COLUMNISTA

Creer o no. La versión incorrecta del 4F (XII)

por Antonio Guevara Antonio Guevara

Estamos casi listos. Entrando con este texto en la recta final del seriado correspondiente para revelación dentro de la presentación hacia la calle de otros, con más particularidades y datos relacionados con las más grande conspiración política, económica, social y militar estructurada en Venezuela durante el pasado siglo XX. Los próximos contenidos junto con los ya publicados formarán parte de un libro de próxima salida a través del portal de Amazon que tendrá más detalles, más eventos y más referencias y otros pormenores en el estilo del autor, para contribuir a aclarar tantos saldos que hay en los hechos del 4F, que el tiempo se ha encargado de colocar en su exacta ubicación.

Las publicaciones están coincidiendo con los 100 años del nacimiento de Carlos Andrés Pérez del pasado 27 de octubre de 2022 y todas las celebraciones que están realizando. Muchas de ellas convocadas por sus propios ajusticiadores. El centenario. Y todo dentro del cuadro histórico de los 30 años del 4F, un evento que se imprimió definitivamente en la trayectoria personal y política del expresidente y en su destino; tanto como marca el futuro trágico que aún arrastran los venezolanos.

A título de colofón y solo para incorporar en lo que puede significar una ilustración subjetiva del cadalso político de Pérez, para que encaje perfectamente en la parte donde señala “… no tengo inconveniente en confesar que hubiera preferido otra muerte” a que aludió Pérez en su último discurso ante el país antes de entregar el cargo de presidente de la república se incorpora esta otra donde apunta y hace un retrato hablado de quienes estaban directamente comprometidos en el complot. “…me equivoqué al suponer que todos actuábamos así (sin resentimientos) y que las diferencias y los duelos políticos nunca serían duelos a muerte”. Un grave error. Los resentimientos, esos cíclopes criollos que están anidados y latentes en lo más profundo del instinto venezolano tienen las formas más encubiertas y veladas de actuar, especialmente en la política que, con sus lugartenientes más cerrados y sellados en esos finiquitos, los militares, hacen de saldar las diferencias y de alcanzar los objetivos un asunto ubicado entre la vida y la muerte. Después de todo, la gerencia de los uniformados en sus resultados es una gestión y un mandato hacia la muerte.

Cuatro géneros discursivos precedieron la muerte política de CAP II. Mucho antes de la alocución pronunciada el 20 de mayo de 1993 en cadena de radio y televisión para entregar el cargo de presidente de la república, cerrar el capítulo iniciado con el golpe desencadenado el 4 de febrero de 1992 y conducirse voluntariamente al patíbulo por un camino abierto de lado y lado por los adversarios que habían quedado heridos en las luchas políticas anteriores, rezagados de la derrota guerrillera de los años 60 y 70, resucitados de 1902, ¡Si! de esos años del general Manuel Antonio Matos y su revolución libertadora, y de ese paréntesis que se abre entre 1935, pasa por 1945 y culmina en 1958, desde  donde emergían ectoplasmas del gomecismo, del lopecismo, del medinismo, del perejimenismo; y haciendo coros asordinados hasta causahabientes enfundados en el sayo del oportunismo, de la ambición y del poder; y de las intrigas asomadas dentro de su propio partido Acción Democrática, desde  donde le dispararon desde el primer anuncio de su gabinete ejecutivo en 1989. Combinado todo eso con la soberbia de Pérez y la perfidia rasputinesca del grupo de militares cercanos en altos cargos desde 1989 hasta 1992, que comandó el pelotón de fusilamiento. La muerte en cualquiera de sus versiones era el único destino que le quedaba a Pérez. La vida era una humillación. Como lo fue después del 4F perseguido como un paria político, y exiliado hasta su muerte física.

Como si estuviéramos sentados en nuestras butacas del cine, viendo esa parte de la extraordinaria cinta Pelotón de Oliver Stone en la persecución y el acribillamiento del sargento Elías, esas cuatro líneas de tiradores y francotiradores fueron en orden cronológico: 10 de agosto de 1990. El comunicado publicado por los 25 integrantes del grupo de Los Notables en el diario El Nacional fue una herida con arma blanca en algunos órganos nobles de Pérez y de la institución presidencial que lo deja sangrando sin que la víctima lo notara. Hasta en la misma empuñadura de la daga fuertemente agarrada por los participantes del cenáculo académico, político, cultural, económico que redacta la histórica pieza, se sintió el impulso retórico aleve cuando entró y cuando salió el estilete argumentado. “Venezuela atraviesa una difícil y peligrosa situación política, económica y social. Los mecanismos y las orientaciones por medio de las cuales se ha desarrollado la acción de Estado y la vida nacional en todas sus manifestaciones, por lo menos desde 1958, ya no corresponden ni a las necesidades de desarrollo económico y social, ni a la realidad económica y política del país, ni mucho menos, a las líneas y objetivos fundamentales de la gran reorientación política y económica que, de manera tan poderosa, está ocurriendo en el mundo de hoy”. Sería extraordinario para efectos históricos, tener acceso y disponer de las conclusiones que derivaron de los organismos de seguridad del Estado de esa ocasión, en los análisis de inteligencia. Solo para efectos históricos y referencias. Simple curiosidad.

12 de junio de 1991. El discurso de entrega del comando general del ejército por parte del general de división Carlos Julio Peñaloza Zambrano. Ese párrafo donde expresa: «En la actualidad el principal enemigo de la libertad es la corrupción, ese monstruo hijo de un cruce satánico entre la injusticia y la inmoralidad. Esa hidra de incontables cabezas, como el narcotráfico, el peculado, la inseguridad personal, etc. propaga el mortífero virus del sida moral que daña irreparablemente el sistema de inmunidad ético de la patria. Ese flagelo se ha convertido en poco tiempo en el enemigo público número uno, constituyéndose en la amenaza más grave que se cierne sobre nuestro país. Ese engendro es el verdadero elemento subversivo, que a través de la destrucción de nuestros valores morales pretende desestabilizar el sistema democrático y robarnos nuestra libertad. Esa plaga ha ido adquiriendo tal fuerza y capacidad agresiva, que no vacilo en opinar que, en Venezuela, se está incubando una Guerra Civil entre la minoría corrupta cuya degradación moral es evidente, pero que cuenta con enormes recursos, y la mayoría decente que sufre día a día los impactos corrosivos de los golpes arteros que le asesta esta bestia degenerada». Esa pieza fue una perfecta posición de francotirador. El disparo estuvo precedido de una serie de cálculos complejos. Caída del proyectil retórico por acción de la gravedad, la deriva de inflexiones por la acción del viento, el desvío en las emociones para la expresión por la rotación de la tierra, la altitud en la densidad de cada palabra cuidadosamente seleccionada en la transcripción, la agrupación de los párrafos exactos en el contenido para machacar en la herida del destinatario. Con la lectura y el cálculo de la distancia desde la tribuna en el patio de honor de la Academia Militar de Venezuela, frente a esa agrupación de parada formada por cadetes y tropas, hasta el palacio de Miraflores donde el presidente objetivo del discurso disparo oía atentamente todos los detalles de la arenga. Listo para enviar las patrullas y ordenar la detención del general ante un exceso oratorio que ofendiera la majestad y la dignidad presidencial en contigüidad con una rebelión militar. El Establecimiento de la dirección del viento y la presión emocionada del dedo índice desde que entró en los predios del disparador y a medida que el orador empujaba la resistencia hasta el fogonazo, contenía la respiración con el verbo exacto que iba en el proyectil, no para herir y si para matar. Nunca se encendieron las cocteleras y la orden presidencial nunca llegó a las patrullas. No había fuerzas. Estaba desangrándose.

27 de agosto de 1991. Esa gran imagen tatuada en lo que sido la política de Venezuela en los más de doscientos años de vida republicana se concertaron en una dupla exacta y encajada para la ocasión. La espada y la pluma. Y desde el mismo montículo desde donde el ex comandante general del ejército disparó su discurso de despedida hacía dos meses, la yunta de la bota y la toga se emboscaron y le hicieron una cayapa en una ofensiva retórica y discursiva al comandante en jefe de las Fuerzas Armadas nacionales. Los pronunciamientos del general de división Fernando Ochoa Antich, “El doctor Arturo Uslar Pietri es un ejemplo permanente de dignidad ciudadana. Sus excelentes dotes de honorabilidad, honestidad e inteligencia, su cultura y elevado sentido patriótico, le hacen merecedor del respeto y la admiración de todos los venezolanos. Las Fuerzas Armadas Nacionales han querido con el beneplácito del jefe del Estado, unirse al homenaje nacional que se le rinde, ofreciéndole este sencillo, pero sincero reconocimiento. Hemos querido hacerlo aquí en la Academia Militar de Venezuela, semillero de los oficiales del Ejército y en presencia de nuestra juventud militar, convencidos como estamos de que su figura histórica es un ejemplo de profundos valores al servicio del país que debe influir positivamente en la formación de nuestros futuros oficiales. Además, nos fue imposible olvidar en el momento de escoger a la Academia Militar como el sitio natural para este homenaje, por su estrecha vinculación con la figura histórica del general Isaías Medina Angarita, egresado de este mismo instituto y quien caracterizo su digna actuación como presidente de la Republica por una profunda pasión civilista” en el acto homenaje de la institución armada, al escritor, político, ensayista, filósofo, poeta, excandidato presidencial, exparlamentario, productor y conductor de programas de televisión y autor de numerosa obra escrita como Oficio de difuntos y Fiebre, el doctor Uslar Pietri quien respondió: “Las Fuerzas Armadas Nacionales han demostrado hasta la saciedad su condición democrática y mantienen una actitud ejemplar de respeto al poder civil. Han tenido en múltiples ocasiones, algunas de ellas muy dramáticas, la oportunidad de demostrarlo y lo han demostrado. El país no tiene por qué desconfiar de los venezolanos que visten el uniforme y, lejos de desconfiar de ellos, tiene que contar con ellos. Hay allí una gran reserva de voluntades, de capacidades, de vocación de servicio que debe ser aprovechada en la gran empresa de hacer una Venezuela mejor”. Fue una verdadera cayapa a dos a la que el presidente Carlos Andrés Pérez fue apurado para asistir en una suerte de “autosuicidio”. Ese día entre discursos y condecoraciones con la Orden de la Defensa Nacional en el grado de Comendador a sus victimarios, quedó sellada la suerte y la muerte de la democracia iniciada a partir del 23 de enero de 1958 ante el cuerpo sangrante y moribundo de la presidencia de la república.

Y por último el 4 de febrero de 1992. Solo bastaron dos palabras. Como si el teniente coronel Hugo Chávez después de dos días de aventuras en el putsch, se hubiera infiltrado en la habitación donde convalecía después de tantas balaceras oratorias anteriores y de múltiples emboscadas discursivas de sus enemigos, y con una almohada en mano asfixiar a un presidente lleno de tubos y de mangueras de resucitación, mientras le pronunciaba con énfasis dos palabras como una estocada al corazón… “Por ahora”. El discurso de rendición del comandante a las 11 de la mañana en Fuerte Tiuna, después de los tiroteos en Miraflores y La Casona, sólo representó un tiro de gracia.

Toda la artillería verbal que se desarrolló posterior al 4F, era una suerte de explotación del éxito de la ofensiva estratégica anterior que había rendido excelentes frutos. Allí está incluido el discurso oportuno del doctor Rafael Caldera en el congreso nacional por los hechos del día y la solicitud de la renuncia a la presidencia que le hace en la prensa nacional el doctor Uslar a Pérez.

No era necesaria la dimisión.

Ámsterdam, 2 de noviembre de 2022 – Dia de los muertos