Toda una generación de venezolanos se pierde en la miseria, el hambre y la pobreza. El mayor daño que se le puede hacer a un país es condenar a la ciudadanía completa, por los graves problemas de alimentación y por la carencia de programas sociales efectivos que puedan atender la emergencia.
El índice de malnutrición infantil es escandaloso. La primera vez que advertimos de estos problemas, junto con Negal Morales de Acción Democrática (AD), hace ya más de un año, los periodistas se espantaron y muchos de ellos no nos creyeron. Estábamos frente al tsunami social más grave de toda la historia. Hoy, más de 90% de los hogares venezolanos no tiene como pagar la cesta básica alimentaria y frente a esa gravísima carencia, surge el problema de la malnutrición y la desnutrición infantil.
La llamada “primavera” del crecimiento y desarrollo del cerebro humano se da durante los primeros años de vida, en especial, durante el primer año. Si un niño no recibe los nutrientes necesarios, es un niño al que estamos condenando a la pobreza. Podrá hacer operaciones básicas, pero ir a la universidad o convertirse en un científico o escritor, o empresario, es prácticamente imposible.
Dejar a Venezuela sin una generación de niños bien formados nos costará una condena profunda hacia la pobreza, la miseria y el subdesarrollo. ¿Quiénes serán nuestros científicos, matemáticos, geólogos que llevarán el desarrollo de las Ciencias y la Tecnología en la Venezuela del siglo XXI? La pregunta es muy fácil y trágica de responder: Nadie.
La irresponsabilidad criminal del régimen enarbola hoy su principal pecado: no hay programa de alimentación escolar, los niños se desmayan de hambre en las escuelas y los pocos que comen lo hacen de una manera totalmente inadecuada. Más de 80% de los niños venezolanos va a la educación pública oficial y allí no existe el más mínimo esfuerzo en alimentarlos y dotarlos de los más elementales materiales.
Este daño tan oprobioso lo pagaremos muy caro. El tema está ausente no solo de la agenda de este “incalumniable” y desastroso gobierno, sino también de la agenda opositora. Es un asunto de Estado, de futuro de país que se nos va de las manos en medio de una sociedad política deprimida y sin conducción.
Hay que hacer que los niños coman, sin alimentación adecuada no hay cerebro, no hay desarrollo y menos podrá haber educación. Venezuela, con este magistral desprecio hacia nuestros niños y la educación, está convirtiendo una crisis coyuntural en una ruina permanente y difícil de superar.
Venezuela debe unirse en torno a la educación. A pesar de los esfuerzos que podamos hacer desde fundaciones y la misma Iglesia, son muy escasos frente a la gravedad del problema. Es el Estado el que debe ocuparse. Urge lanzar, cuanto antes, un programa masivo de alimentación escolar que convierta a nuestras escuelas en comedores. Para que Venezuela tenga futuro, los programas sociales deben estar anclados en la alimentación y en la escuela. El momento es ahora o nunca.
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