“El objeto de toda asociación política
es la conservación de los derechos naturales
e imprescriptibles del hombre.
Esos derechos son la libertad, la propiedad,
la seguridad y la resistencia a la opresión”
Artículo 2 de la Declaración de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano del 26 de agosto de 1789
No es ocioso recordar que la sociedad y el Estado son asociaciones políticas y, desde luego, cabe para ambas estructuraciones el celebérrimo aforismo latino que reza así: “Ubi homo, ubi societas, ibi ordo, ibi jus”. Siendo así entonces agregaremos que la vida común demanda y construye un elenco de relaciones normativas sustentadas en los objetivos pretendidos de coexistencia y seguridad de un lado y del otro, desarrollo de la personalidad basada en la voluntad y el discernimiento de cada cual. Por eso se infiere que la libertad tiene un límite ante ella en las demás entidades, libres también, y en la comunidad igualmente.
Acabamos de presenciar una consulta electoral que se zanjó con una nueva victoria del gobierno. Como la de gobernadores, la elección municipal reciente fue objeto de ventajismos y maniobras por parte de un CNE muy lejos de ser imparcial y es comprensible pero no justificable que aquellos que aceptaron participar en octubre, ahora se escurran en la amargura anómica y se abstengan de votar. Objetivamente vistas las cosas, la estrategia del oficialismo se evidencia acertada. Aprovechan a una oposición dedicada a insultarse y odiarse, dirigida por una legión de residentes en el exterior y por unos dirigentes partidistas que llamaron a no votar, pero postularon aquí y allá candidatos. Ya sabemos el resultado.
Paralelamente; el país surfea entre las olas del fracaso y la desesperanza. Económicamente, la hiperinflación nos desfigura a todos, pero a los más pobres los vemos ceder su alma ciudadana a cambio de míseras bolsas CLAP enajenados en los complejos sociales que el difunto inculcó en su discurso populista y demagógico. Deserción escolar, abandono sanitario, desnutrición, hampa, corrupción, escasez, hambre son acicate para emigrar de los que se atreven y las instituciones apestan de ideologismo, personalismo y mediocridad. El chavismo demolió a Venezuela y amenaza con acabar la faena salvo que hagamos algo para evitarlo.
Siento pena, vergüenza ajena al advertir que son los desvalidos, carentes, precarios, los que más pasan hambre, quienes sostienen esta caterva de incapaces y deshonestos, a sabiendas de que han arruinado al país y a ellos mismos, a sus hijos y nietos. Otros cual sanguijuelas, adheridos al aparato público, articulan un no hacer nada o hacerlo mal en una administración pública despilfarradora pero incompetente. En ese grupo hay profesionales y estudiantes que saben del pandemónium, pero se hacen los pendejos. En cualquier momento les toca algo y con eso viven.
Pero una mayoría que ha guapeado, anda en el extravío de una autosegregación que la flagela. No quieren ser como otros que son como ellos, pero piensan distinto y por eso los apartan o los agreden. La MUD acertó a veces, falló también en ocasiones y la han convertido en el blanco de su bajo psiquismo. Critican todo, nada les complace, la sospecha sería lo mejor porque en realidad juzgan primero y condenan sumariamente. Nadie se salva del anatema. El peor mal es el endógeno.
Entretanto, el chavismo ríe y se burla. Ellos pueden hacerlo peor y lo harán. Postularon algunas y algunos sin ningún mérito o calidad salvo la condición de camarada. Ya no les queda un trazo de pudicia o escrúpulo. Y celebran que ganaron para seguir el festín corrupto de los facinerosos.
La unidad no es un acto de magia ni tampoco es posible construirla sin asumirla como un deber, desde luego, para verla y tenerla como clave en la obra de oponerse a la opresión y vencerla. Ese es el quid, no otro. Debemos tragar arena a veces, pero solo la unidad nos redimirá del averno sórdido en que nos encontramos. Comencemos pensándolo de nuevo. Perdonando y perdonándonos nosotros mismos. Tenemos derecho a esa lucha y el deber de no cejar en el esfuerzo.
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