I
A lo largo de mi carrera he tenido la inmensa bendición de contar con maestros que me han mostrado lo que es el periodismo, más allá de las aulas de clase. Alguno pensó que tenía yo misma algo que enseñar y me llevó a la escuela de Comunicación Social de la Universidad Santa María, en donde di clases por siete años. Ese fue Ramón Hernández.
Una de las materias que me tocó dar en la escuela fue Géneros de Opinión. Sí, lo que muchos de mis compañeros de esta sección practican es también uno de los géneros periodísticos que se enseñan en las escuelas, forman parte de la carrera, aunque la mayoría de mis colegas le teman por aquel cuento de la objetividad.
Las crónicas, las reseñas y los artículos de opinión no necesariamente responden a fórmulas, pero tienen un ingrediente importante, la valoración que pueda hacer el periodista o escritor sobre los hechos.
Y allí es donde entra otro de mis grandes maestros, Argenis Martínez, porque una de sus recomendaciones más recurrentes es la que he puesto en práctica con este escrito. Él siempre me dice que hay que dejar aterrizar la noticia, que los hechos y los datos calen en la gente, que se haga del conocimiento público. Entonces, lo que se genere como artículo de opinión adquiere su verdadera dimensión.
II
Los resultados arrojados por la Encuesta de Condiciones de Vida avalada por las prestigiosas universidades Central de Venezuela, Católica Andrés Bello y Simón Bolívar están a la vista. No solamente publicados hasta el cansancio en todos los medios impresos, electrónicos, audiovisuales, nacionales e internacionales, sino que se evidencia en las calles.
Lo escandaloso de las estadísticas recogidas en 2017 habla de niveles de pobreza nunca vistos en el país en el que no había aterrizado aún la hiperinflación. Eso quiere decir que lo que hemos estado viviendo desde los dos últimos meses del año pasado hasta hoy es infinitamente peor. No hace falta, insisto, que un economista preclaro me lo explique.
El constante deambular por mercados, supermercados y farmacias es elocuente. “Si compro huevos no compro otra proteína”, me dijo una señora que estaba delante de mí en la cola. Por cartón son 30 posturas de gallina y eso es lo que comerían en su casa hasta que le pagaran la quincena. Ella por lo menos tiene salario, son muchos los que no.
Otra mujer comentaba con dolor que su hija después del desayunito que le dio le dijo que todavía tenía hambre. Esas son cosas que no necesariamente se publican con la misma profusión que los números, pero es lo que me parte el corazón. Y es allí cuando la objetividad tan mentada en periodismo se va para el cipote, porque yo también soy víctima, lo padezco. Los periodistas somos humanos, y los venezolanos, humanos que también tienen sus derechos violentados por un régimen maltratador.
III
En medio de todo esto llega Jorgito a Nueva York. Pobre, pasando frío. Porque los hijos de estas tierras tropicales muy poco sabemos lo que es el invierno. Aunque él ha tenido oportunidades de adaptarse, sobre todo por ser yerno del difunto, con el que viajó sin parar. Hemos visto sus fotos con la familia en muchas ciudades importantes del mundo, no solo en La Habana.
Jorgito llega a Nueva York para hablar en la Organización de las Naciones Unidas (imagino que de la mano de su cuñadita) sobre la situación venezolana, porque resulta que el último cambur que le dieron es el de canciller. Ha sido de todo, incluso novio de la madrina. Y él afirma a boca de jarro que en este país no hay pobreza y mucho menos crisis humanitaria.
Lo que no sabe ni entiende Jorgito en su corta capacidad mental es que él es el exponente de una de las mayores crisis que sufre el país, la crisis moral. ¿Cómo va a saberlo si él viaja en avión privado, viste las mejores ropas, come manjares exquisitos? ¿Cómo va a reconocerlo si su falta de moral le impide ver el sufrimiento ajeno?
Pobrecito, carece de principios y su alma es negra. Pero los delitos de lesa humanidad no prescriben, Jorgito, y tu crisis no tiene cura.