COLUMNISTA

Cuando la serie cae en el estereotipo

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

House of The Dragon

Después de la obra maestra del capítulo 3, House of The Dragon se ha ido por el tópico de reciclar el manual blasfemo de Juego de Tronos, al concentrarse en la explotación de las clásicas tramas incestuosas que suben la temperatura de la producción, amén del rompimiento de los tabús de la audiencia.

En las primeras de cambio, la princesa Rhaenyra Targaryen sigue descartando a los candidatos que le impone su padre, desestimando las órdenes del monarca y de sus aliados principales, que buscan desesperadamente un matrimonio que fortalezca a la casta dominante.

Jóvenes y señores babosos se presentan ante ella, desfilando delante del trono, batiéndose a duelo en un espectáculo bufonesco y decadente.

La enfermedad física del Rey continúa evolucionando con llagas que semejan una película de terror de Cronenberg, recibiendo las curas de su abnegada esposa.

El guion desarrolla la convención de una fórmula literaria, que se hizo popular por la sífilis y que evoca el “body horror” de péplums eróticos o blandipornos, como Calígula.

Definitivamente, el episodio se despacha como un trámite poco creativo, cuyo arco dramático se dedica a explorar los caminos libertinos del reino, desde la mirada de ella y su tío, Deamon, quienes acabarán juntos en una casa de citas, dejándose llevar por el instinto.

Luego en el castillo, Rhaenyra tienta a su fiel escudero, afirmando su naturaleza promiscua, de cara a los intereses de Viserys I.

A la distancia, la Mano del Rey informa a su majestad de las derivas de la chica, aconsejándole que tome una decisión con ella y su destino.

El Rey parece desbordado por el rápido crecimiento de su hija, la incapacidad a que responda a sus demandas. La princesa se muestra indómita, desafiando el poder de su padre, al unirse con su tío Daemon, lo cual luce como un plan orquestado por el villano de la serie, para desatar un caos favorable a su futuro.

Siendo un capítulo predecible y menos consistente en su confección, el cuarto episodio contiene demasiados clichés que sacan de la chistera de “GOT”, cuando se agotan las ideas: reproducciones teatrales y paródicas de artistas callejeros de los problemas de la corte, visitas nocturnas al lado oscuro del pecado y la lujuria, secuencias estereotipadas de conflicto y pelea verbal, a punta de gritos y dientes apretados.

Una rutina que el escritor ha puesto varias veces en escena, aflorando las contradicciones de sus personajes y llenando el espacio que exige la temporada.

De modo que un bajón de calidad, si lo comparamos con el capítulo anterior, el número tres que viene a ocupar el puesto de la obra maestra de la temporada, por ahora.

Por supuesto, el cuatro es uno de esos capítulos que genera conversaciones, comidillas y memes en las redes. Seguramente, mantiene y sube el rating, dándole de comer a la plataforma.

Sin embargo, el aporte es mínimo en cuanto a lo que sabemos y lo que esperamos de una precuela de Juego de Tronos.

Empieza a redundar la historia, a contar más de lo mismo, por otros medios.

En cualquier caso, hay que verlo para enterarse del chisme, que cosifican los trolles a placer.

A pesar de todo, House of The Dragon despierta un morbo del que carece la políticamente correcta Rings of Power, una épica censurada, adaptada al gusto familiar.

De pronto, a George R. R. Martin hay que reconocerle que rompa con el puritanismo, de doble moral, que abunda en los servicios de streaming.

Nos vemos la próxima semana.