Lo que estimo de mayor relevancia en una obra literaria es su originalidad temático-formal, su contribución (aportes) al patrimonio literario de la humanidad. Su proposición formal en la búsqueda de nuevos rumbos estilísticos del lenguaje poético del autor.
No me considero particularmente nadie autorizado por la academia para “juzgar” una obra literaria. Ni en Venezuela ni en el resto del mundo existen escuelas ni facultades en universidades que gradúen “críticos literarios”. Ni en París, ni en Oxford ni en ninguna parte del orbe se otorga el título de “crítico literario”; así como tampoco se gradúan “poetas” autenticados con un pergamino profesional.
Para analizar, estudiar, interpretar, discernir o realizar una hermenéutica de la obra literaria me apoyo en los aportes teórico-metodológicos de las grandes corrientes de pensamiento que la humanidad conoce: desde el Círculo de Copenhague, pasando por los formalistas rusos hasta las diversas escuelas estructuralistas de raigambre francesa y los fundamentos epistemológicos de la Escuela de Frankfurt, especialmente los aportes de Adorno y Walter Benjamín. Jamás me circunscribo a una teoría o método, por muy ambiciosa que presuma. Tal la teoría estética del “marxismo”.
En este sentido me asumo radicalmente posmoderno. Hago uso de toda noción, concepto o categoría de análisis que me permita la comprensión del texto literario en todas sus complejas aristas teóricas. “Con el tiempo irá componiéndose una antropología del conocimiento, una hermenéutica y una pragmática trascendentales, una semiótica como filosofía primera, una teoría consensual de la verdad y una ética discursiva que contemple en su vertiente de aplicación, cuestiones estético-literarias, artísticas, filológicas y filosóficas y cuanto en la vida cotidiana demanda una respuesta normativa consensuable”. (Karl-Otto Apel. Teoría de la verdad y ética del discurso).
Es menester reconocerlo de modo enfático: el periodismo cultural venezolano ha tenido muchos aciertos, muchos: gracias al periodismo cultural Venezuela puede enorgullecerse de contar con un dignísimo staff de comunicadores sociales que cubren la fuente cultural en Caracas y en la mal llamada “provincia venezolana”. Aunque muchas ventanas literarias son impulsadas por personalidades o individualidades no periodistas. No existe un día del año que los grandes periódicos de circulación nacional no destaquen una nota de prensa alusiva a acontecimientos artísticos, culturales o específicamente literarios, y ello es indicativo de la buena salud del estado de la creación literaria nacional.
Dado el lamentable estado de beligerancia antagonista que vive el país, es obvio que los ámbitos culturales de la prensa nacional también acusa un clima de “encono militante”.
Los reseñistas, los articulistas, los lectores independientes que realizan recensiones de libros y los críticos literarios están, todos por igual, arropados por la dialéctica del “pro” o “el contra”. Un inobjetable desacierto del periodismo cultural en Venezuela lo constituye la subestimación de la fuente cultural. Si el periodista cultural está mal remunerado: ¿qué puede esperarse del crítico literario? A este último se le solicitan ensayos críticos ad honorem convirtiéndolo en una risible figura burocrática rayana en el intelectual mendicante. Es muy triste y lamentable la actual situación de minusvalía en que se encuentra el crítico literario venezolano. Parafraseando una frase muy socorrida en los medios periodísticos nacionales: “El que aspire vivir de la crítica (literaria) ni vive ni come”.
Por doquier observamos mucha tinta derramada por mandato de oscuros intereses propios de cofradías y compadrazgos (camaradería literaria). No debe confundirse la reseña de libros con la crítica literaria, ni ésta con la recensión de la bibliografía de reciente aparición en el mercado editorial. El verdadero lector profesional y muchos de ellos son críticos muy a su pesar, privilegia el texto literario por encima de circunstanciales lazos afectivos o amistades azarosas que el oficio inexorablemente va creando. Al fin y al cabo el crítico es un animal social (en sentido aristotélico) y no puede sustraerse a las determinaciones inevitables de trasiego civilizatorio.
Personalmente, estimo que los hay sin duda aquellos que ofician de comentaristas de libros de naturaleza literaria por razones estrictamente económicas. Muchos lectores trabajan para editoriales y desempeñan una labor encomiable comentando y criticando obras literarias. No es este afortunadamente mi caso. Me mueve una pasión insobornable a la hora de aproximarme a una lectura crítica. Mi interés fundamental cuando un poemario, una novela o un libro de cuentos se apodera de mi atención como lector está esencialmente en la dimensión subjetiva (y subjetivista) de su esteticidad. Nunca realizo una crítica con fines didácticos ni pedagogicistas. No hago concesiones al lector. Aún más: nunca pienso en el lector cuando comento un libro, al menos no en un lector ideal. El libro es para mí el alfa y el omega; es factible pensar que en algún lugar de esa intermediación siempre estará un lector potencial o real que, como es de esperar, lleva una pulsión crítica que tiende a despertar cuando uno menos lo espera.
Insisto en no confundir la reseña de libros con la crítica literaria. Mi objeto de estudio, mi campo de investigación (la obra literaria) es una creatura del ser y por ello mismo es susceptible de comportar aspectos que pudiéramos estimar de índole errático. Nunca me cohíbo de decir lo que pienso de un libro; y sé perfectamente los problemas que eventualmente puede acarrearme mi franqueza con el autor. El respeto a sí mismo –pienso– debe estar por encima de las posibles flaquezas del lector crítico. Es parte irrenunciable del oficio. Jamás hice una crítica por encargo y no por ello dejan de llegar a mis manos decenas de libros por correo a mi casa tanto de escritores venezolanos como extranjeros. No trabajo para editorial alguna y ello me salva de eventuales presiones administrativas o burocráticas. No soy columnista fijo de ningún periódico. Acaso si colaborador regular de revistas digitales de Hispanoamérica o articulista de opinión de periódicos de circulación nacional. Cuido celosamente mi independencia criteriológica y trato de resguardar al máximo posible mi autonomía epistemológica al respecto. Mi espíritu ácrata y cimarrón me impide la vergonzante praxis de la genuflexión o la pusilanimidad intelectual.
Me interesa mucho el tema hipercomplejo de la crítica genética. Trato en lo posible de investigar a fondo las condiciones históricas y socio-políticas en que se gesta la obra literaria. Mi mirada como lector siempre termina seducida por las determinaciones externas que acompañan de modo indefectible los procesos creativos del sujeto lírico. Sucumbo ante la irresistible fascinación que ejerce en mi sensibilidad estético-literaria el papel que ha jugado el poeta en los procesos de “cambio social” o en las “revoluciones”. Nunca sabremos con certeza y cabalmente cómo se inserta el literato (el hombre de letras) en dichos procesos de mutación socio-cultural.
No soslayo en mis lecturas la atenta búsqueda de un timbre elocutivo, una voz que no se reconozca legataria del bullicio y del estruendo que por buena literatura quiera hacerse pasar. No pierdo las esperanzas, ¿cómo perderlas?, de dar con ese mediterráneo venezolano, aunque me sepa derrotado de antemano. Al fin de cuentas un crítico literario es eso: alguien que se sabe derrotado por adelantado y sin embargo apuesta por la ilusión de la lectura; un Sísifo que comprende que cada libro puede ser el último que sus ojos lean.
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