La desconexión entre las economías de México y Estados Unidos es quizás el rasgo marcoeconómico más significativo de los últimos dos años. No comienza con el gobierno de López Obrador, pero se agudiza y se consolida. Debe ser motivo de preocupación tanto para el futuro inmediato (asunto de este régimen) como del porvenir lejano (asunto de todos).
Si bien existen discusiones sobre la mejor manera de medir y comparar el crecimiento económico trimestre por trimestre, el hecho es que desde principios de 2018, e incluso un tiempo antes, la economía norteamericana crece bastante más que la mexicana. Esto no debiera suceder y no había sucedido. Casi 60% de la economía nacional se centra en las exportaciones o importaciones (es decir, el total del comercio exterior), y alrededor de 80% de ese total se concentra con Estados Unidos (más en las exportaciones que las importaciones). En otras palabras, casi la mitad del PIB es directamente sensible al desempeño de la economía de Estados Unidos, que nos arrastra –o nos estanca–. Las curvas mexicanas del PIB, de bienes comerciables en general, de industria y de otras actividades –minería, agricultura, etc.– seguían casi a la perfección las curvas de Estados Unidos.
Durante el primer trimestre de este año, la economía norteamericana creció 3,2%. La mexicana decreció ligeramente, si utilizamos el mismo criterio para medir ambos desempeños. Para el semestre en su totalidad, las cifras de Washington saldrán esta semana, pero si observamos los datos de creación de empleos mes a mes, es probable que el semestre arroje una expansión de por lo menos 3%. Se trata de un crecimiento elevado, para una economía madura, y en ello descansan las perspectivas de reelección de Donald Trump. Hay quienes siguen vaticinando un enfriamiento inminente, que tal vez se vislumbre ya en los números de junio, pero por ahora no ha sucedido.
Las autoridades mexicanas van a divulgar las cifras del movimiento del PIB para el segundo trimestre a fin de mes. Sin embargo, todos los datos preliminares o parciales sugieren un nuevo estancamiento: cero expansión, en el mejor de los casos. Para todo el semestre, si nos quedamos en una expansión nula, podemos darnos por bien servidos. Con el paradigma anterior, que funciona –con oscilaciones pero tendencialmente exacto– no debiera ser el caso. Algo está sucediendo.
Otros factores han contribuido al crecimiento –sin duda mediocre– de la economía mexicana durante el último cuarto de siglo. Incluyen sobre todo el consumo privado y del Estado. Pero uno de los motores fundamentales había sido la exportación, y en México ventas al exterior significa ventas a Estados Unidos, nos guste o no. Si el patrón del último semestre, y de los últimos años, se confirma, resulta obvio que ya no nos jalan como antes. O ha bajado el consumo de bienes mexicanos en Estados Unidos; o ha descendido la proporción de las exportaciones a Estados Unidos en el PIB; o el resto de la economía está creciendo tan poco que ya ni Trump ni Estados Unidos nos pueden remolcar.
Se puede tratar de un fenómeno coyuntural, o algo de más largo plazo. Seguramente los técnicos del Banco de México y de Hacienda están contemplando estos datos e indagando su significado. Ojalá López Obrador también.