COLUMNISTA

Creer o no: la versión incorrecta del 4F (VII)

por Antonio Guevara Antonio Guevara

Veinte años fueron bastante para Venezuela. Nada que ver con el tango gardeliano. La década de los setenta y la de los ochenta fue la vitrina de muchos eventos políticos, sociales, económicos, culturales y militares que el tiempo ha expuesto en todo su esplendor económico y en la propia decadencia política y moral, las secuelas que impactaron en el origen, el desarrollo y el desencadenamiento del 4F y sus efectos inmediatos en el nacimiento de la revolución bolivariana.

La antipolítica, ese reducto general donde se arrima todo el resentimiento acumulado por una sociedad desconsolada y afligida ante la incompetencia, la complicidad y la inmoralidad de la clase dirigencial, empezó a acumularse en las simpatías hacia otros sectores ajenos a la política. La bonanza acumulada durante los años de la riqueza generada por el boom petrolero forjado por la guerra en el Medio Oriente empezó a crear morbos en el acuerdo político suscrito para estabilizar la democracia surgida después del 23 de Enero de 1958. La corrupción empezó a hacer aguas en el barco del compromiso tripartito de Puntofijo. Y en una reedición del Titanic después del iceberg, sus pasajeros empezaron a lanzarse por la borda, al mar encrespado de las oportunidades de poder en otras opciones. En ese orden se fueron lanzando al mar los tripulantes y, el último capitán al mando en el timón del acuerdo de 1961–ya Betancourt y Villalba eran historia– prefirió dejar de lado el futuro de los venezolanos y que la nave se hundiera, mientras él ocupaba otra posición en un presente de oportunidades y de ambiciones personales.

Las turbulencias políticas y militares que asediaron a los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni amainaron durante el primer gobierno de Rafael Caldera. Golpe de Estado y guerrillas fueron las manifestaciones de esos primeros diez años. El Carupanazo, el Porteñazo, el Barcelonazo y otros intentos de golpe de estado señalaban que el germen perejimenista del cuartelazo se mantenía vigente dentro de los oficiales. Los diez años de la vigencia de los teatros de operaciones para combatir la guerrilla castrocomunista desplegada en los frentes guerrilleros en el territorio nacional obligaban al estado venezolano a ejercer la violencia oficial para enfrentar la subversión. El país estaba en guerra y se había materializado un enemigo interno expresado a dos vías, que había que combatir. Es en ese quinquenio que logró dársele fuerza y estabilidad a una política pública surgida originalmente en el gobierno anterior: la pacificación. Concebida originalmente para civilizar a los militares y encaminarlos hacia la democracia y el cumplimiento de sus deberes constitucionales establecidos en la carta magna aprobada en 1961; y para desarmar militarmente a los civiles levantados en rebelión desde las montañas, apaciguarlos y abrirles los espacios políticos a través de los votos, esa política se convirtió desde adentro de las fuerzas armadas nacionales en el verdugo de la Constitución y de la democracia. Ese proceso para bajarle el cargador de los fusiles de los militares que apuntaban hacia la carta magna y hacia el juramento de defenderla, y para bajar de las montañas a los civiles levantados en armas, se convirtió en el tiempo en un aliado de la antipolítica que venía corriendo desbocada por la corrupción y expresada en el desconsuelo de los electores.

Tres decisiones del primer gobierno de Caldera orientadas hacia la institución militar para amansar el golpismo de capa y espada caminaron paralelas a la pacificación de la guerrilla. En primer lugar, el 9 de diciembre de 1970 se crea el Instituto de Altos Estudios para la Defensa Nacional según decreto presidencial número 468. En segundo lugar, el 5 de julio de 1971 se activa en todos los institutos militares de oficiales de las fuerzas armadas nacionales un plan de estudios piloto para elevar a nivel universitario todos los procesos de formación profesional: el plan Andrés Bello. Y por último, por decreto número 1.587 del 3 de febrero de 1974 se activa el Instituto Universitario Politécnico de las Fuerzas Armadas Nacionales. Tres decisiones proyectadas hacia los militares. Tres disparos políticos para tratar de desmontar los demonios del cuartelazo madrugador en todos los cuadros uniformados. El Iaeden dirigido hacia la diana de los oficiales coroneles y capitanes de navío con altos potenciales para dirigir las fuerzas armadas en los grados de generales y almirantes; para que en el intercambio con civiles de alto nivel – de pupitre a pupitre – se generara la promoción, la investigación y la divulgación de conocimientos de manera permanente en la seguridad, la defensa y el desarrollo integral del país. Luego, más abajo en los grados, el Iupfan que se creó como una alternativa de educación superior con los miembros de las comunidades cercanas, bajo criterios de excelencia con requerimientos de ingreso de altos promedios académicos. Y por último, el plan Andrés Bello. Una de las más importantes reformas al sistema educativo-militar desde los tiempos del general Juan Vicente Gómez. La elevación de los programas académicos al nivel universitario y el intercambio con la realidad venezolana del momento desarrolla en los cadetes una visión crítica hacia el entorno que fue alentada convenientemente desde la jefatura de la división de planificación y evaluación, y más arriba en la dirección del instituto, a lo largo de veinte años con oficiales de planta e instructores externos. Estas tres decisiones de Caldera I eran vectores destinados en su fuerza y su dirección hacia los cadetes (Plan Andrés Bello), hacia los oficiales subalternos (Iupfan) y en dirección a los potenciales generales y almirantes de la institución (Iaeden) para que dejaran de lado las intrigas de palacio y las conspiraciones hacia el poder. No llegaron a su destino. Nunca se dejó de conspirar en el tiempo, y los civiles que habían bajado de la montaña, sin entregar las armas ni rendir cuentas ante la justicia terminaron de infiltrarse en los cuarteles y en los sucesivos gobiernos por encima de becas, créditos y cursos en el exterior. Ese peligroso coctel con la guinda de la anti política seguía desbordándose abiertamente en el país.

Los señores oficiales alumnos de uno de los primeros cursos de altos estudios de seguridad y defensa del instituto militar ubicado por los predios de la calle Cachimbo norte en la quinta Marifini de Los Chorros en Caracas no paraban en los elogios y los comentarios positivos hacia la excelente conferencia que acaba de finalizar. El tema del bolivarianismo y de la venezolanidad fue ampliamente reseñado y magistralmente expuesto por el conferencista. Como si estuvieran ante las pantallas de sus televisores al mediodía, los cursantes, casi todos los primeros de sus promociones fueron enganchados por el discurso en sus dos vertientes. La referencia hacia el libertador Simón Bolívar y la consolidación de la nacionalidad. El conferencista: el numero uno de la televisión, Renny Ottolina. Ese espacio de hora y media con el que diariamente se metía a todos los hogares venezolanos para construir a través de mensajes asertivos un espacio y una referencia, lo trasladó hasta esos predios de la cátedra libre para intercambiar con los numero uno militares, de ese momento. Nacionalismo y pensamiento bolivariano. Dos líneas temáticas que se mercadearon muy bien en los medios desde dos programas excelentes. Desde esa caja mediática, El Show de Renny y los Valores Humanos que alentaban el bolivarianismo, el nacionalismo, la siembra del petróleo y la Venezuela posible le empezaron a correr adelante en la vanguardia de la anti política. Los cuarteles de esa época veían y comentaban mucha televisión educativa y cultural. En marzo de 1978, cuando ocurre el trágico accidente aéreo que provoca la muerte de Renny Ottolina, sus posibilidades electorales de cara a las elecciones presidenciales de diciembre estaban en alza. El camino de la excelencia frente a los cadetes y su proceso de formación profesional como números uno, ante los oficiales subalternos en su capacitación universitaria, y con los oficiales coroneles y capitanes de navío potenciales ocupantes de los más altos cargos dentro de las fuerzas armadas nacionales, se había despejado trágicamente en sus referencias hacia una sola persona.

Sobre ese desarrollo expuesto, con inteligencias personales presentes en la conferencia del número uno, con referentes del 18 de octubre de 1945, del medinismo, del lopecismo y del gomecismo, y de los remanentes familiares de la revolución libertadora de 1902 se montó toda la conjura civil y militar que venía rodando desde esos tiempos de la calle Cachimbo, el 4F y la revolución bolivariana.

La victoria siempre tiene muchos padres. El día de los acontecimientos del 4F había muchos números uno en el tablero de juego del golpe. En el quinto piso de uno de los edificios de Fuerte Tiuna, al noreste estaba un número uno, en tanto que al suroeste estaba otro. Ambos tomando decisiones y reportando a otro número uno. Afuera, el comandante en jefe – número uno en la constitución y la institucionalidad del momento – ni se rindió ni se entregó, y resistió hasta el final y torció los planes políticos de muchos. Y mucho más afuera, otro número uno en las referencias de la conspiración, esperaba el desenlace que a mitad de la mañana se anunció en una capitulación. La derrota militar de ese día no se podía quedar huérfana. Y Hugo Chávez no era número uno en ese momento.

Por ahora… se acabó el show, los quiero mucho.