Cortázar escribió muchas cosas raras. Al lector que echa un vistazo a las líneas de un relato breve o una novela escasa, cualquier obra del argentino podrá parecerle una insensata aventura. Si se trata de un primer acercamiento, lo normal es que abandone la lectura sin haber entendido nada.
Esto estuvo a punto de sucederle a un extranjero del norte de Europa, que pasaba unos meses de estancia en nuestro país con la intención de aprender nuestro idioma. Aquel día habíamos quedado para comer en casa y él acudió puntual, como siempre, y en esta ocasión acompañado de un librito de Cortázar, Historias de cronopios y de famas. Observé que venía nervioso y con ganas de hablar. La gente de los países escandinavos pide permiso para todo. Él pidió permiso para consultar dudas de la obra que su profesora de español le había aconsejado leer.
El hombre venía preparado con lápiz y libreta. Empezó a cuestionar en voz alta la cordura del autor. Me hizo gracia. Pero, a medida que hablaba del comportamiento extraño de los cronopios y la maniática personalidad de las famas, uno pensaba que lo que vendría a continuación tendría sentido. Sin embargo, lo siguiente que leíamos carecía de lógica, aparentemente.
En alguna página nos reímos y tuve que reconocer que sí que era un poco extraño el texto.
Mientras él hablaba disgustado por no entender el mensaje del americano, yo pensaba para mis adentros que qué bueno que hubiese lectores reincidentes tratando de descifrar una lengua extranjera. Le veía anotando observaciones a lápiz en una pequeña libreta. Admiré su esfuerzo de estudiante de idiomas y, sobre todo, su aire de lector concienzudo.
Yo, que había leído varias obras de Cortázar al azar recordaba en esta misma algunas coincidencias con la personalidad soñadora de los cronopios. Supongo que habrá adivinado qué libro del argentino tengo en las manos ahora mismo. Algunos lectores no tenemos remedio.
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