Cierra el año y se inicia otro, sin que para los venezolanos y, junto a nosotros, los cubanos, los nicaragüenses o los bolivianos se advierta un corte del tiempo ominoso que a todos nos engulle. Sin solución de continuidad se une la última hora, la del año viejo, con la del año nuevo, bajo realidades que siguen destruyendo nuestras libertades, que reducen la vida humana a la idea de la animalia, lo que es peor, fracturan todo sentido de identidad en lo social y ciudadano. La anomia es la regla. Hace posible el control totalitario. Y la unidad, como simple respuesta, no es eficaz ni duradera.
En la experiencia de Venezuela, el primer paso para la configuración de su actual estado de cosas tiene lugar a partir de 1999, con el cambio de sus símbolos patrios identitarios. Hasta al Himno Nacional lo desplaza la cantata militar chavista.
La memoria del país ha sido destruida. Si ayer mal contaban los 300 años previos a la emancipación, entre dolores y glorias que tienen como primera referencia a Andrés Bello y a sus pares de la Ilustración civil fundacional, los 200 años posteriores, entre cuarteles y partidos, son arrasados. Se desentierran los huesos del Padre Libertador. Se inhuma al Comandante Eterno, Hugo Chávez, en el Cuartel de La Montaña.
La consiguiente ruptura del tejido cultural y colectivo, incluso familiar, es tarea en la que se empeñan los responsables del histórico despropósito, obra de una colusión y felonía asímismo históricas entre Cuba y Venezuela. La fijan en el imaginario, sobre un supuesto deliberado que mal advierten sus víctimas –el pueblo cubano y venezolano, sus oposiciones o resistencias, suertes de rompecabezas políticos– y que se reduce a exacerbar los apetitos propios a la vida de la naturaleza, que no distingue al hombre de las bestias.
Para quienes dominan el poder en las naciones citadas y que nos preocupan, es inadmisible que el varón o la mujer sostengan el tono de lo humano en sus cotidianidades. Le silencian o desarmonizan, pues saben que las tareas “que la razón del hombre suscita y plantea al mismo hombre, no pueden resolverse sin la razón” del hombre, de su pensamiento libre y concordado.
Cubanos y venezolanos, bolivianos y nicaragüenses hemos perdido la racionalidad para la lucha contra el mal absoluto, pues el mal absoluto nos la aniquila y hace ver que es culpa nuestra. Nos enerva el sentido de la otredad hasta como instinto primario.
La relación con los otros se vuelve desconfianza. Nos atrapa el voluntarismo, el autismo, el militantismo, la brega de trinchera por lo cotidiano, léase, para la mera subsistencia. Y es esa, no cabe duda, la consecuencia vertebral del proyecto que nos domina y mantiene tras las rejas, más allá de las crisis de hambre o de salud que padecemos unos y otros; más allá de quienes, incluso, han entregado sus dignidades para sobrevivir.
Quien se ocupe de revisar lo vivido por la resistencia cubana de los últimos 60 años y observe las formas en que muta, puede constatar que las otras, como la venezolana bajo Chávez y su causahabiente, son un calco al carbón. Lo que es peor, Nicolás Maduro y Raúl Castro ahora se retroalimentan para refinar sus teatros de la maldad.
Quien innova o desafía va al exilio o a Tierra de Jugo, nombre de la añeja hacienda que ocupa en Caracas su cementerio municipal.
Oswaldo Payá impulsa el Proyecto Varela y desafía a los Castro con su propuesta de referéndum, apoyado por Jimmy Carter; pero el régimen le secuestra su idea y la implementa a su medida. Y Payá termina muerto, por tozudo, sucediéndole su admirada hija Rosa María.
Los de la Primavera Negra, por acompañar las sanciones contra el régimen cubano terminan como presos políticos. Y las Damas de Blanco, aferradas a la lucha testimonial y simbólica, son víctimas cotidianas de apaleamientos en la calle.
“Yo no coopero con la dictadura” opta por la resistencia pacífica para el cambio, mientras Yoani Sánchez, que hace periodismo digital desde La Habana y es admirada por Barack Obama, aboga por “cambios políticos y económicos” dentro del mismo régimen. Le importa, por lo pronto, facilitar el “bienestar material” del pueblo.
Guillermo Fariñas prefiere las huelgas de hambre y sufre 11 años de prisión, y el régimen le acusa de mercenario y delincuente común.
Haciendo corta la lista, que es mucho más amplia, después emergen los miembros de Estado de Sats, con Ailer González y Antonio Rodiles, quienes no votan para no votar por más mentiras. Luchan por una Cuba sin castristas. Juntan el arte con el pensamiento.
La enfermedad, por lo visto, es una, y diversas las medicinas que se le aplican, pero no cede. Hace metástasis. Les roba a los nuestros pueblos el alma, les destruye el ánimo. Hay unidad, sí, pero en el sufrimiento, y la desunión la provoca el mal que nos aqueja, mientras reciba oxígeno.
Lo único evidente, lo palmario, es que la unidad alrededor de la animalia, del desencanto, del hambre, de la cuota de poder, del impulso reflejo, es fugaz, poco rendidor; es solo útil mientras sacia, no más allá.
Urge encontrar, en 2019, una idea-fuerza, nacida de la razón, animada por la utopía, susceptible de amarrar corazones, ajena a las corazonadas, que sirva a la verdad, que se mire en los otros y no en nosotros, que procure fraternidad en la acción, sin olvidar, al cabo, que como humanos también somos una especie caída, perfectible, no perfecta.