No por lejano el ascenso del nazismo y el fascismo fue un tema menor en Estados Unidos de la década del 30. El peligro – como siempre ocurre- era visto desde distintos y contradictorios ángulos. El primero era el económico, Alemania era un mercado importante (entre otros rubros para el cine), el segundo era el ruido y las advertencias que los exiliados tempranos empezaban a hacer aunado a la antipatía que el aspecto bufón de Hitler o Mussolini despertaban y que la barbarie franquista había anticipado. Pero no todo era resistencia. Más de una voz se entusiasmaba con el orden que los modelos totalitarios prometían y que parecían una buena opción a las políticas liberales del New Deal. El más notorio pro nazi era nada más y nada menos que uno de los hijos predilectos de América, Charles Lindbergh, el héroe nacional que había cruzado el Atlántico por primera vez. La historia posterior opacó estos extravíos pero cada tanto volvían a la superficie especialmente en el plano imaginario. Philip Dick con El hombre en el castillo o más recientemente Philip Rolth en La conjura contra América (ambas vueltas miniseries) trazaron ucronías tenebrosas sobre el particular.
David O. Russell es un director interesante. Pertenece a la generación de Mavericks como Quentin Tarantino y Paul Thomas Anderson que en los 90, le dieron un giro fresco, rejuvenecedor y muy taquillero al cine americano. Russel se dio a conocer en 1999 con una comedia bélica llamada Tres reyes, que se tomaba a broma la primera Guerra del Golfo, con un leve toque premonitorio. Lo siguieron dramas intimistas (El luchador, Silver linings Playbook, Joy) o dramas policiales barrocos y retorcidos. Russell siempre tuvo un ojo en el drama y otro en la comedia y en general supo combinar los dos géneros con ingenio y en buenas dosis, con una constante. El desafío callado, quieto, tácito y nunca explícito a los mecanismos del poder.
Tal vez por eso no es de extrañar que esta vez el enemigo sea el fascismo larval en la sociedad americana de los 30. Los tiempos no son fáciles y no hace falta escarbar mucho para descubrir como el miedo, sustrato esencial y arma por excelencia de los resortes autoritarios hace estragos en la cultura de masas actual. Obviamente ese es el blanco de una película que narra la la historia de tres amigos, dos de ellos veteranos de la primera guerra que se conocen en la ciudad del título. Hasta ahí las buenas intenciones. El resto es desconcertante. Un libreto firmado por el propio Russell que no va a ninguna parte y se pierde en diálogos supuestamente ingeniosos, una anécdota que pena por emerger y un tramo final sacado de la galera en el cual una secta de fanáticos pretende darle un 4 de febrero al mismísimo Franklin Roosevelt. Para entonces Robert de Niro ha entrado en acción, pero ni él mismo es capaz de levantar las dos horas catorce de tedio. Uno piensa que el fascismo es una calamidad que se debe enfrentar, pero si estos son los medios, el resultado da miedo. Una pifia monumental para un tema que requiere mucho más empeño, seriedad y compromiso.
Amsterdam. USA. 2022. Director David O. Russell. Con Christian Bale, Margot Robbie, Chris Rock Zoe Saldaña.
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