Para un golpe de la elite se necesitan promotores políticos élites; generales y almirantes de una elite formada en el Iaeden, oficiales formados bajo un criterio de número uno en la Academia Militar de Venezuela bajo la rectoría del plan Andrés Bello y unidades militares élites que le dieran fuerza y dirección a todos los esfuerzos de la conspiración de tantos años, para vectorizar el complot. En la vanguardia, encabezando la provisionalidad del día después, una figura impecable con una trayectoria amplia como político, como parlamentario, como escritor, como poeta, como diplomático, como académico, como filósofo, como periodista, como ensayista y con un hondo nivel de penetración en todos los segmentos de la opinión pública a través de sus programas de televisión. Nada proyectaba que una conjura de la crema y la nata política y militar podía fallar.
El poder de un militar reside en los comandos operativos bajo su responsabilidad. En el ejército ese control reside en los tenientes coroneles y en los capitanes. Son quienes tienen el mando directo de la tropa y sus bocas de fuego. Las posibilidades de la aplicación de esas magnitudes operativas militares habitan allí para darle la suficiente fuerza y la dirección al poder de combate hacia el poder político de turno y derrocarlo. Cuando se desarrolla todo el engranaje del golpe de Estado al inicio de los 90, solo faltaba una unidad elite comandada por un teniente coronel de elite ¿Dónde estaba esa unidad elite y ese comandante de elite?
El concepto de unidad elite en el ejército es muy preciso. Un comando, un estado mayor, las unidades de maniobra, las de apoyo de combate y las de apoyo de servicios de combate con un trazado operativo en el campo de batalla reconocido en la institución y una vida de guarnición también registrada por la población a la que protege. Todo eso bajo la responsabilidad de comandantes con trayectorias impecables respaldados con un historial también perfecto que le proporcionaba la auctoritas suficiente para comandarlas. Durante la década de los 60 y de los 70 ese espacio institucional privilegiado estuvo ocupado por las unidades de cazadores. Sus victorias frente a la insurgencia guerrillera hacían del servicio en ellas un honor en la boina verde. A finales de los años 80 y principios de la década de los años 90 las unidades de paracaidistas empezaron a nivelarse también en ese campo del servicio, y la boina roja se constituyó, paralelamente, en otro honor.
En 1989, 1990 y 1991 ocurren algunos eventos que contribuyen a intensificar y a proyectar una unidad elite en el ejército. La brigada de paracaidistas sita en la guarnición militar de Maracay, estado Aragua, es una de las más importantes unidades del componente terrestre. Su despliegue en la maniobra estratégica de cualquier plan, con la brigada y sus unidades, le permite al comandante influir en el desarrollo de las operaciones. En torno a la brigada de paracaidistas se centralizó un esfuerzo al más alto nivel durante esos años para reforzar el honor de servirla y de comandarla. Sus unidades tácticas, los batallones Antonio Nicolás Briceño, José Leonardo Chirinos y Ramón García de Sena se convirtieron en un emblema institucional. Primero fueron seleccionadas para formar parte de la operación de restablecimiento de la paz en Namibia en 1989. En abril, militares y policías de 50 países participaron en esta operación para la supervisión del alto el fuego, la verificación del repliegue y posterior retirada de las fuerzas sudafricanas; el regreso de los guerrilleros del SWAPO a sus bases en Angola y Zambia, el desarme y la desmovilización de las tropas paramilitares; y el mantenimiento de la vigilancia en las fronteras para impedir filtraciones. Fue una operación que no se materializó desde Venezuela; pero que fue usada para movilizar y concentrar hacia la brigada de paracaidistas a grupos de profesionales militares ganados para la acción. Luego, en 1990, en ese mismo esfuerzo de concentración en torno a las boinas rojas de los paracaidistas se organiza la Unidad Especial Venezuela bajo el mando del general de brigada Álvaro Barboza Rodríguez y cambian el cubre cabeza rojo por las boinas azules para supervisar la desmovilización de la contra nicaragüense, vigilar el cese de la ayuda a las fuerzas irregulares y a los movimientos de insurrección en la región centroamericana, y en controlar que no se utilizara el territorio de un estado para atacar a las otras partes en conflicto. Y es en ese periodo, después del regreso triunfal al país, que la unidad, nuevamente asumida como brigada de paracaidistas, recibe una orden preparatoria para participar en una operación militar en Haití para restituir en el poder al presidente Jean Bertrand Aristide quien estaba exiliado en Venezuela invitado por el presidente Carlos Andrés Pérez, después del golpe de estado del 30 de septiembre de 1991. Las posibilidades de saltar en Puerto Príncipe y las acciones militares posteriores, sumadas al retorno victorioso reciente desde Centroamérica pusieron en el centro del interés de los oficiales operativos, a los rambos criollos, a la brigada de paracaidistas. Esa operación tampoco se realizó. La que históricamente estaba considerada una unidad elite dentro del ejército, junto con la brigada de cazadores, se reforzaba en los estandartes de sus batallones García de Sena, Chirinos y Briceño, esa condición de unidad elite.
El 5 de julio de 1990 ya Hugo Chávez había sido ascendido a teniente coronel. Aún permanecía como oficial alumno de la Escuela Superior del Ejército y un largo año habría de transcurrir para finalizar la fase superior de comando y estado mayor. En el comando general de la fuerza había sido ratificado el general Peñaloza Zambrano.
Es a partir de julio de 1991 que se inician en el ejército los procesos rutinarios de finalización de cursos, de ascensos, de condecoraciones y de transferencias desde las unidades. En el componente es designado como comandante general el general de División Pedro Remigio Rangel Rojas, en tanto que, como ministro de la defensa, el general de División Fernando Ochoa Antich es honrado por el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Nacionales.
En julio de 1991 estaban todas las piezas encajadas en ese rompecabezas de la conspiración, menos las unidades elites y sus comandos elites encargados de ejecutar el plan militar y alrededor de las cuales iba a girar la toma de los principales objetivos. El palacio de Miraflores y la Base Aérea Francisco de Miranda (La Carlota). El ministerio de la defensa y el comando general del ejército en Fuerte Tiuna se habían estructurado como secundarios. Después de la finalización del curso de comando y estado mayor numero 32 en la Escuela Superior del Ejército, fueron designados como comandantes de los batallones José Leonardo Chirinos, Ramón García de Sena y Antonio Nicolás Briceño los teniente coroneles Jesús Urdaneta Hernández, Joel Acosta Chirinos y Julio Alberto Suárez Romero, respectivamente. Los tres excelentes profesionales y con un expediente de carrera impecable. Urdaneta y Acosta venían de ser investigados junto con Chávez y otros mayores de ese entonces, por los eventos de noviembre de 1989 conocidos como la tarde de los segundos comandantes, en un expediente que se le presenta al presidente Pérez que descarta de manera soberbia por… falta de pruebas. Con nombramiento, con resolución firmada y con invitaciones ya cursadas para el acto de transmisión del mando inexplicablemente el teniente coronel Julio Alberto Suáez Romero no acepta el nombramiento, solicita su pase a la situación de retiro y se va del país. Este es un buen momento para que el duende de la imaginación, de la especulación y de la conjetura se abra paso para formular todo tipo de hipótesis, sobre todo cuando para llenar el vacío creado por la ¿fortuita? decisión de Suárez Romero el único nombre disponible para llenar esa plaza era el del teniente coronel Hugo Chávez Frías, alentado por – tanta casualidad es vomitiva – el ministro. Y en ese campo de las conjeturas el gnomo asume que antes de manejar el nombre de Chávez el director de personal de ese momento se acercó y menciono la inconveniencia de esa promoción. Igualmente el director de inteligencia con todos los voluminosos dossiers sustanciados a lo largo de la vida conspirativa del comandante. Generalmente los actos administrativos de los comandantes de fuerza no encuentran oposición ni trabas ante el ministro. La designación de Chávez para el batallón de paracaidistas Antonio Nicolás Briceño fue una decisión de la fuerza alentada, sugerida y respaldada sospechosamente por un ministro de su fuerza al comandante general. Distinto el ascenso de Chávez donde el ministro era un naval y se le podía conceder el beneficio de la ignorancia de los hechos que ocurrían a lo interno del ejército. Todas esas designaciones respaldadas por apreciaciones de juntas y en el caso de los paracaidistas hasta por la opinión del director de la Escuela de Infantería. Pero… en todo caso, para ampliar, complementar y sobre todo para esclarecer ese evento de la designación de un comandante de un batallón de paracaidistas que en otras circunstancias hubiese sido de rutina, falta que de un lado de las partes se le proporcione una explicación convincente a la nación que juraron defender, quienes nada han explicado. Las actuales circunstancias de Venezuela lo merecen. ¿Ya don Rangel habló?
Mientras llega esa ilustración, el geniecillo de la ucronía hace de las suyas en nombre de los 30 millones de venezolanos que han visto con horror la destrucción del país después de 24 años de revolución, también en nombre de los 7 millones que hacen parte de la diáspora alrededor del mundo, en nombre de la constitución, del juramento que hacen los militares, de la paz, de la unidad de la nación, de la soberanía, de la independencia y del futuro de los hijos y nietos venezolanos. Un gesto, al menos, que dirá bastante de que cumplieron con parte de sus deberes cuando se ve a la actual fuerza armada nacional cogobernando y sosteniendo un régimen penetrado por el narcotráfico, el terrorismo internacional, la corrupción y donde la institución armada comete graves violaciones a los derechos humanos a los ciudadanos que juró proteger.
Y es así como, en una historia que quiso escribirse por élites, las piezas que faltaban para la selección de una unidad élite y de un comandante élite se completaron en un rompecabezas con unas decisiones muy poco compatibles con la crema y la nata propia de las élites.
Ámsterdam, 22 de octubre de 2022
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