Con Belice pasa con frecuencia: olvidamos que es una de las naciones soberanas de Centroamérica. En mi criterio, son múltiples las razones que explican este fenómeno. El primero que debo mencionar ahora es que, hasta 1973, se llamó Honduras Británica. Era una colonia del Reino Unido. En las negociaciones para obtener su independencia, aquello fue un primer paso: adquirió el nombre de Belice (o Belize, en inglés). De hecho, cuando el famoso huracán Hattie literalmente destruyó Ciudad de Belice, el nefasto 31 de octubre de 1961, los diarios de América Latina referían el suceso como “tragedia en la Honduras Británica”. Ciudad de Belice, también llamada Puerto Valiz, fue devastada. Obligadas por lo ocurrido, las autoridades tuvieron que trasladar la capital a Belmopán, que había sido construida en 1960. Desde entonces, aunque es la tercera ciudad en población de Belice, se ha mantenido como la capital del país.
Belice logró su independencia plena en 1981. Es un territorio de casi 23.000 kilómetros cuadrados, en el que habitan alrededor de 390.000 personas. Aproximadamente, 70% de la población tiene menos de 35 años. Aunque en el uso corriente de las lenguas predominan el español y el criollo beliceño –se estima que casi 80.000 personas son hablantes nativos de esta lengua–, la lengua oficial es el inglés.
Puesto que se trata de un territorio pequeño, cuya población total es comparable con la de cualquier ciudad pequeña de América Latina, y que todavía hoy está bajo el influjo de Inglaterra, seguramente se ha mantenido la percepción de Belice como una nación ajena o separada del concierto latinoamericano. De hecho, aun cuando la independencia se firmó en 1981, entonces se ratificó que el régimen continuaría como una democracia parlamentaria, fundamentada en el Sistema de Westminster (que fue el tipo de régimen adoptado en muchas partes del mundo, como una fase hacia la independencia total de las antiguas colonias británicas). Al menos nominalmente, Isabel II del Reino Unido es la soberana del país. Su filiación hacia Inglaterra se sintió de forma muy tajante y sorpresiva durante los intensos debates que se produjeron en 1982, a propósito de la Guerra de las Malvinas. Cuando se produjo la histórica votación en la Organización de Naciones Unidas, mientras los representantes de América Latina, como un solo bloque, respaldaron la posición de Argentina, Belice emitió su voto en sentido contrario: el archipiélago de Las Malvinas debía reconocerse como territorio bajo la soberanía inglesa.
Quien revise un mapa de Centroamérica verá al pequeño territorio ubicado a la derecha de Guatemala y al sur de México. La totalidad de su territorio costero mira hacia el mar Caribe. Su economía, muy pequeña por razones obvias, tiene, en primer lugar, un fundamento agrícola y agroindustrial. La caña de azúcar, el plátano y los cítricos son sus principales productos de exportación. En las últimas tres décadas, el turismo ha crecido de forma vertiginosa, al punto de erigirse como un factor de peso en la economía de Belice, equivalente a 40% del PIB. Además, el turismo genera entre 45.000 y 48.000 empleos, lo que equivale a un tercio de la población activa. Otros ámbitos como el comercio, los minerales, las exportaciones de alimentos de origen marino y una modesta producción petrolera, son otras de las actividades económicas que tienen alguna relevancia.
Como es común en los países de la zona, Belice es un país con altos indicadores de pobreza. Las estadísticas disponibles no son del todo confiables, por fallas que ocurren a distintos niveles. De acuerdo con distintos documentos, por lo general elaborados por entidades foráneas, entre 35% y 50% de la población vive por debajo de la línea de la pobreza (es decir, familias que no cuentan con un ingreso mínimo para acceder a los alimentos y servicios básicos, y que viven con menos de 1,9 dólares al día). Unicef, en un reporte de 2017, señalaba que alrededor de 20% de los niños padece desnutrición, en algún nivel. La organización Salud por Derecho, en un estudio sobre la capacidad de los países de América Latina y el Caribe para responder al VIH, llamaba la atención sobre el caso de Belice, que solo dispone de 36% de los recursos necesarios para estos fines.
En medio de este campo de dificultades, los indicadores de violencia están entre los peores del mundo. En los últimos años, Belice se codea en los primeros lugares de la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes, junto con Honduras, Venezuela, El Salvador y Guatemala. Periodistas que han visitado el país en años recientes han narrado que es común escuchar la frase, entre los habitantes del país, “en cualquier momento puedes morir”, con resignación. En Belice hay un historial de asesinatos, a veces sin explicación alguna, ante los cuales las autoridades lucen impotentes. En el año 2012, de acuerdo con lo documentado por la ONU, en el pequeño país se cometieron 146 asesinatos, lo cual habla de la gravedad de la situación. Esto equivale a una tasa de 44 muertes por cada 100.000 habitantes.
Pero esta cuestión es, si se quiere, uno de los rostros de una problemática todavía más profunda y peligrosa: la utilización de Belice como zona de alivio, refugio o estación de paso para el narcotráfico, pandillas de Guatemala, Honduras y El Salvador, y para bandas de narcotraficantes de México. Algunas de las islas de Belice –que tienen un valor incalculable para la humanidad porque se trata de enclaves coralinos– se usan para operaciones de tráfico de drogas, armas, maderas, especies exóticas y hasta personas. Expertos en seguridad han advertido que la ubicación geográfica de Belice es estratégica para recibir droga proveniente de Suramérica, especialmente cocaína, que luego continuará hacia México y Estados Unidos. Y algo más: hay denuncias que advierten que en Belice se han refugiado terroristas buscados internacionalmente.
De forma semejante a lo que ocurre con sus vecinos más próximos, los países del llamado Triángulo Norte de Centroamérica –Guatemala, Honduras y El Salvador–, donde las bandas dedicadas al narcotráfico y a otros ilícitos han logrado penetrar al sistema judicial y a los cuerpos policiales, la impunidad y la corrupción han contribuido a la proliferación de la violencia, que afecta especialmente a los jóvenes. Las luchas entre pandillas es una especie de círculo infernal, cuya irradiación afecta a toda la sociedad. Solo en la Ciudad de Belice, cuya población no alcanza a 60.000 habitantes, se enfrentan cerca de 14 bandas. A pesar de algunos esfuerzos recientes, las soluciones parecen pequeñas en relación con la magnitud de los problemas.
Sobre Belice penden algunas amenazas que no deberían desconocerse. Una de ellas es la vulnerabilidad geográfica del país a los efectos del cambio climático, que cada año pone en mayor riesgo la producción de alimentos, vital para la economía y el sustento de alrededor de 40.000 familias. Los ciclos de sequía e inundaciones han venido deteriorando los indicadores de producción. De acuerdo con las estimaciones de expertos, en el último quinquenio Belice ha perdido anualmente un promedio de 3% a 4% de su PIB, como consecuencia del clima. Los agricultores están indefensos, entre otras razones, porque sus modestas economías no les permiten adquirir pólizas de seguro que les alivien en momentos de dificultad. A lo anterior se añade una perspectiva realmente trágica: muchas de las viviendas y la infraestructura de los campos de Belice difícilmente podrían resistir, por ejemplo, un huracán nivel 3. De producirse alguno de nivel 4 o 5, la destrucción sería imposible de evitar.
La otra amenaza es de carácter ambiental y pende todavía sobre la barrera coralina de Belice, la más importante de todo el continente americano y la segunda más larga del planeta, declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco, en 1996. Más de 500 tipos de peces distintos y casi 1.500 especies de fauna marina son parte de ese patrimonio, asediado por la sobrepesca, el turismo depredador y los excesos cometidos por las exploraciones petroleras. En el año 2009 ingresó en la lista de patrimonios en peligro.
Frente a quienes privilegiaban las urgencias económicas de un país pobre, en 2012 se realizó un referéndum promovido por grupos ambientalistas, cuyo resultado fue inequívoco: 96% de los participantes dijeron No a las actividades petroleras en la zona. En diciembre de 2017, el gobierno encabezado por Dean O. Barrow, prohibió las exploraciones petroleras. Seis meses más tarde, en junio de 2018, la Unesco retiró la calificación de patrimonio en peligro, con lo cual la barrera coralina recuperó, de forma plena, su estatuto patrimonial.
El próximo 10 de abril, en Belice tendrá lugar otro hecho que puede considerarse un hito en las disputas territoriales del continente. A 1859 se remonta el reclamo de Guatemala sobre una parte del territorio de Belice, un poco más de 11 kilómetros cuadrados: nada menos que casi la mitad del territorio del país. En abril de 2018, en un referéndum organizado en Guatemala, que apenas alcanzó una participación de una cuarta parte del electorado, 96% de los votantes escogieron someter el diferendo a la Corte Internacional de Justicia. Ahora le toca el turno a Belice, que preguntará a sus electores si están o no de acuerdo en someterse al dictamen de la mencionada Corte Internacional de Justicia.
Huelga decirlo: se trata de un dilema de indiscutible complejidad. De una parte, el triunfo del No supondría alargar una controversia de siglo y medio sin que exista, hasta ahora, otro mecanismo a la vista para solucionar la cuestión. Por otra parte, votar Sí implica someterse al riesgo de perder casi la mitad del territorio, riesgo extraordinario si se piensa en el tamaño del país y la pobreza en que vive una parte de su población.
Los enemigos del referéndum sostienen que Belice, a diferencia de Guatemala, no tiene capacidad financiera para contratar abogados de categoría internacional, que actúen en defensa de sus argumentos. Si la Corte Internacional de Justicia fallara a favor de Guatemala, ocurriría una crisis de proporciones inéditas, un huracán jurídico e institucional, que tendría implicaciones demográficas, políticas, económicas y culturales, sobre la que no existen antecedentes: que, bajo el dictado de un tribunal, una nación perdiera una parte sustantiva de su territorio, y acogiera la decisión de forma pacífica.