“Qué tiempos serán los que vivimos que hay que defender lo obvio” Bertolt Brecht
Una corriente riega el mundo convertida en los nuevos meandros de la política. Nuevos, digo, por decir que están de moda con una fuerza impresionante y una personalidad imponente. El populismo inocula cínico e imperturbable el discurso público comprometiendo con ello el sentido del liderazgo que desliza entonces hacia una experiencia de naturaleza oclocrática. Para ganar las elecciones y mantener la popularidad es menester decir y hacer lo que la gente quiere y no por el contrario, guiar, dirigir, conducir, aun contra aquello que parece no estar en el orden de lo preferido, de lo aspirado, de lo deseado.
Es más, decir lo que tienen que oír, arriesga perder la sintonía de las emociones favorables y supone eventualmente perder el encanto, la simpatía, el atractivo que como una aureola bordea a los que se atreven a demandar respaldo y sostén basados en su carisma o en la consistencia de sus ideas y propuestas.
Algo está pasando en el tejido comunicacional que trastoca lo necesario y pertinente por lo conveniente que agrada a las mayorías y desaconseja contradecirlas, so pena de lastrar el proyecto o sembrarlo de acechanzas. Siempre debió el aspirante o el catapultado a la cima del poder, gustarle al común o a las huestes del partido o de la tendencia religiosa o racial, a las élites o en suma a los cuerpos decisorios y salvo los reyes por sangre fue así, pero arribar significaba asumir y ser asumido como el director y ejecutante de la decisión y luego seguirlo y acatarlo.
Roosevelt marcó desde el comienzo al poder de su impronta personal y aun cuando conectó espiritualmente con el común, el de la calle, enfrentó a los otros poderes y élites para darle a su ejercicio un carácter y una orientación distinta a lo que hoy percibimos en los distintos teatros del Ejecutivo. Kennedy trascendió al demandarle a sus compatriotas responder una pregunta que encerraba la clave ciudadana por excelencia: ¿cuánto estás dispuesto a dar a tu país antes que demandar qué te ofrecería tu nación? Mismo sonido evocamos en Churchill, que perderá incluso las elecciones después de ganar la guerra ante Atlee, para luego volvérsele a distinguir con la confianza y el poder. Eran hombres que tenían que proponer y mandaban aun a riesgo de ser impopulares. Hacían lo que había que hacer.
Recientemente, la administración del bajo psiquismo societario, los complejos profundos, las escondidas frustraciones, las taras de la desigualdad son reflotadas para construir un discurso cínico y electoral que sirva para ganar y gobernar en detrimento de todo y contra los parámetros de los derechos humanos o los controles del poder. El lado obscuro incluido proporciona no lo mejor del ser humano sino sus egoísmos, apetencias, tentaciones y veleidades, para con esos vientos y arenas mezclar y traer estos lodos que cuestionan los principios básicos de alteridad, solidaridad y humanismo.
En Venezuela hemos visto el gigantesco desplome de todo un país como una gruesa lápida blanca polvorienta entre los aullidos de la demagogia y la frivolidad de sus conductores. De ser el Estado con mejores perspectivas macroeconómicas hace tres lustros, solo queda una economía agonizante, reducida a su mínima expresión, una moneda envilecida y unas finanzas públicas quebradas. Una diáspora creciente empapando al mundo de sus lágrimas y tristezas y el descerebramiento de una sociedad otrora reconocida y prometedora.
Perniciosos los programas como el de la Misión Vivienda no por su destino ni por lo que pudo ser su costo, sino por lo que trajo como desorden y corrupción. Así las otras misiones vendidas como política social en lo educativo, sanitario, salud pública y solo pensadas y desarrolladas para alienar y enajenar al pobre pueblo ignorante.
Vende más entre los hombres lo malo que lo bueno, pero el progreso se logra construyendo contra esas tendencias presentes en lo que somos y fragua con disciplina y sobriedad de espíritu la prevalencia de la virtud que edifica. De allí que pueda decírsele al poder especialmente que la responsabilidad consiste en la autolimitación y la ética del poderoso comienza cuando se desprende de lo que él mismo pesa, gravita por sí y cuando asume que él es todos, es nosotros.
Populismo es anomia, desconstitucionalización, contumacia, desorden que corroe la institucionalidad y se cimenta en la acción que complace al primitivismo. Facil es pues recurrir a ese argumento, pero se pagará un costo grande en las bases mismas de la calidad democrática y en el envilecimiento societario.
Hoy Venezuela sufre, llora, se desinfla, se vacía, se deprime y de esa situación surge un liderazgo y una propuesta imputados y juzgados por un crimen mayor, la traición a su patria.
@nchittylaroche