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El débil poder del dictador

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La visión de los dictadores que usualmente compartimos los comunes mortales es que se trata de individuos poderosos, imbuidos de una seguridad superlativa que les hace creer que pertenecen a una estirpe de gigantes. Son hombres que no dudan cuando ordenan, que no les tiembla la mano para definir el rumbo que deben tomar las cosas, que no titubean en eliminar a quienes los adversan, que desconfían de todos los que los rodean y, aun así, se cargan de responsabilidades superlativas y observan el futuro desde un pedestal donde se sienten héroes.

Alguien me dirá que no todos son iguales y que no existe comparación posible ni entre las personalidades ni entre las ejecutorias de Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Aleksandr Lukashenko, Bashar al Asad o Xi Jinping.

El fundador de Geopolitical Futures, el analista político húngaro George Friedman, acaba de avanzar una nueva tesis de acuerdo con la cual el dictador chino es muy diferente a otros de la misma casta totalitaria. Mientras en otros lugares del globo el dictador es una manifestación de fortaleza, en China la de Xi sería más bien una expresión acabada de debilidad, y es esta la que lleva al líder a ungirse con todos los poderes. De allí que el politólogo afirme con contundencia que la fortaleza del “emperador” Xi no es más que una fachada.

Las purgas internas que ha estado acometiendo el presidente, con la excusa de limpiar el Estado de corruptelas solo ha sido una fórmula segura de poner a un lado a aquellos que dentro de su gobierno aún siguen fieles a las tesis de Den Xiaoping de quien él es un apasionado adversario. ¿Es esto un signo de poder o un síntoma de debilidad?

Lo mismo le estaría ocurriendo tanto en el terreno de la diplomacia donde tiene detractores como arroz que se inclinan hacia una mayor internacionalización del país mientras el mandatario proclama un nacionalismo incomprensible. Y otro tanto pasa con la elite económica, los líderes regionales, los profesores y los funcionarios del servicio exterior, quienes se manifiestan en contra de sus medidas económicas para relanzar la dinámica de crecimiento del país. En este campo le sobran opositores duros pero callados, porque la disidencia también se paga con la exclusión.

En todo caso no parece que fuera Xi el hombre que tiene todos los hilos del país en sus manos, sino un inteligente y astuto malabarista que se percata de la naturaleza de la fractura que se va creando en la medida en que la ausencia de libertades y la asfixia a la iniciativa se va consolidando bajo su mando. En los días pasados fueron los veteranos de guerra quienes exasperaron al gobierno central al manifestar su descontento por el bajo nivel de sus pensiones. La reacción oficial, de nuevo, fue la de pisotear el descontento.

La represión no es, pues, signo de fortaleza sino de debilidad, y la acumulación de poderes omnímodos y eternos es otra manera de protegerse contra la natural evolución del pensamiento libertario en un país que hoy se encuentra expuesto al mundo. El absoluto control de la prensa es otro elemento que alimenta el fervor de la disidencia y no es más que una manifestación adicional de la débil deriva del gobierno.

Si lo anterior fuera poco, la medición de fuerzas que protagoniza el señor Xi con Estados Unidos no contribuye a calmar las aguas, sino a inocularle inseguridades al líder de Pekín. En este específico terreno es donde el reclamo a su pueblo y a sus funcionarios por una absoluta lealtad al gobernante, lo que acaba de ocurrir con altos decibeles y en forma pública, se torna exagerado y, al mismo tiempo, patético.

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