarizado cree que las armas son convincentes a la postre y como el mal que tiene en el tuétano de su osamenta, reacciona petulante, engreído, pesado, arrogante ante la cruda realidad que lo señala y le demanda partir. Vacila cobarde como son los tiranos, pero desafía la contundencia de su fracaso, mirando en su falsa vigilia hacia las armas y el botín. Disipado y disoluto juega al cinismo de una razón de estado, que desprovisto de moral tienta los demonios. El poder fáctico se reconoce como una enorme organización que para delinquir gobierna. Un contingente de zombies los acompaña.
Un médico de Anzoátegui me comentaba que se morían los neonatos o infantes “como arroz”. Acotaba que en hospitales y medicaturas carecían de lo elemental, y una diarrea aniquiló a varios por falta de hidratación que ni la tenía el hospital y no la había en las farmacias o no había dinero para adquirirlas. Un traumatólogo de Monagas con 50 años de ejercicio profesional afirmó que debió amputar a varios que pudo salvarle sus miembros o dedos si hubiera tenido recursos básicos disponibles. Ni hablar de diabéticos, hipertensos, cardiópatas o pacientes oncológicos o alcanzados por patologías infecciosas.
¿Puede acaso obviarse el hecho de que tenemos cientos de miles de compatriotas en vilo, en ascuas, en riesgo letal? ¿No habrá llegado el momento de admitir la situación de extrema precariedad del sistema de salud y aceptar que nos ayuden los que pueden y necesitan hacerlo? Colombia, Ecuador, Perú cargan, con buena parte además, de nuestra problemática y quieren contribuir. El Estado norteamericano igualmente pero, a los mamelucos del castro-comunismo les parece inaceptable, como cuando el deslave de Vargas en 1999, tampoco le pareció al difunto presidente y, los chinos y los rusos ni se ofrecen ni lo harían ni a cambio del alma nacional y de la Orchila.
No se puede esperar morir para hacer algo por la vida y en ese trance se mueve la Venezuela que manda hierática e impertérrita y la que surgió, despertó, reaccionó de la mano del chamo de La Guaira. Es un drama que luce irreconciliable porque las posiciones son irreductibles y de allí la tragedia en ciernes, pero las naciones como las familias se reúnen ante la muerte o la desgracia y es lo que debemos hacer. Unirnos y resistir, no nos queda de otra.
Allá en la frontera de Venezuela y Colombia se libra un combate entre el civilismo y el militarismo, entre el pasado que se quiere extender sin capacidad para evolucionar y el porvenir que propone prevalecer ahora para poder progresar después. No es un juego de palabras ni una promesa que como un espejismo invita a creer, es una conclusión a la que llegó confiado en dos elementos. El primero es la inteligencia colectiva que sincroniza en la hora histórica el punto de inflexión que inaugura otro tiempo. Los venezolanos sabemos que esto no puede ni debe continuar.
El segundo elemento es la fe en Jesucristo que nos dice que si le pedimos se nos dará y ese pueblo humilde ora con su iglesia y con su sufrimiento, reclama de Cristo su asistencia y como Florentino canta en la madrugada a la Virgen para que nos saque con bien del lance y, amén, así será.
@nchittylaroche
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