Que el régimen tiene casi veinte años transitando el camino  que conduce al totalitarismo, no caben dudas. Que ha ido repitiendo a diario todos los métodos del estalinismo para imponerlo, tampoco caben dudas. Que  todos sus pasos han sido dados de acuerdo con un plan que cada día se hace más siniestro, lo podemos ver en el estado de ruina al que han reducido al país en lo económico, en lo político y en lo moral.

Comenzaron diciendo que derrotarían la corrupción, y la corrupción creció y no precisamente como la espuma. Que juntos construiríamos la verdadera democracia protagónica, y lo que hicieron fue matar a la democracia utilizando las armas de la democracia. Dijeron  que el verdadero poder residiría en el pueblo, y la verdad  fue que el poder se concentró en las manos de un solo hombre que decidió que él era el pueblo. Dijeron  que la Constitución había sido hecha a la medida de los sueños de la gente, y la realidad es que fue hecha  a la medida de los sueños de un déspota. A fuerza de llenar los espacios con discursos que prometían freír las cabezas de quienes,  según ellos, habían sometido al pueblo al oprobio y la indignidad, lograron despertar al rojo vivo el resentimiento. Se declararon vengadores y el pueblo les creyó. Entonces las barriadas se llenaron de serpentinas, se iluminaron los templetes en cada esquina con el ánimo y la disposición de quien espera los frutos prometidos; sin embargo, pasaban los años y a cambio de las migajas que recibían, ese pueblo comenzó a advertir que a cambio de unas migajas les fueron cerrando la libertad y  todos los caminos que conducían al sueño prometido.

A lo largo de estos años y cada día el régimen  ha hecho honor a la perversidad con la deliberada intención de lograr el total sometimiento de la población con métodos estalinistas. Métodos que hacen daño, que ocasionan  sufrimiento, hambre, represión, que humillan, hieren, agreden y hacen la vida imposible,  no solo a la disidencia que protesta sus métodos, sino a su propia militancia, tal como lo expresan a diario, cada vez con voz más ronca y desafiante, los chavistas de a pie. A ellos los encuentro en muchas partes, a toda hora, todos los días cada vez en mayor número. Cuando voy al mercado, a la panadería, a la farmacia, al hospital, o entro en  alguna oficina pública para hacer las diligencias que imponen los excesos de controles tan propios de los gobiernos comunistas, están allí como almas en pena. 

Son fáciles de reconocer porque andan con la mirada perdida en la sorpresa, en el desencanto y la incredulidad que les produce la funesta destrucción del país a manos del castrocomunismo. Aquel viejo orgullo  de ser “revolucionarios” que exhibían con desenfado quedó  reducido a una mueca patética llena de impotencia, cada vez que escuchan decir que tales o cuales medicinas  no las hay, cuando constatan cómo se les va  la vida, y sus días se llenan de amargura al escuchar los precios inalcanzables de las cosas, gracias  a las políticas de su propio gobierno, el mismo que ellos ayudaron con su voto, creyendo en sus promesas, siempre incumplidas.

Es lógico que esos chavistas de a pie se sientan burlados a diario o cuando ven y sienten como una brutal burla el desparpajo con que los conductores del desastre, se refieren al Estado potencia, mientras el país se ahoga en ruinas; cuando hablan de prosperidad, y lo que ven es el imperio  de la pobreza y el hambre;  cuando hablan de paz, mientras los colectivos rondan con sus armas por las calles a la caza de la menor protesta; cuando hablan del cambio de paradigmas y un hombre nuevo, cuando lo que se ve es un regreso a la dictadura y al mismo  militante de la izquierda resentida de cualquier tiempo, pero ahora en el poder y protegido por la impunidad.   

Esos chavistas de a pie, burlados a diario por “líderes” mentirosos, insensibles e incompetentes, habrían querido responder a las voces que niegan la “revolución”, pero no tienen argumentos. Hace mucho tiempo que el catecismo revolucionario que les enseñaron para las excusas, perdió credibilidad. Saben que lo que hay es engaño y mala fe. Ya son muchos años padeciendo en carne propia la inocultable indiferencia de la cúpula gobernante por sus problemas, para creer en una fábula  comunista mal contada.

A la hora de la ideologización de las masas, el aparato oficial parece haber olvidado que las masas saben lo que realmente sucede y que les es  muy difícil aceptar el desencanto que producen tanta promesa incumplida, tantas mentiras y excusas repetidas hasta la desvergüenza, de un gobierno tratando de ocultar sus propias culpas.

Siempre recurrieron a métodos que reúnen en un solo cuerpo el halago y el regalo y la amenaza, bonos para calmar, distraer y comprar conciencias, las bolsas CLAP para los más leales, invención de Stalin que produjo millones de muertos en Ucrania, luego las ligó al carnet de la patria, instrumento que esconde toda la perversidad del totalitarismo, el mismo que pretende anclar a la compra de repuestos, gasolina, y que luego irán anclando a las medicinas, y a todo aquello que genere angustia en la gente,  de acuerdo con el libreto diseñado para el sometimiento.   

La gran verdad es que no es posible para aquellos chavistas de buena fe que pasaron del engaño a la humillación tener que repetir lo de la guerra económica, el sabotaje, el imperio y la contrarrevolución, el cuento de los enemigos internos y de los externos, cuando a los ojos de todos las políticas,  anunciadas con bombos y platillos cada vez que las fueron a aplicar, fueron cayendo pulverizadas por el más rotundo fracaso. Para ellos no hay consuelo,  ni perdones, ni olvidos posibles. El desastre ha sido demasiado grande, por eso están tristes, llenos de desencanto y también de rabia. Y es que descubrir el largo engaño al que han sido sometidos al ver cómo, con las alforjas repletas de dinero provisto por la descomunal renta petrolera, en  su “revolución” colapsaron el sistema de salud, la educación, la seguridad, las carreteras, la energía eléctrica, la agricultura y la cría, al mismo tiempo que veían crecer de manera desmedida el desabastecimiento, el costo de la vida, la inseguridad, la represión y gracias a la corrupción, las inmensas fortunas, de quienes les decían que ser rico es malo, ha tenido que ser una decepción muy grande.

La mayor desgracia fue haberse topado con la amarga verdad de ver cómo un país como el nuestro, dueño de la más grande reserva petrolera del mundo, su revolución con el uso de un silbato, se apropió de Pdvsa y  la hirió hasta dejarla en estado de coma, y a la población venezolana, sin gasolina.

Por supuesto que una realidad semejante da lástima, frustración y vergüenza. Por eso el grito: “Cambio de gobierno ya” se va haciendo todos los días más presente en sus propias filas con una fuerza que solo puede ser controlada con una represión salvaje.


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