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Dar el paso

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Polvo eres y en polvo te convertirás, exclama el sacerdote al marcar con una cruz de ceniza la frente del pecador que ayer no más estuvo de parranda disfrazado de negrita o de mamarracho, soltándose el moño con total y persistente desempeño. La cruz de ceniza es un signo sagrado con el que iniciamos cuarenta días de penitencia para alcanzar este Domingo de Ramos y estar preparados para el viernes, el día mas doloroso pero al mismo tiempo más importante de la cristiandad, porque vio morir en la cruz a quien vino al mundo para sacrificarse por los pecadores que seguimos siendo. Son 40 días de recogimiento y de muchos episodios bíblicos: 40 días vivió Jesús en el desierto; son 40 los años del éxodo del pueblo judío para asentarse finalmente en el único lugar de la región donde no hay petróleo. El diluvio también duró 40 días y Noé, el benévolo patriarca, después del diluvio, plantó una viña y, embriagándose, se comportó de forma indecente en su tienda. Cam, al ver a su padre desnudo, informó a sus 2 hermanos, quienes lo cubrieron, pero es probable que Canaán, el hijo de Cam, haya hecho algo que se consideraba irrespetuoso porque el abuelo, al despertar, no solo lo maldijo, sino que lo envió a poblar el continente africano o a comer mangos en las barriadas del cielo.

(Fuera de los textos bíblicos aparecen aquellos cuarenta ladrones que Alí Babá descubrió en una cueva con el botín de sus fechorías. No supo nunca el honrado Alí Babá que su nombre iba a ser confundido con el del jefe de aquellos malhechores: Alí Babá y sus cuarenta ladrones).

En Cien años de soledad, los 17 hijos del coronel Aureliano Buendía ungidos con ceniza indeleble fueron víctimas de un bárbaro exterminio, y el decrépito sacerdote Antonio Isabel apareció una tarde en la casa con el tazón donde preparaba las cenizas del miércoles, y trató de ungir con ellas a toda la familia para demostrar que se quitaban con agua. Pero el espanto de la desgracia había calado tan hondo, que nunca más se vio a un Buendía arrodillado en el comulgatorio el Miércoles de Ceniza.

Y hoy se inicia la Semana Santa. Con ramos de palma que los palmeros de Chacao han bajado del Ávila, la Iglesia prepara a sus fieles. Hoy es un domingo de celebraciones en toda la cristiandad porque en un día como este entraba Jesucristo en Jerusalén en medio del júbilo y las aclamaciones. Pero la Iglesia advierte que es el viernes cuando la cruz se cubre de sangre.

La gloria terrenal de Jesucristo solo duraría hasta ese viernes, pero el suplicio en el Gólgota, un montículo conocido como “el lugar de las calaveras”, con clavos en las manos, en los pies y con una infamante corona de espinas, señala no solo la insólita circunstancia de nacer entre animales de pesebre y la gloria de morir y volver a vivir eternamente, sino la de hacer que el tiempo dejara de ser circular y comenzaran a eclipsarse las numerosas diosas que poblaban la sagrada memoria humana.

Lo que asombra es que con la argamasa de los dogmas, Pedro logró levantar una Iglesia que se mantiene en pie desde hace mas de 2.000 años, sobreviviendo a embates, ciegas intolerancias y graves exageraciones que torturaban los cuerpos para salvar las almas, protagonizando episodios que mejor convendría olvidar. Sin embargo, se ha mantenido a través de los siglos atenta para combatir los ataques y enajenaciones sociales, para limpiar el espíritu y asistir a los desheredados de la fortuna. ¡Nuestros obispos, por ejemplo, no han vacilado en enfrentar con coraje las mezquindades y vandalismos bolivarianos! Ellos son merecedores de nuestro aplauso y admiración.

Lo digo con todo respeto, pero el Vaticano tendrá que dar algunos pasos hacia adelante para que pueda yo recobrar la confianza que alguna vez tuve en él: tendrá que reconocer que si no hay limbo, no hay purgatorio y sin purgatorio tampoco hay infierno; a menos que en lugar de ser un horror idealizado sea el furor de una pesadilla que anida en nosotros o en alguien que creyendo gobernarnos nos maltrata con criminal eficacia. Otro paso sería poner en su sitio a san Agustín, el padre supermachista y doctor de la Iglesia que sostiene que las mujeres no deben ser iluminadas ni educadas en forma alguna, porque, de acuerdo con su doctrina, tienen que ser segregadas, pues son causa de insidiosas e involuntarias erecciones en santos varones. Otro paso sería que el Vaticano acepte que las personas del mismo sexo puedan casarse y construir una nueva y bella familia; considerar que no hay libros peligrosos si están bien escritos y eliminar de su diccionario la palabra “pecado” y sustituirla por otra que no arrastre tan pesada carga moralizante. Que dejen a un lado la fobia sexual, y los curas que me dejen comer carne los viernes santos y no me obliguen a ir a misa porque cuando abracé la fe católica lo hice como un acto y decisión voluntarios. No pretendo ofender la fe de los creyentes. ¡Lo que digo tiene que ver con la lenta burocracia vaticana!

El Vaticano tendrá que superar el paso que dio Armstrong sobre la desolada superficie lunar: si aquel fue un pequeño paso para el hombre, pero un enorme salto para la humanidad, el salto de la Iglesia tendrá que ser mayor: ¡modernizarse! No se justifica que siendo yo un hombre moderno tenga que sostener mi fe en una institución acartonada y envejecida que se opone al sacerdocio de la mujer, condena las opciones sexuales y niega a uno de mis hijos. ¡Entonces, cuando dé el paso también yo lo daré y entraré en la iglesia de mi parroquia los Domingos de Ramos con una cruz de ceniza en la frente!

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