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La confiscación de Copei

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Copei ha sido, es y deseo siga siendo nuestro partido para participar en la vida política de Venezuela. A él llegamos en nuestros tiempos de estudiante, movidos por nuestra formación en la juventud católica, donde tomamos las primeras lecciones de los valores y principios del humanismo cristiano. Iniciamos nuestra militancia en las filas de la Juventud Revolucionaria Copeyana (JRC). Ahí continuamos nuestro proceso formativo, estudiamos con mayor detenimiento nuestra doctrina e ideología; y aprendimos a admirar a nuestros líderes fundadores, encabezados por Rafael Caldera, José Antonio Pérez Díaz, Lorenzo Fernández y Luis Herrera Campins, para solo citar a los más conocidos.

Junto a ellos, a toda una pléyade de líderes y personalidades que han sido orgullo de nuestra institución, en más de 72 años de servicio a Venezuela.

El país conoce la historia de nuestro partido, sus grandes aportes al desarrollo, así como a la cultura civilista y democrática de la nación. También conoce los errores, conflictos y dificultades vividos en tantos años de historia.

Hoy debo decir con pesar que nuestro histórico partido ha sido confiscado por la dictadura comunista presidida por Nicolás Maduro.

Utilizando el control político que la cúpula roja tiene sobre los poderes del Estado se nos ha privado a los dirigentes y militantes de la democracia cristiana venezolana del derecho de decidir el destino de nuestra institución, y las políticas que la voluntad mayoritaria de sus integrantes podamos asumir.

Tal usurpación ha tenido su origen en desencuentros no resueltos satisfactoriamente, en los órganos internos, entre directivos de nuestra organización que les llevaron a dirimirlas en los tribunales del régimen. Le entregaron en bandeja de plata a los perversos laboratorios políticos de la dictadura el destino de nuestra organización, hasta llegar a la última sentencia exprés de la Sala Constitucional, en la cual otorgan la facultad de postular con la tradicional tarjeta verde a un directivo distinto al que los estatutos establecen, con el agravante de que el máximo tribunal asume tal decisión, teniendo como base un acto forjado, con la firma falsificada de una directiva, que supuestamente le autorizaba a tamaño desafuero.

Es decir, el secuestro de la tarjeta verde se ha producido con la comisión de delitos claramente tipificados en el ordenamiento jurídico de nuestro país.

Quienes han ofrecido su concurso para usurpar la tarjeta verde, nuestro nombre y nuestros símbolos para hacerle el juego a la dictadura, utilizando como pretexto que es menester participar en el proceso a todo riesgo, lo han hecho al margen de la voluntad mayoritaria del partido.

Es importante destacar que ningún órgano establecido en los estatutos copeyanos ni nuestras bases militantes fueron consultadas, mucho menos resolvieron inscribir candidatura alguna a la Presidencia de la República, ni de ciudadano alguno a los cuerpos deliberantes.

Es la primera vez en la historia del partido social cristiano Copei que una sola persona decide por su cuenta y riesgo seleccionar un candidato presidencial y expresar sin rubor: “Yo he decidido” esa candidatura.

A lo largo de su historia, el partido había aplicado diversos escenarios institucionales para seleccionar su abanderado presidencial: convenciones nacionales, congresos presidenciales, elecciones primarias, consejos federales.

Jamás un “dirigente”, si se le pudiese calificar como dirigente, se había atrevido a utilizar su autoridad o facultad para inscribir unilateralmente una candidatura. Ahora ha ocurrido, y lo han realizado al margen de toda legalidad y de toda legitimidad. Lo han hecho cometiendo un grave delito contra la fe pública. Quienes hoy están postulados con la tarjeta verde están usufructuando un bien (la tarjeta verde) proveniente de un delito.

De modo que, más allá de la conveniencia o no de participar en un proceso electoral –sobre lo cual he venido escribiendo en varios de mis artículos anteriores–, aquí está planteado un tema que evidencia la forma inmoral como el régimen interviene en la vida de los partidos políticos de la oposición venezolana para restarles fuerza y protagonismo. Han recurrido a todos los mecanismos posibles y han afectado a casi todas las organizaciones.

Han cercado económica y políticamente a todos partidos de la oposición. Han perseguido a dirigentes de todas las organizaciones, asesinándolos, lesionándolos, encarcelándolos, inhabilitándolos, lanzándolos al exilio, confiscándoles sus bienes, hostigándolos política y económicamente.

Han comprado “actores políticos”, diputados, activistas de casi todos los partidos. Han ilegalizado partidos.

A Copei lo han confiscado y han nombrado a un agente mercenario para que administre su tarjeta. Uno de esos sibilinos personajes que a base de adulación y trapacerías lograron en un momento dado colarse en nuestros cuadros directivos, para desde allí prestarse a tan innoble tarea.

No debemos asombrarnos, ni extrañarnos por tales comportamientos. Forman parte de la historia de la humanidad.

Los recientes eventos de la Semana Santa nos permiten recordar a varios de estos prototipos de personajes. En nuestra historia se repiten. Un judas Iscariote que vende a su maestro por cuatro monedas. Un Pilatos que se lava las manos ante el crimen. Son comportamientos que ha presenciado la humanidad, y que hemos vivido y padecido en esta historia de la familia social cristiana de Venezuela.

La dictadura ha podido “controlar” la tarjeta de Copei y conseguir algunos Judas, con los cuales armar la escena de una caricatura de campaña y de proceso electoral, para tratar de justificar su abusiva, inconstitucional y opaca convocatoria a un plebiscito.

Conseguirán compañeros y amigos que de buena fe asumirán la idea de que están haciendo lo políticamente correcto y en consecuencia participarán en la emboscada fríamente planificada. Saltarán otros, que solo están en la política a la caza de una oportunidad económica o burocrática.

Lo que no podrá el perverso laboratorio de la manipulación comunista es confiscar nuestra historia, nuestro núcleo dirigencial de auténtica raigambre social cristiana, esparcido por todo el país.

Ese conjunto de dirigentes y militantes conscientes de que se ha obrado de mala fe, con perversa manipulación de la realidad, estamos en el deber de trabajar para preservar el patrimonio cultural, político y material de la democracia cristiana, frente a la pretensión de su destrucción por quienes promueven y ejecutan esta operación.

Más allá de cualquier matiz o diferencia en la forma o en la estrategia, como puede abordarse esta obligación política y moral, debe colocarse el compromiso de rescatar la herramienta política que significa un partido histórico como Copei.

El tiempo nos marcará la forma y los mecanismos para el necesario relanzamiento de la democracia cristiana.

Mientras el rescate o la creación del instrumento se logran, no podemos abandonar nuestra misión de luchar por el rescate de la democracia venezolana, porque ella nos traerá aparejado el rescate y la plena vigencia de los partidos políticos como herramientas de la vida política democrática.

En paralelo, debemos seguir educando en los valores y principios del humanismo cristiano. Trabajar en la actualización de nuestro proyecto histórico para la Venezuela de hoy, y avanzar en el diálogo que haga posible todos esos propósitos.

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