El 26 de marzo de 2016 escribimos nuestro primer artículo homónimo, para repetir el 27 de septiembre del año pasado. Sé que es pronto para redactar el que corresponde a este año pero el deterioro de la calidad de vida de las inmensas mayorías se está acelerando. Es necesario sumar voces en su denuncia, al mismo tiempo que desarrollamos acciones dirigidas a reducir los daños por medio de ayudas a los más necesitados y con la sustitución de la causa de esta tragedia: el fracasado modelo marxista-chavista-madurista.
No hace falta mostrar estadísticas para advertir la gravedad de este apocalipsis que va adquiriendo características criminales, al sumarle el deterioro de la salud y la inseguridad. Cualquiera con sentido común puede darse cuenta de que vivir con el sueldo mínimo “integral” (2 dólares al mes), único ingreso que posee la mayor parte de las familias venezolanas, es imposible (se necesitan 50 salarios para poder comer). Los productos regulados no alcanzan para todos y no todos pueden hacer colas cuando les toca. El CLAP solo representa 5% del consumo mensual de una familia de 5 miembros. De manera que las supuestas ayudas del actual gobierno no sirven para sobrevivir.
Este modesto artículo anhela mostrar –desde la perspectiva de un profesor de clase media empobrecida– algunos ejemplos de lo que está padeciendo más de 90% de los venezolanos, aunque sabemos que solo representa una partecita de la realidad. Sin duda los que viven acá lo saben pero siempre debemos dejar testimonio para la diáspora y para la historia.
Hace tres años pude percibir la generalización del hambre, y ahora con la hiperinflación solo una minoría de la minoría puede comer con normalidad. Todo es precariedad, todo siempre está guindando de un hilo como la sandalia del niño Jesús en la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. El Estado-PSUV ya no ofrece cifras, muy probablemente porque son de fácil refutación, aunque no deja de repetir sus mentiras: que con ellos todo es mejor o que sin ellos podría ser peor. Solo nos queda abrir los ojos o simplemente escuchar nuestro estómago. Mirar el desespero y la desesperanza. Vivir esa tragedia que es “comer” y seguir con hambre: porque no puedes comprar todo lo necesario o porque tienes que darle a los miembros más débiles de la familia (hijos menores de edad, ancianos, enfermos) o guardar para después.
Pero no solo es el hambre, aunque esta es lo peor, sino que es el crecimiento de la miseria. Son años los que han pasado sin renovar ropa, sin comprar los diversos objetos para la vida diaria; años de pérdida de los servicios básicos o de su calidad, por no hablar del transporte: es tal la escasez de busetas que la gente viaja guindada de ellas (y ya han muerto varias personas al caerse), camina larguísimos trayectos o se desplaza en “perreras” (camiones no aptos para llevar seres humanos). Casi todos los profesores “respiran hondo y cierran la puerta detrás de sí” en lo referente a la compra de libros, ir al cine con frecuencia o viajar (incluso dentro del propio país); tampoco pueden ya reunirse con colegas en restaurantes o dedicar todo su tiempo al estudio porque deben sacrificar una parte en actividades laborales no académicas que les permitan obtener mayores ingresos.
En este año se han incrementado las familias con más horas (que a veces se convierten en meses) sin agua y sin luz. He visto varios amigos y conocidos que andan con recipientes plásticos para llenarlos donde puedan. Pero si de todo esto queremos cifras considero que lo mejor es consultar las Encuestas de Condiciones de Vida. De esa forma nos horrorizaremos ante el hecho cierto de que la pobreza extrema (vivir con menos de 1 dólar diario, si eso es vivir) ¡ya superó al 60% de la población! Por lo cual podemos observar cómo más de 70% de la gente ha bajado de peso en más de 15 kilos en los últimos 2 años porque ha tenido que eliminar una o varias comidas al día, por no hablar de la calidad de esas comidas.
Y no hemos resaltado los efectos que tiene tal precariedad en nuestra mente, de lo cual solo debemos advertir que las cifras de “hiperestrés”, locura y suicidios van en aumento. No sé si esto sea planeado por la oligarquía chavista pero facilita su dominación con pretensiones claramente totalitarias. El hambre se ha convertido en una forma de control, aunque el domingo 20 de mayo representó un importante rechazo a esta despreciable política. A pesar de la tristeza todavía queda dignidad.
Hace un año ante el hambre te llenabas con pan, ahora casi no se consigue y si alguna panadería o abasto tiene debes realizar largas colas para comprarlo con el sacrificio de un buen porcentaje de tus ingresos. Es inevitable recordar cuando te hacías un sándwich de jamón y queso para merendar, pero ahora eso te puede costar aproximadamente 1/5 de tu salario. Si examinamos otros ejemplos en relación con el sueldo mínimo mensual, podemos ver que son muy pocos los que comen en la calle porque la gracia (un almuerzo) puede salir en la mitad de lo que se gana. Una persona que no adelgaza ya es motivo de sospecha en Venezuela, porque la gente piensa: ¿de dónde saca tanto dinero para lograrlo? Los granos, cereales y algunas verduras ahora dominan la dieta cuando logras tener un plato de comida.
En medio de todo esto, son muchos los que se quejan de los precios pero es extraño que digan que pasan hambre. El hambre ya ha perdido su definición en Venezuela, como si al no nombrarla se lograra su desaparición. Ya ni se habla de la gente que busca comida en la basura de lo cotidiano que es. Por ellos y por tanta hambre escribo estas crónicas.
Y en medio de esta terrible realidad han surgido las actitudes más nobles que muestran la bondad de Dios y la acción corredentora de sus criaturas. Acciones generosas que me han hecho llorar. Me han confirmado que ante el horror de los malvados o los que se equivocan (tiranos que oprimen, hijos en el extranjero que ganan muy bien pero que no ayudan a sus padres necesitados y todo el que hace sufrir a sus semejantes) siempre hay un “hermano” que no te abandona. Estas personas son héroes y santos que nunca olvidaré, y siempre tendrán mi amistad y agradecimiento sincero. Con gente como ellos podemos soñar con una Venezuela distinta: un país de libertad, progreso y solidaridad. No nos han vencido ni lograrán vencernos jamás.