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Crece el sufrimiento y también la indiferencia del gobierno

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La venezolana es una sociedad en situación de extremo sufrimiento. Es probable que, ni siquiera en tiempos de la Guerra Federal, tantas personas, a un mismo tiempo, hayan sufrido tantos males de forma simultánea. Son tan diversos, intensos y reiterados los problemas del país que los esfuerzos de los medios de comunicación, de las ONG, de los reporteros ciudadanos a través de las redes sociales, de los dirigentes sociales y políticos, de los partidos políticos y de la Iglesia resultan insuficientes para documentar la gravedad y lo extendido de los padecimientos. Personas y familias están experimentando las peores realidades posibles sin que, hasta ahora, haya alguna señal de que las cosas podrían mejorar. Al contrario, todos los indicadores sugieren que viene un empeoramiento de la situación.

A lo largo de los meses, en esta columna, me he referido insistentemente a las distintas problemáticas que estamos viviendo los venezolanos. A riesgo de parecer repetitivo, es mi responsabilidad volver ahora sobre algunas cuestiones que considero esenciales.

Uno: las familias venezolanas están pasando hambre. No se alimentan de forma debida. Hay un déficit proteico cada día más acentuado. Las personas pierden peso. Cada día aumentan los casos de raquitismo. A diario mueren niños por falta de alimentos. Basta con escuchar los reportes de Susana Raffalli, para entender del modo más gráfico, la gravedad de lo que está ocurriendo.

Dos: asociado con el hambre, está el caso del apogeo de todas las enfermedades y epidemias. No hay medicamentos. No hay insumos hospitalarios. No hay lo necesario para atender a los pacientes que deben dializarse. No hay los medicamentos para VIH. Enfermarse en Venezuela es realmente un riesgo mayor. Quien no tiene muchos recursos financieros a disposición, entra en un callejón sin salida. El sistema público de salud, los ambulatorios y los hospitales públicos, están en ruinas o han desaparecido. ¿Qué queda del cacareado Barrio Adentro? Nada o casi nada.

Tres: el estado de la educación, de la que apenas se habla, porque el foco en el hambre y la enfermedad la han colocado en un segundo plano, es catastrófico. El sistema educativo público en Venezuela está destruido. Niños y jóvenes se quedan dormidos o se desmayan por falta de alimentos. Los indicadores de aprendizaje empeoran mes a mes. La situación de los docentes es de extrema precariedad. Los sueldos no alcanzan. No tienen libros ni materiales pedagógicos para trabajar. El abandono escolar está disparado. Las matrículas caen. Hay familias que retiran a sus hijos de la escuela porque no tienen cómo comprarles un par de zapatos.

Cuatro: la hiperinflación. Nada hay en Venezuela que pueda describirse como un precio bueno, barato o razonable. Todo es hipérbole, exceso, desmesura. No hay producto o servicio que no haya ingresado en la categoría de lo inalcanzable. Lo poco que se puede comprar se ofrece a precios desproporcionados, que son el resultado de una política económica fallida a lo largo de 18 años.

Cinco: la delincuencia. Sigue en auge, con expresiones cada vez peores. Pero esta delincuencia tiene signos únicos, sellos del régimen de Chávez y Maduro. Por ejemplo: existencia de bandas de secuestradores lideradas por funcionarios de los cuerpos de seguridad. Bandas de atracadores que tienen como coartada la de los colectivos. Grupos de guerrilleros del ELN y de la FARC, especialmente en los estados Zulia, Táchira y Apure, que actúan bajo la protección de uniformados venezolanos. El informe presentado por la organización InSight Crime no deja lugar a dudas: Venezuela es el país más peligroso de América Latina, lo que se combina con la más alta tasa de impunidad.

Seis: las ejecuciones extrajudiciales. Es una epidemia en crecimiento. Es prioritario poner atención a los reportes de Cofavic: casi 6.400 asesinados entre enero de 2012 y marzo de 2017. Los cuerpos policiales y militares están asesinando a personas y familias enteras. En el portal “La vida de nos”, se pueden leer 7 testimonios de mujeres cuyos hijos o esposos han sido asesinados, que revelan lo indefensos que estamos los venezolanos ante el Sebin, la PNB, la GNB y otros. La ejecución de Oscar Pérez y su grupo es solo uno de los casos ocurridos que el poder –particularmente el poder militar– pretende rodear de impunidad.

Siete: la debacle del transporte público. Disminuye el número de camionetas o de busetas en servicio por falta de repuestos y de seguridad. Hay líneas de mototaxis cuyo número de afiliados ha bajado entre 50% y 60%. Las colas y las luchas por obtener un espacio en el transporte público son cada día más largas y más cruentas. ¿Y qué decir del Metro de Caracas, con menos vagones en servicio? ¿Qué decir de un sistema subterráneo de transporte donde la policía lanza bombas lacrimógenas? ¿Qué decir de un país que cada día dispone de menos vuelos internos e internacionales, porque no hay repuestos y garantías de mantenimiento, o porque los aeropuertos no cumplen con los estándares mínimos de seguridad que exigen las autoridades aeronáuticas internacionales?

Ocho: las carestías de todo el diverso mundo necesario para vivir. No solo no hay repuestos para el transporte público, tampoco para los privados. No hay productos de aseo personal o doméstico, ni ropa, ni instrumentos de uso personal, ni materiales escolares, ni materiales de oficina, ni los productos necesarios para la práctica deportiva.

Nueve: así las cosas, crece el desempleo, las empresas cesan sus actividades, las personas renuncian a su empleo porque los salarios apenas si les permiten pagar el transporte. Las líneas de producción están paradas por falta de insumos. Las importaciones de todo han caído drásticamente. Las empresas son víctima del acoso constante de esa figura cada vez más extendida del fiscal-extorsionador.

Diez: falla la electricidad. El agua. Cada vez es más difícil conseguir gas doméstico en bombonas. La venta de combustibles no logra mantener un flujo regular. Internet o no funciona o funciona mal. No hay a quién reclamar. Hay toda una industria de cobros ilegales de parte de las cuadrillas de técnicos. Si no se les paga en efectivo, que ha desaparecido, no cumplen con su trabajo.

Once: asociado a todo lo anterior, como gran corona de los padecimientos, no se permite protestar. Se reprime, se detiene, se gasea y se enjuicia a quienes protestan. El objetivo es que el sufrimiento sea incontestable. Que ciudadanos y familias los padezcan en silencio, con cabeza gacha. O que se vayan del país, porque en eso consiste el objetivo velado del gobierno: que el desangre del país continúe. Que se ocupen los gobiernos de Colombia y de Brasil, o el resto de los países a los que miles de personas, cada día, huyen con los mínimos recursos a su disposición.

¿Acaso he terminado de listar los sufrimientos venezolanos? No. Podrían escribirse páginas y más páginas con los hechos de corrupción, el fracaso de los CLAP, la coacción del carnet de la patria, el saqueo de las empresas públicas, la quiebra física y productiva de Pdvsa, el contrabando de combustible hacia Colombia, los programas de tortura a los presos políticos, la persecución política de los opositores, la destrucción del empleo, la entrega del Esequibo, la venta del país como ocurre con el arco minero, y tantas cosas más. El horror venezolano no tiene límites. No tiene palabras con las cuales describirlo.

Pero antes de seguir –seguramente los lectores de este artículo podrían sumar más y más datos a un posible reporte de la destrucción de Venezuela– es necesario formular la pregunta más obvia: y mientras la sociedad se derrumba, mientras las personas mueren por consumir yuca amarga o se alimentan de animales que matan en los zoológicos, ¿qué hace el gobierno de Nicolás Maduro?

La respuesta: habla de felicidad y del carnaval. Emite discursos huecos y ajenos al sufrimiento de los venezolanos. No muestra la más mínima sensibilidad sobre lo que está ocurriendo en Venezuela. De su palabrerío han desaparecido palabras como hambre, epidemias, crímenes, inflación y cualquier otra que hable de lo real. En el gobierno privan tres conductas, todas expresivas de un creciente desquiciamiento: o inventan circos como el diálogo y las elecciones, o actúan como si nada estuviese ocurriendo, o simplemente no les importa, porque para eso está la FANB dirigida por Padrino López, lista para disparar sobre los ciudadanos desarmados.

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