La pelea de CAP en su segundo mandato, el de la defenestración, fue contra instituciones. La academia, la economía, la medicina, la ciencia, la cultura, la gerencia, los militares, la política ocuparon su puesto en el ring, en una esquina de alto nivel. En cada una de esas poltronas académicas de brazos de cuero repujado, de altos respaldos y de largas mesas de reuniones había una inteligencia individualizada en un abultado historial de lauros, de borlas, de sabiduría, de experiencia. Y de mucho conocimiento. Algunas de esas en cercanías bien estrechas para ser honradas con el premio Nobel. Una larga trayectoria de libros publicados, reconocimientos internacionales, novedosas investigaciones y una aséptica y elevada ruta de dedicación ética y moral al país y a sus quehaceres. Hombres y mujeres por encima del bien y del mal en la republica que ellos mismos ayudaron a construir después de la muerte del general Juan Vicente Gómez en 1935. La expresión de la bitácora de navegación pública se les salió en algún momento del derrotero de toda la vida ese 10 de agosto de 1990 y convirtió los libros, el microscopio, la biblioteca, las aulas y los tanques de erudiciones que representaban en un primer comunicado dirigido al presidente Carlos Andrés Pérez proponiéndole algunas reformas electorales y judiciales. Como si se tratara de una disertación en cualesquiera de las academias nacionales representadas en esa otra institución que le hace frente al entonces congreso nacional, en ese documento suscrito por 25 notables del país que fue la delantera en la caída de un presidente. A la hora de hacer cualquier registro forense para certificar históricamente la muerte política de Pérez, el encabezamiento de las muchas causales del deceso debe anotar de primero “comunicado punzante políticamente que atravesó algunos órganos vitales y provocó un sangrado interno a la institución presidencial”.
El Palacio de las Academias, una joya arquitectónica de estilo neogótico, sólo cruzó la caraqueña avenida Universidad y se aposentó en el hemiciclo del Senado en el Palacio Federal Legislativo, otra prenda de la construcción capitalina de estilo neoclásico, para utilizar la tribuna de los oradores y disparar un categórico y mortal discurso político dirigido hacia el palacio de Miraflores. Esas tres honorables instituciones criollas, asientos del Poder Legislativo, del Poder Ejecutivo y del poder de la inteligencia, en ese momento eran fuertes candidatas para exponerse posteriormente en el museo de la política venezolana de la bota, de la espada, del fusil y del cuartel como neomomias por razón del golpe que se venía gestando de manera paralela desde otro palacio asentado en los predios del fuerte Tiuna. En 50 metros de diferencia, y está de testigo la ceiba de San Francisco, en la vecindad entre ambas instituciones –la Academia y el Parlamento- pudiera aparejarse más en un discurso de incorporación a la academia de los buenos deseos, suscritos en ese famoso comunicado. Tiene la palabra en representación de la bancada de la ilustración el insigne senador Arturo Uslar Pietri. Lo acompañan en honores hasta la tribuna de oradores el honorable diputado José Vicente Rangel, la honorable diputada María Teresa Castillo y 22 ilustres venezolanos.
Si usted disecciona en una mesa todo el conjunto de los 25 nombres que integran la lista de los firmantes del comunicado de aquella oportunidad puede conseguir toda una armonía que los organismos de seguridad de la época, si no hubiesen estado también en la jugada, le hubieran conseguido y descifrado el complejo mundo de vínculos con tanta precisión como si Agatha Christie estuviera construyendo en la mente su próxima novela, mientras termina de fregar los platos, donde precisamente el mayordomo no es el asesino. La gran mayoría académicos o cabezas de instituciones como Fedecámaras, emblemas de los medios, de las ciencias, de la investigación y la cultura, de la economía, ex rectores de las dos universidades más prestigiosas en ese momento, la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Simón Bolívar; y dos políticos de amplia figuración pública y excandidatos presidenciales ubicados ideológicamente de maneras diametralmente opuestas. Un solo militar, de reconocida trayectoria gerencial y cultor de la excelencia profesional. Y haciendo de vocero del grupo y de líder, el doctor Uslar Pietri.
-¡Doctor! Ese tercer hombre de la junta que propone el ministro, para la tripartita del Poder Ejecutivo provisional es el doctor Rangel. ¡Usted sigue presidiendo la junta en ese gabinete cívico militar! Se vuelve a meter en el desarrollo de la narrativa, el duendecillo de la ficción y de la fantasía para complementar y rematar algunos huecos de información. Esos saldos pendientes de la libreta de anotaciones de todas las investigaciones que siempre quedan en blanco en todas las narraciones. Rodean en la conversación de la biblioteca del dueño de la casa, el general Alfonzo Ravard, uno de los firmantes del comunicado y el general Olavarría a quien se le reconoce en todos los cenáculos uniformados de las cuatro fuerzas como el ductor y caudillo de otro grupo de notables de botas de campaña, de capa y de espada, inducidos y alentados hacia el poder desde sus tiempos de director del Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional y también como director de la Academia Militar de Venezuela. Como si lo estuviese repasando en ese momento asumiéndose en Presentación Campos el de Las Lanzas Coloradas y luego en el padre Alberto Solana el de Oficio de Difuntos la línea de pensamientos del doctor solo se ocupó después de las expresiones de los generales y de las despedidas cordiales, en buscarle consonancia, ritmo y concierto a los personajes que lo acompañarían en la transición, a las escenas que se desarrollarían, a las tramas que podían urdirse que eran muchas y a los desenlaces de la novela personal que estaba escribiendo para llegar a la presidencia de la república.
A Arturo Uslar Pietri, a Miguel Otero Silva y a José Vicente Rangel son muchas cosas en la vida que los vinculan. La literatura, la poesía, el arte, el periodismo y la política son algunas. Otero Silva fue un rebelde político desde temprana edad, Rangel fue un abanderado de los derechos humanos desde los inicios de la democracia y con Uslar Pietri fue un aspirante a la presidencia de la república en varias oportunidades. La vida ha debido darle tiempo a Otero Silva para que en algún momento aspirara a ese cargo. Rangel y Uslar tenían un lazo común que los amarraba en las emociones. El padre de JVR, el coronel Rangel Cárdenas, quien sirvió en el régimen de Gómez, fue acusado después de la muerte del dictador de peculado, igual que a Uslar después del golpe del 18 de octubre de 1945. Mientras todo eso ocurría, Otero estaba asaltando el cielo haciendo revoluciones con Gustavo Machado y Rafael Simón Urbina e invadiendo el país por Trinidad o Curazao, o fundando con su padre una de las referencias periodísticas más importantes de Venezuela, el diario El Nacional. En contigüidad de curules en el parlamento de la naciente democracia los tres hicieron causa con las ideas en las que siempre creyeron. Cuando Otero Silva se desprendió de la dirección del diario le cedió el testigo al doctor Uslar por mucho tiempo. Si se pudiera buscar un verdadero punto de encuentro político entre los tres, el nombre de Jóvito Villalba muy bien pudiera calzarlo.
La vecindad capitalina también los acercó en los domicilios. La quinta número 49 de la calle Los Pinos de La Florida hacía de vértice con la quinta Araguaney de la calle Los Erasos de la Alta Florida y con ese caserón llamado Macondo en la quinta transversal de Sebucán. Ese triangulo geográfico, literario, artístico, académico, cultural, intelectual y fundamentalmente político que hacía de superficie de un poder central a la sombra, donde los temas relacionados con el país, con Venezuela, con el futuro estuvieron en permanente agenda. Sobre todo, en Macondo –el domicilio de Otero Silva- donde el realismo mágico de la crema de la inteligencia venezolana se daba cita con recurrencia. En esos años ochenta y noventa, previos al 4F, con la presencia de Alejo Carpentier, Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges, Miguel Ángel Asturias, de Pablo Neruda, de Gabriel García Márquez, de Julio Cortázar y de todo lo que representó el boom de la novela latinoamericana y de la mentalidad progresista del momento, no es aventurado indicar que la composición del grupo de los 25, la redacción de ese primer comunicado y los otros, y el acuerdo para que el doctor Uslar encabezara una provisionalidad surgiera desde alguno de esos tres vértices del triángulo caraqueño. Las tres moradas, sitas a las faldas del Ávila se constituyeron también en palacios para las conversaciones trascendentales para llegar al poder; principalmente en Macondo, donde como en la novela garciamarquiana todo era posible. Es en ese predio, siempre identificado con algo más que un lugar familiar y si con el estado para calibrar en tiempo real, el ánimo y la temperatura emocional de un país en permanente latencia y convulsionado por tantas posibilidades donde gravitaban la imaginación y las ideas del país nacional, donde podía surgir cualquier propuesta de cambio. Un lugar por donde pasaron en algún momento todos los presidentes democráticos del país ante el amplio y cordial poder de convocatoria de Miguel Otero Silva y de María Teresa Castillo. La sobria estatua homenaje de Auguste Rodin a Honoré de Balzac y la espectacular cascada de Jesús Soto en el jardín deben haber sido testigos en algún momento del acuerdo surgido en ese texto notable de agosto de 1990 y los otros posteriores que remitieron a una transición. En Macondo todo era posible. Como si diariamente allí, en sus pasillos, en sus amplios salones y en el magnífico jardín, unos tanques de pensamientos exclusivos y de alto nivel, valoraran los síntomas del estado de la nación y luego cada 3 de agosto, celebrar a casa abierta, en el aniversario de El Nacional.
A modo de epílogo y en abono de las buenas intenciones políticas de ese primer comunicado y de los siguientes que estuvieron montados en unas esperanzas de cambio a que aspiraban en ese momento una gran mayoría de los venezolanos, como en efecto se expresaron en las simpatías iniciales del 4F, en el triunfo electoral de Rafael Caldera en 1993 y en 56,20% de los votos en la victoria de Hugo Chávez en diciembre de 1998; es difícil admitir ahora que de los 25 abajo firmantes del comunicado inicial todos hubieran apoyado lo que resultó al final en la revolución bolivariana y sus efectos. Solo José Vicente Rangel – Calle Los Erasos quinta Araguaney Alta Florida – se endosó por completo en el tiempo la autoría intelectual y material de la muerte política de Carlos Andrés Pérez y de la democracia surgida después del 23 de enero de 1958.
El comunicado de agosto de 1990 fue una incorporación a la academia de las ciencias de las buenas intenciones, el de aceptación y respuesta le correspondió el 4F al teniente coronel Hugo Chávez en los 112 segundos del “Por ahora.”
Continuaremos.