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Creer o no: la versión incorrecta del 4F

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Este texto y otros que vienen en serie solo tienen un objetivo: hacer una narración libre y circunstancial del 4F. Es una narración abandonada de toda gravedad académica, despojada de las rígidas normas historicistas y desnuda de las convenciones habituales del recato, de la prudencia y de la reserva antes de salir a la luz pública. Sobre ese parecer es un contenido dispuesto a recibir cualquier género de ofensivas en el campo de batalla de las ideas y las cargas interpretativas donde la vanguardia la ocupan las defensas de las reputaciones consagradas y en la primera línea están un cuerpo de kamikazes dispuestos a romper lanzas por defender lo indefendible. Ya lo saben. Esa línea donde los fanáticos y los fogosos de la figura, del individuo, de sus ideas, de su trayectoria, y de todo el legado arrastrado desde antaño, disparan desde la cintura contra lo evidente, tratando de abatir con sus ráfagas emocionales lo indiscutible, o haciendo bajas mortalmente con el golpe de culata de revés y de tajo en la esgrima verbal de una bayoneta calada, mientras el sudor del esfuerzo nubla lo indudable y lo incuestionable. Es en ese diseño conceptual donde se armó con todo un encofrado de armonías en ese rompecabezas inconcluso del 4F que aún está desplegado en el suelo esperando por la pieza exacta que encaje, para que no sobre ningún tornillito, ninguna arandela y en el armazón retórico tome cuerpo la verdad. La real. Sobre ese campo de batalla persuasivo el relato está dispuesto a resistir a los alabarderos de la trayectoria, a las cargas de la caballería que lleva en alto la lanza para defender prestigios, y a los zapadores que resguardan los honores y los méritos acumulados. Toda esa orfebrería de los honores, de las borlas, de los cargos públicos de altura en representación de la república y de la nacionalidad, y todos esos reconocimientos oficiales a los que se apela en la última línea defensiva antes de iniciar una retirada deshonrosa, quedan bajo las cargas de fusileros de estos textos que vamos a publicar como la versión incorrecta del 4F a falta de una versión creíble en el momento, de una adaptación pertinente y armónica de lo que realmente ocurrió. La nación siempre debe estar por encima del individuo y la historia más allá de una reputación. A pesar de tantos libros, de tantos artículos, de tantas conferencias y de tantas disertaciones y peroratas para demostrar un camino distinto al que todos recorren. El de la verdad. Aunque al Fuenteovejuna criollo, ese al que nadie engaña en los contenidos sociales y en la traducción popular de la esquina, el de la panadería, el de los corrillos habituales y el de los círculos de intercambio cotidiano que tienen una estrecha relación con la verdad, es difícil tocarle la puerta y pasarle de contrabando una mentira. Por más que se tongoneen haciendo justificaciones, siempre se les va a ver el bojote de la tergiversación a favor, de la evasiva tendenciosa y de la argucia argumentativa bien cuestionable. Este va a ser un seriado.

Es en ese campo de los saldos que aún hay en la historia correcta del 4F (como en la del 11A) donde puede colarse la historia incorrecta de ambos eventos. Un gran espacio para la fabulación y la novela. Para llenar esos espacios con las ucronías que dicten las imaginaciones y las construcciones de cualquiera frente a un ordenador y un procesador de textos. Como esta que es parte de un seriado.

Me hubiera gustado un gobierno del doctor Arturo Uslar Pietri. Un hombre que plantó el lema existencial para un país de «hay que sembrar el petróleo» y lo de «la Venezuela posible» y que con todo el bagaje de respaldo tenía toda la amplitud para no fracasar en el ejercicio de poder. Pero recuerdo también a otro venezolanocon otro respaldo similar , al doctor Rafael Caldera y valoro los resultados de sus mandatos, uno bueno y el otro no tan bueno y me limito en la emoción. En Venezuela no bastan los créditos políticos, intelectuales, académicos, familiares y personales de un presidente para garantizar los resultados de un mandato constitucional. Hay otros atributos en el todo que tienen mayor influencia a la hora de valorar los ejercicios. El siglo XX venezolano caracteriza dos figuras que se encuentran en cualquier valoración pública de la historia del país. El general Juan Vicente Gómez y el señor Rómulo Betancourt, ambos líderes de sus respectivas épocas que muy bien calzan en la calificación de caudillos y líderes que asumieron una ubicación en la opinión pública en buena parte del siglo pasado y aún se proyectan en lo que va de este. Lo que fueron políticamente esos cien años transcurridos, es el resultado de lo que hicieron y dejaron de hacer al frente de sus seguidores y en el mando, Gómez y Betancourt. El país tiene todo un trazado gomero que aún se arrastra en los suspiros por la fuerza en la vida pública de Venezuela. Igualmente, la naturaleza romulera se mantiene en el funcionamiento de los partidos políticos. Es el espíritu del caudillo y del líder que ha hecho que cada iniciativa de poder se adorne con una impronta de lopecista, de medinista, de perejimenista, de calderista, de jovitera, de carlosandresista, de chavista; colocando al hombre, al individuo, por encima de los conceptos, de los postulados, de las normas, de los valores y de los principios para regir la vida pública. La letra al detalle de todo lo que en su momento suscribió en una obra que cada cierto tiempo agarra vigor de opinión el doctor Laureano Vallenilla Lanz y su tesis del gendarme necesario. Ese elogio intelectual del buen tirano que cada ciudadano tropical se construye en el ideal del gobernante se ilustra en casi todos los gobernantes de toda la vida republicana de Venezuela y aún, con toda esta última experiencia revolucionaria, se suspira profundamente por un relevo parecido. A mí en lo personal, ya lo dije de entrada, me hubiera gustado un gobierno del doctor Uslar. No soy uslarista a la manera política, pero ante todos los tropiezos de los últimos gobiernos que ha tenido nuestro país un régimen encabezado por el hombre de la campaña de 1963 abriga toda la potencialidad de una democracia gobernada por un solo hombre, un hombre bueno y sabio dedicado a llevarle al pueblo la felicidad que necesita para sembrarle el petróleo y para exprimirle las potencialidades de todos para hacer la Venezuela posible. El verdadero César democrático de Laureano Vallenilla Lanz.

En el doctor Arturo Uslar Pietri se encarnaba esa figura del caudillo. Esa que enterró definitivamente el general Juan Vicente Gómez en la batalla de Ciudad Bolívar en 1903 y que dominó después bajo su régimen, a lo largo de 27 años y se extendió militarmente hasta la fecha. Y que corrió paralela políticamente, también hasta hoy con Rómulo Betancourt. En Uslar se funden con mucha inteligencia ambas caracterizaciones. Sin la necesidad de montarse en una mula, calzarse una bota de campaña y terciarse un máuser Arturo Uslar vivió cada fibra del castrismo y el gomecismo de la pasada centuria con mucha intensidad, y después la ejerció políticamente durante el lopecismo y el medinismo; y caminó buena parte de los cuarenta años después del 23 de enero de 1958 como senador, candidato presidencial y fundador de un partido político. ¿Fue Arturo Uslar Pietri un caudillo civil que no terminó de expresarse? ¿Los venezolanos nos perdimos la oportunidad de ser gobernados por un tirano bueno?

Es la hora de la ucronía. En algún momento antes del 4F dos generales del ejército, allegados familiar y socialmente, intercambian alguna bebida con el doctor Uslar en su amplia y surtida biblioteca. Son portadores de noticias desde los predios del quinto piso del ministerio de la defensa. El titular de la cartera de defensa en conocimiento estrecho de la conspiración ha puesto sobre la mesa algo importante que cambia todas las previsiones ya acordadas. Está estableciendo con insistencia que la provisionalidad de la transición sea una junta tripartita y él debe estar allí en representación de las fuerzas armadas nacionales. El otro miembro se anunciará después de los eventos. El doctor Uslar seguirá como el candidato para encabezar la transición. En caso de fracasar el pronunciamiento militar, las circunstancias políticas y militares se encargarán de establecer las responsabilidades asumiendo el mayor control de daños posible y sin comprometer muy arriba las participaciones. No queda muy conforme el doctor Uslar con las informaciones recibidas y no se siente a gusto en esa posibilidad de compartir responsabilidades ejecutivas de un gobierno provisional. Su experiencia bibliográfica volcada en la novela Oficio de difuntos o en Las lanzas coloradas, y en el ejercicio público durante los gobiernos de Gómez, de López y de Medina entre 1908 y 1945, le daban un potente olfato político para rastrear los riesgos de ser encerrado entre el oportunismo y las ambiciones. El tiempo le proporcionó la razón.

Voy a repetirlo para quienes hayan perdido la punta del hilo que originó el texto: es la versión incorrecta del 4F. Y cada uno es libre de creerla o no. Vienen otras versiones.

 

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