Desgraciadamente hay situaciones lamentables que requieren soluciones drásticas y rotundas, cuya salida no puede postergarse. Es el caso actual de Venezuela, donde Maduro está dejando claro que no tiene pensado marcharse por las buenas y, ante el desgaste de la situación del pueblo, la grave crisis humanitaria, social, económica y política que se está viviendo, la opción de poner fin al chavismo por las malas es una posibilidad que gana más adeptos cada día.
Es evidente que las cosas pueden suceder por las buenas o por las malas. Si por las buenas los chavistas no quieren, como es evidente, tienen que sentir la presión y saber que será por las malas. La situación es insostenible y mejor que prolongarla en el tiempo agravando el sufrimiento del pueblo venezolano es considerar otras opciones y lo cierto es que cada día que Venezuela pasa en esta situación de impasse, la intervención está más próxima.
En nuestra vida cotidiana nos enfrentamos en ocasiones ante la toma de decisiones que nos implican debates morales y nos vemos obligados a elegir entre alternativas que pueden ser cuestionadas por su moralidad o ética. En esas situaciones solemos poner en práctica la teoría de la opción menos mala, es decir, ante el hecho de tener que escoger entre alternativas malas, lo correcto es desechar el mal mayor, para quedarse con el menor.
En el mundo de la ética, esta actitud se conoce como «consecuencialismo», según la cual la bondad de una acción se determina en razón de su consecuencia, algo parecido a los que defienden el dicho que el fin justifica los medios, y que argumenta que cuando el objetivo final es importante, cualquier medio para lograrlo es válido.
Imaginemos un lugar con bebés y leones, donde el domador intenta contener a los leones para que no se agiten y se abalancen sobre los bebés. El domador hará su trabajo para mantener a los leones en su zona y evitar que se coman a los bebés, pero si no es posible frenar a los animales y los bebés corren peligro, nadie dudaría en matar, llegado ese momento, a los leones para salvar la vida de los bebés.
De esta manera se evita la muerte de los bebés (mal mayor), aunque eso implique sacrificar a los leones (mal menor).
Esta es la situación en la que está Venezuela, donde hay que pensar entre elegir entre una intervención militar extranjera y asumir los riesgos de violencia que traerá consigo y las duras represalias del chavismo para afrontar la intervención o prolongar la agonía y el sufrimiento del pueblo entero en la situación actual que aparece estancada, sin salida.
La Asamblea Nacional tiene la potestad de aplicar el artículo 187 en su numeral 11 de la Constitución venezolana vigente que dice que “corresponde a la Asamblea Nacional autorizar el empleo de misiones militares venezolanas en el exterior o extranjeras en el país”.
Por supuesto, todos deseamos que si se produce esta intervención sea lo más rápida y menos sanguinaria posible, pero entre exponer a una minoría y el sufrimiento del pueblo entero, hay que elegir el mal menor, que es, sin duda, la intervención militar extranjera, o lo que es lo mismo, matemos a los leones para salvar la vida de los bebés.
Es el criterio que suelen asumir los gobernantes cuando deben tomar decisiones drásticas en una situación de crisis, así lo hizo Estados Unidos cuando decidió intervenir en la Segunda Guerra Mundial.
En una reciente encuesta publicada, ya la población aprueba a unanimidad esta intervención. 89% de los venezolanos quiere que Maduro salga ya del poder, y además opinan que no lo abandonará pacíficamente (90%). El pueblo quiere que una coalición militar internacional en misión de paz gestione el ingreso de la ayuda humanitaria (89%), que la Asamblea Nacional autorice que misiones militares extranjeras se empleen en el país en virtud del artículo 17 de la Constitución (89%) y, además, están convencidos de que, sin la ayuda de otros países, los venezolanos no lograrán la salida del chavismo (91%).
Salvemos a los bebés, ahora que estamos a tiempo.
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