I
Por cada enfermo hay una familia enferma. Pero cuando es un niño, se enferma la familia y se enferma el entorno. No he conocido a padre que haya sido capaz de enfrentar las tareas de su trabajo si tiene un hijo enfermo.
No me es ajena la tragedia que viven los padres de bebés que sufren de insuficiencia renal (incluyo a las madres, pero no sufro de ese horrible defecto de andar machacando el lenguaje como han querido imponernos los chavistas). Las máquinas de diálisis del hospital de niños no funcionan. Entonces recuerdo la carita de mi hija cuando se enfermaba y se me llena el corazón de llanto.
Lloro por cada uno de los niños de esta tierra que no tienen posibilidades de vivir, mucho menos de crecer. Sin alimentos ni vacunas. No hay niño sano en este pueblo. Están contagiados de la peor plaga que ha caído en esta tierra de gracia.
II
Como bien lo recoge el trabajo del portal Efecto Cocuyo, de la mano de mi muy apreciado Edgar López, las víctimas de la violencia no son solo los que mueren a balazos. Las víctimas son especialmente los que quedan vivos. Las viudas, los viudos, los huérfanos. Viejos desvalidos porque se les va el único hijo que les conseguía el sustento. Niños que no conocerán lo que es el abrazo de una madre, porque a veces no tienen ni abuelos. Mujeres que tendrán que pelear con una circunstancia que les impuso un malandro que anda y andará suelto.
Aquí nadie paga sus culpas, aquí nadie enmienda su error. Aquí hay una inmensa fábrica de malhechores. Odio decirlo, pero a veces siento que son más que nosotros, los que empecinadamente insistimos en ser buenos.
Es que la maldad se esparce como una gran nube negra. No se trata de la maldad de Mordor (perdónenme la referencia nerd a El señor de los anillos), se trata de algo de este mundo, un grupo de resentidos sociópatas que tomaron el control hace 20 años. Donde ellos ponen el pie, todo muere, nada permanece. Son peor que un cáncer.
III
Desamparados andamos ensimismados en la tarea de sobrevivir. Deambulamos por la calle sacando cuentas en nuestras cabezas, cuántos pedazos de pollo me quedan, cuántos tobos de agua me quedan, cuántas papas.
Andamos desvalidos rebuscando y juntando dinero para comprar la pastilla para la presión arterial, lo que nos enferma aún más. No tenemos línea de teléfono, estamos incomunicados. No tenemos efectivo para pagar el autobús.
En cada uno de nosotros hay una víctima, pero uno solo es el victimario. Un asesino en serie, un depredador de los más despiadados. Es la peste del siglo XXI: el chavismo.