“Yo amo el miedo que la humanidad tiene de sí misma”. Bataille
La lengua es la más sensible y traviesa, quizá, de las habilidades con las que cada ser humano se dota y en varios casos algunos poliglotas se exhiben francamente privilegiados.
Poder comunicarse de manera fluida con cualquier persona es una calidad de la que se pueden ufanar pocos y, claro está, me refiero a los idiomas más comunes porque nadie en la tierra los conoce y los ejercita todos.
Empero lo afirmado, el lenguaje trasciende los límites del habla en el proceso de comunicación entre los congéneres. Una seña, un gesto, un movimiento de manos, una expresión puede señalar, notar, indicar tanto o más que unas palabras.
Incluso las ciencias se esmeran en distinguir y reconocer una lista de vocablos, denominaciones, pautas procedimentales, que son tan específicas como excluyentes, siendo que contienen elaboraciones y conceptos que escapan al común y solo facilitan los intercambios entre los fieles o elegidos.
Una conversación de médicos, especialistas, filósofos, matemáticos, físicos, químicos puede alcanzar un nivel de peculiaridades que prive a los profanos de comprensión. Así, pues, nos vamos dando cuenta de la riqueza de los idiomas a los que se suma la jerga de algunos, la jerigonza de otros y, todavía más, el significado de los tiempos, y me refiero a la incidencia que en los marcos culturales y lingüísticos tienen las palabras, frases, locuciones verbalizaciones y que pueden diferir parcial o totalmente de una época a otra. El estudio de Maquiavelo de los doctos de la Escuela de Cambridge descubrió y reorientó la interpretación que de sus textos se tenía. Si agregamos a Wittgenstein y más recientemente a Koselleck y a Gadamer, además del inmarcesible Ferdinad De Saussure que, como dirían los muchachos, en su coloquial expresión actual en Venezuela, es el papá de los helados, imaginémonos cuánta complejidad.
La digresión que aparentarían los párrafos previos no es sino un preámbulo que nos permitimos para abordar lo que consideramos una constatación pesada a digerir, pero de inocultable pertinencia. Se trata de una afirmación recogida en la calle, de una dama mayor, típicamente de clase popular, con acento maracucho, pero no por ello poco veraz. “Se ha perdido el respeto y solo sabemos de humillaciones… Para el gobierno no somos nada, no valemos nada, somos menos que caca”.
Respeto… significa valorar a los demás, acatar su autoridad y considerar su dignidad. El respeto se acoge siempre a la verdad; no tolera, bajo ninguna circunstancia, la mentira, y repugna la calumnia y el engaño. El respeto es garantía de transparencia. Así reza la definición de Yahoo, que adolece a nuestro juicio de profundidad, pero que recoge, de primera mención, el sentimiento más común al respecto.
El vocablo, en el lenguaje ordinario, es esquivo en cuanto a su significado. Depende del uso que de él se haga. Los franceses admiten una cierta solemnidad en su uso y una correlativa sumisión, aunque también se usa en sentido contrario, como una irreverencia que contenga un movimiento del espíritu que se atreve, es audaz, aunque no temerario.
No pretendo alardear de lo que no puedo ni quiero. Llamo la atención sobre la articulación que en lenguaje tienen algunas palabras y el contexto en que se expresan. Cambian los usos y los significados porque caen en obsolescencia, pero en otros casos se resalta su contenido comunicacional. Para hacerlo más claro, suelo recordar cómo en mis distantes tiempos de bachillerato y universidad llamábamos a aquellos ágiles y versátiles, rápidos, “avispados”. Luego al hacerse más rara la avispa y menos presente, les decíamos “mosca” y nuevamente gira corrige el lenguaje y pasa a “pilas” para calificar o advertir en sí o en el otro esas mentadas cualidades de viveza, prontitud, presteza, para moverse y actuar aprovechándolo todo.
El respeto también conoce ese devenir que lo decanta y lo precisa como un elemento del intercambio social que notamos, apunta ahora, hacia lo que incluso los modestos conocen como estima, deferencia que distingue a algunos, pero distante de la lisonja o pleitesía para no derivar a adulación que solía acompañarle e incluso lo completaba.
Todavía más: la noción de dignidad de la persona humana, su condición de iguales ante la ley y la consideración hacia sus conductas éticamente impregnadas evoluciona en la dirección de valorar mejor sus rasgos de humanidad, entendido el sentido o la pragmática de la frase, como consciencia de alteridad. “Trata a los demás como quieras que ellos te trataran a ti por encima de cualquier otra situación”. Mídete midiendo a los demás.
El respeto no solo se ofrece a otros, sino que reclama la consideración de sí mismo. En efecto, ¿cómo apreciaríamos a los condiscípulos, correligionarios, conciudadanos si no lo hacemos previamente con nosotros mismos? Reconocerse persona y susceptible de dignificación en el sentido cristiano del término nos lleva a exigirnos, y al mundo que nos rodea, un trato acorde con nuestra cualidad.
Pobres o ricos, blancos o negros, altos o pequeños, ministros o secretarias, curas o feligreses nos sabemos y los sabemos a ellos sin más que pensar o investigar o acabar, personas dotadas de dignidad y desde luego, formando parte todos de la humanidad que nos acoge y reúne en el rebaño de Dios.
Admite la política una reflexión en paralelo, sobre si compatibiliza, o niega su ejercicio, la impronta ética propia de la visión humanista de la condición humana. ¿Hay acaso una ética del quehacer político? Sin profundizar diré que así lo creo, pero siguiendo a Weber evocaré que nuestro desempeño se nutre de nuestras convicciones sin dejar de lado nuestra responsabilidad.
Mi actuación implica siempre a los demás, los impacta de alguna forma, pero, si tengo a mi cargo, formal y materialmente, asuntos que me trascienden y se relacionan con la comunidad, mi perspectiva debe ser diferente. El político asume una condición de servidor público, de la que no puede prescindir en ninguna circunstancia. En alguna forma tu alma se juega en un teatro social y no en el personal.
El respeto a la nación, entonces, ha de ser visto como el deber más importante y la calificación del desempeño. Cuando tus decisiones y gestiones comprometen al común, desarrollan necesariamente una axiología de tus acciones, una ponderación distinta, una entidad trascendente, per se.
Si lo que hago ayuda a los demás o los perjudica es una estimación que no debería permitir subjetivismos mayores, autobenevolencias, presunciones que alimentan nuestra vanidad simplemente. Ese juicio, esa respuesta a la interrogante, es capital. En ella me va todo, salvo que el poder engreído, petulante, arrogante, me condicione y me insensibilice ante mi obligación de respeto a mi gente, mi compromiso de servicio, mi ética como dirigente.
Decir la verdad es un imperativo de respeto elemental y asumir las consecuencias de mi desempeño fragua una responsabilidad fundamental. De allí que se haya hecho un esfuerzo en el camino de la responsabilidad y la responsabilidad, con miras a salvaguardar el juramento de servicio como otra suerte de máxima a seguir siempre.
No necesitamos volver a diagnosticar el estado de la nación que sabemos agoniza cada día, víctima de todas las patologías, pero en particular la ruindad, la pobreza, el atraso, la corrupción, la irresponsabilidad y la impunidad. Un cerro, un montón de números e informes así lo confirman; el mundo todo lo repite y nosotros lo padecemos cotidianamente. ¡El chavismo madurismo va a la antología del peor gobierno de la historia del mundo!
Vuelve a mi consciencia la dama zuliana que se sintió degradada, menoscabada, irrespetada y reclamó con comprensible ira, el desconocimiento, la negación de su condición de persona humana. Hago memoria de los detalles de su dicción y del énfasis que puso al acotar vivir en humillación. Para ilustrar el rostro de Levinas, concluía que para este gobierno chavistamadurista, el compatriota y, ella lo representaba, había perdido todo valor, menos que caca terminó con dolor de ofendida, vejada, violada en su condición humana.
La revolución de todos los fracasos navega en la ilegitimidad de desempeño en el Estado fallido, en la abyección espiritual y su permanencia es solo para humillarnos más. Deben irse por simple respeto a los venezolanos.
@nchittylaroche
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