Nadie sabe a ciencia cierta cuál es el tamaño de la deuda que Venezuela mantiene con China a esta fecha. A Caracas no le interesa que se conozca el sustantivo nivel de dependencia que ese país se ha fraguado a través de dos décadas de interacción, desde que Hugo Chávez emprendió su agresivo plan de acercamiento con Asia.

Tampoco le conviene a Pekín que se especule sobre el altísimo tenor de exposición que su economía tiene del atrabiliario gobierno venezolano, ni mucho menos la irresponsable holgura con que los endeudamientos han sido manejados de lado del acreedor.

La realidad es que difícilmente podían los agentes financieros chinos imaginar la desastrosa deriva que tomaría el país bajo el gobierno de Chávez. Este le entregó a Nicolás Maduro en 2013 una realidad económica que entraba en un inevitable despeñadero a pesar de que los precios del petróleo continuaban a 100 dólares el barril. Ya para ese momento China estaba comprometida hasta el gorro con el futuro del país y, más que nada, con el futuro de la estatal Pdvsa. Más de 50.000 millones de dólares habían sido dispuestos para empréstitos a Venezuela.

Con cargo a los ingresos de esa empresa se llegó a armar todo un tinglado de coinversiones y financiamientos con los chinos en los sectores de construcción de infraestructura, inversión eléctrica, transporte, recuperación de refinerías, sector automotor y otras industrias cuyo destino ha sido la paralización o la quiebra. 

Lo que comenzó como una suerte de cooperación razonable entre un país pequeño pero rico en hidrocarburos y el gigante asiático acabó convirtiéndose en un quebradero de cabeza para ambos lados de la ecuación. Solo que le corresponde hoy al lado fuerte de ese binomio, al lado chino, ponerle un alto al desangramiento y tratar de rescatar del ahogado el sombrero.

Las cifras envueltas son de significación, pero lo es por igual la contaminación que los negocios chino-venezolanos pudieran haber adquirido como consecuencia del bandidaje que es ley en Venezuela y particularmente dentro de la industria petrolera. Esta es otra arista de los negocios binacionales que aún no aflora, pero de la cual deben estarse haciendo cargo con seriedad investigativa en la capital del coloso de Asia.

Una de las características más resaltantes del gobierno de Xi es la que tiene que ver con su lucha a brazo partido con la corrupción. Sabe Dios con cuántas sorpresas pueden estarse encontrando dentro del maremágnum de adquisiciones y contrataciones amparadas por los acuerdos bilaterales de cooperación y financiamiento.

El caso es, pues, que la banca china lleve tiempo resguardando sus espaldas sin conceder nuevos créditos ni prorrogar líneas de crédito a Pdvsa y al país. Ahora, tal como lo señala un despacho reciente de Reuters, tampoco extenderá el período de gracia por un endeudamiento de 19.000 millones de dólares concedido a Venezuela hace 2 años, dentro de la expectativa de la recuperación de su economía.

Para China, el sensible incremento de los precios del petróleo que ha intervenido desde entonces debería haber colocado al gobierno de Maduro en una mejor posición para atender sus compromisos financieros. Pero la declinación en la producción y refinación ha sido superior al incremento del precio del barril. El gobierno está urgido de toda la liquidez capaz de ser provista por Pdvsa para los compromisos diarios de la dinámica nacional y sobre todo para poder para alimentar a su menguada población. Así pues, la noticia llega a Caracas en la peor de sus coyunturas.


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