El régimen violenta nuestra propia vida cotidiana con su constante asedio. Mitad malévolo, mitad incompetente, el suministro de los servicios que provee el Estado es caótico. No sabemos sobre la provisión del flujo eléctrico, el agua, la basura, la vialidad, los huecos de la calle. Somos cazadores de oportunidades. Es de oportunidad que podemos obtener la cédula de identidad, renovar la licencia de conducir, lograr cita para el pasaporte o la expedición de una partida de nacimiento.
Impotentes, decimos que son nuestros los reales que tenemos en el banco, pero no podemos disponer de efectivo alguno o, si acaso un día nos toca, cada banco decide una cantidad que ya no vale para comprar un vulgar caramelo. La mayor parte de quienes tienen la fortuna de un empleo gastan más en salir y volver a casa, sin la posibilidad de almorzar un simple perro caliente con un refresco, un panqué y un café, porque el salario no les alcanza ni para pagar el transporte público, referencia de todo el indecible deterioro.
Por si fuera poco, el régimen miente día tras día y, en nombre de la “información veraz”, goza morbosamente con una versión idílica de la realidad que nos estrangula. Tiende a desmoralizarnos radicalmente, vaciarnos de toda esperanza, en su afán de eliminar cualquier asomo de optimismo. Todo el mundo sabe que estas supuestas elecciones, no son tales, con el mismo CNE, con el mismo REP, con las mismas condiciones que le permitieron prefabricar una constituyente fraudulenta.
Entonces, la oposición que le hagamos nunca puede ser la convencional, porque no hay reglas ni juego político posible, tras el diálogo fallido de República Dominicana. Insistimos con sobradas razones en una vía democrática, pacífica y civilista, frente al régimen de fuerza, pero olvidamos que la oposición –ante todo– debe contar con una autoridad moral que parece hoy perdida. Habla de democracia y de unidad, pero no hay consenso sino competencia desleal entre ella, en su más íntimo seno, también mienten.
Para ejercer la urgente conducción moral de la oposición, capaz de guiarla en medio de la tempestad que no cesa, sus más destacados y diferentes voceros deben ser coherentes en el discurso y en la acción, pues la marcha y contramarcha nos agobia. Un día declara el abandono del cargo presidencial y al otro se entiende en un diálogo desventajoso, desacreditando a la AN; prueba con éxito su articulación con las elecciones de 2015 y la consulta popular del 16 de julio de 2017 y, luego, corre cada quien, unilateralmente, a inscribirse en los comicios regionales, municipales y presidenciales; pide el voto parlamentario con humildad y, ahora, le disgusta al diputado promedio que le preguntemos por qué carrizo no nombró a tiempo a los magistrados del TSJ o a los rectores del CNE. En resumen, gritan democracia hacia afuera y, puertas adentro, ni siquiera reúnen a sus partidos para tomar en conjunto las decisiones que el cogollito impone con exagerada soberbia.
El conductor de la oposición debe dar testimonio real de sus convicciones éticas y morales, debe ser capaz de inspirar y de orientar a la ciudadanía a la que pretende la dictadura confiscarle toda esperanza. Necesitamos con urgencia que entiendan que solo los valores y los principios nos conducirán bajo la tormenta, y no ese ingrávido y obsesivo oportunismo que exhibe la dirigencia más veleidosa y twittera que, en verdad, no nos merecemos. Vivimos una inmensa tragedia, cierto, pero también una hora histórica que exige integridad, honradez, gallardía, autenticidad. Seguimos trabajando. Venezuela no se rinde.