En La familia, Gustavo Rondón consigue filmar una película digna, perdurable, consistente, dolorosa pero a la vez optimista. Un balance difícil de lograr en una ópera prima.
El realizador estudió Comunicación Social en la UCV. Forma parte de una de las últimas generaciones doradas de la escuela.
En su misma promoción figuran talentos como Jonathan Jakubowicz, Rafael Velázquez, Onechot y Natalia Machado. Hablamos de una generación de artistas comprometidos y excelsos (algunos de la diáspora).
Otros viven entre el país y el contexto internacional, poniendo en alto la cultura de Venezuela.
Si Dudamel es producto del Sistema, me atrevo a pensar que Gustavo Rondón y sus colegas son fruto del esfuerzo de profesores y académicos de la casa que vence a las sombras.
Desde las aulas de la Universidad Central de Venezuela pude constatar el interés de Gustavo por narrar las vivencias de su entorno a través del lenguaje del cine, desde el campo de la ficción hasta el documental.
Rondón incursionó con éxito en el reality show de TNT Proyecto 48 horas y desde ahí se probó en el mundo del cortometraje. Después realizaría Nostalgia y participaría en innumerables filmes en calidad de editor, productor y camarógrafo.
Gustavo pertenece a un tanque de creativos para los que ningún oficio audiovisual les resulta ajeno. Un día pulen un guion. Al siguiente tienen los conocimientos para conceptualizar la fotografía del trabajo de un amigo. En el autor se sintetizan los valores de la inteligencia multitasking de nuestro días.
Descubrí conmovido su primer largo en el Festival de Mérida, donde obtuvo varios reconocimientos del jurado. Fue una película apreciada por el público, a pesar de las circunstancias que rodearon su debut en el estado andino.
La suerte del sonido no la acompañó. Un problema que Gustavo Rondón reclamó, con toda razón, al recibir uno de sus galardones en el certamen. Un festival es, ante todo, sus películas y por tanto deben ser protegidas y exhibidas en las mejores condiciones.
De cualquier manera, la adversidad no mitigó el impacto de La familia en nuestra memoria. Guardo recuerdos muy vívidos de los planos sutiles y descarnados de la pieza.
Me impresiona su argumento edípico de un niño que abrevia una república que se sume en una espiral de tragedia, por el abandono y la ausencia de referentes.
El padre intenta corregir las faltas del chico, asumiendo el costo de los errores cometidos por el inmaduro adolescente, quien mata a un pequeño delincuente del barrio en defensa propia.
El relato toma el conflicto como detonante para ofrecer un retrato naturalista del momento, impregnado de una sensibilidad austera y minimalista en su confección argumental.
El acabado plástico dialoga con la tradición de Clemente de la Cerda, Chalbaud, Walerstein y la Mariana Rondón de Pelo malo, sumando influencias de creadores contemporáneos de Europa y América Latina.
Se percibe la inspiración chilena, argentina y mexicana en la construcción de las pausas de montaje, en el desarrollo de personajes, en la aproximación al drama de los protagonistas.
Por ello el filme encuentra un espacio de propulsión en Cannes y en el resto de las competencias de cine de autor. Ahí ha cosechado una lista generosa de diplomas y de críticas elogiosas.
La cinta expresa la melancolía que padecen hoy los caraqueños, que sufren por la violencia, por la inseguridad, por la escasez y por el desempleo. No hace de la miseria un tema lastimoso, gratuito y sensacionalista.
Sencillamente la película reinterpreta una realidad que existe, borrándole los estereotipos de la escritura pornográfica y vampírica. Así, viajamos con los caracteres al fondo de las diferencias que nos separan y de las incomunicaciones que aquejan a la mayoría.
La mirada de Rondón se crece al mostrar cómo nos hemos devorado, canibalizado, distanciado y depauperado.
La gente de la calle se engaña, cobrando cifras que se inventan y que se determinan al instante, a consecuencia de la hostilidad de una economía a la deriva.
La corrupción se ha normalizado en todas las esferas. De ahí el título de la obra. Es La familia venezolana la que ha caído presa de un régimen de trampas, estafas y rutinas deshumanizadas. Algunas de las poderosas alegorías de la trama se resumen en una fiesta absurda que ensancha las grietas.
El socialismo amplió las brechas entre ricos y pobres.
La familia ha dejado de ser un núcleo sano para devenir en un foco de castración, frustración, complicidad y fiasco moral.
La película rehúye de concesiones en su idea de erigirse en pintura de una educación paradójica que produce fricciones, aislamientos, resentimientos y huidas.
Al final, tras el desencuentro y el pánico, La familia atesora una luz de esperanza para sus apesadumbrados antihéroes. Luego del repentino éxodo, que es el del país, las víctimas de un decorado macabro culminan la odisea, su particular road movie, llegando a un destino que quizás sea el nuestro o al menos el que deseamos para cualquier coterráneo. Merecemos estar en paz bajo un techo que elaboramos con nuestras propias manos, que no nos regaló un papá Estado.
Un acierto y una declaración de principios del cine venezolano de 2018 que nos tiene tan emocionados y entusiasmados. Que estábamos esperando. Que pensamos que es nuestra new wave.
Le brindamos respaldo al cine que nos respeta y que nos invita a soñar con un futuro.