COLUMNISTA

El concubinato de la izquierda francesa y el islam radical

por Avatar EL NACIONAL WEB

En la esfera política francesa, una liga de intelectuales y políticos que utiliza en forma difusa las banderas del multiculturalismo, el tercermundismo y el antiimperialismo, así como el de un humanismo mal entendido, nada en esa turbia marea antidemocrática y antioccidental orquestada por movimientos fundamentalistas islámicos. Algunos promotores del tercermundismo llegan a traicionar sus propios valores al aliarse con todo aquello que atente contra Occidente y hasta contra su propio país.

Francia, que en los últimos años ha sido el blanco de cruentos atentados yihadistas, es también el escenario de una temeraria relación de la extrema izquierda con el islamismo. En el ala radical de la izquierda, organizaciones entre las que destacan: la France Insoumise, Lutte Ouvrière, Attac, EELV, La Fédération Anarchiste, Action Antifasciste y el Nuevo Partido Anticapitalista, a las que se suman ONG como el Collectif Contre l’Islamophobie en France, Lallab, entre muchas otras, son vehementes defensoras del islam en Francia. Dichos movimientos proclaman luchar contra la “islamofobia”, pero se sospecha que son utilizados como “cabezas de playa” para la penetración del islamismo radical o para excusar a los musulmanes no radicales por su falta de cooperación contra este flagelo, al tolerar a los que propagan la yihad en sus comunidades o asisten a sus mezquitas.

Pese a que en 2014 los Emiratos Árabes Unidos designaron a la Union des Organisations Islamiques de France como una organización terrorista emanada de los Hermanos Musulmanes (matriz de Al-Qaeda), esta sigue operando normalmente en el país, teniendo bajo su administración las mezquitas en suelo francés.

En relación con la ONG Lallab, esta fue fundada en 2016, en los últimos meses del gobierno socialista; fue subvencionada por las agencias del Estado y se le permitió el acceso a los liceos, lo que motivó a la ex diputada Celine Pina a formular una seria denuncia: “Lallab es un laboratorio de islamismo cuyas ideas son incompatibles con la República francesa, pues forma parte de esas asociaciones que aparentan ser fachadas respetables cuando en realidad sirven para la propagación de su ideología oscurantista y mortífera, muy próximas a los Hermanos Musulmanes. (…) Todo esto nos hace cuestionar la penetración de los enemigos de nuestra República en el más alto nivel de influencia y nos da derecho a responsabilizar a nuestros políticos, como también a señalar que algunos idiotas útiles se están transformando cada vez más en traidores activos”. (Celine Pina, “L’État doit dénoncer clairement l’association Lallab, laboratoire de l’islamisme”, Le Figaro, 23 de agosto de 2017).

Los que no piensen como los extremistas de izquierda son unos “fascistas”, “ultraderechistas”, “racistas”, “islamofóbicos”. Son los mismos que se rasgaron las vestiduras contra la prohibición del velo integral en Francia, pero son incapaces de pronunciarse contra el reclutamiento y la utilización de “niños bombas” por Hezbollah o de civiles como escudos humanos por Hamas en Gaza mientras lanzan misiles sobre Israel, amén de guardar un silencio cómplice ante los ataques terroristas en su propio país.

Pierre Vermeren, historiador de la descolonización de Argelia, escribe sobre la política del avestruz de los dirigentes franceses: “El caso francés, después de los atentados de Mehra en marzo de 2012, ilustra la exitosa estrategia de los terroristas: islamización y conversión, radicalización religiosa previa al paso a la acción, banalización del crimen y del horror, frivolidad de la élites mediáticas y de los notables, compasión y cultura de la excusa de parte de sociólogos mediatizados, cobardía de la élites políticas” (“Face au terrorisme, il faut arrêter la politique de l’autruche”, Le Figaro, 20 de agosto de 2017).

Aun después de los atentados de Mohamed Mehra en Toulouse (joven francés de la tercera generación de musulmanes de origen argelino que mató a dos militares, para después penetrar en un kinder judío y asesinar a tiros en la cabeza a uno por uno de los niños durante el recreo mientras exclamaba Allāh-akbar), el presidente Hollande no habló de “terrorismo islámico”, para no herir la sensibilidad de los votantes musulmanes que en su gran mayoría apoyan al Partido Socialista francés.

Por otra parte, ha sido notable el debilitamiento de las leyes durante el reciente quinquenio socialista, modificando u obviando las que penalizaban con expulsión del país a aquellos extranjeros que cometieran delitos. Como ejemplo de este despropósito está el perpetrador del ataque terrorista en Niza el año pasado, que mató a 85 personas e hirió a 303, de nombre Mohamed Bouhiel, un emigrante tunecino portador de un permiso temporal de residencia en Francia, reseñado por la policía y juzgado por haber cometido delitos violentos en los años anteriores al atentado.

Otro caso patético de la debilidad jurídica contra el islamismo radical es el del yihadista de 19 años de edad Adel Kermiche, procesado en Francia por el “delito de asociación terrorista” a su regreso de un intento por integrarse al ISIS en Siria. El juez lo dejó en libertad condicional en su residencia con un horario restringido de 8:30 am a 12:30 pm, controlado con una pulsera electrónica. Una mañana salió de su casa, se dirigió a la iglesia de Saint-Etienne-du-Rouvray, degolló al sacerdote en plena misa y tomó como rehén a una mujer que asistía al oficio.

Esa actitud venial ha sido siempre el reflejo del masoquismo político en relación con el tercer mundo, como bien lo define Pascal Bruckner: “Un tercer mundo espontáneo, sentimental, inocente y justo; un Occidente rapaz, materialista y cruel; sobre esa antítesis primaria y ambivalente la izquierda europea ha construido una corriente de pensamiento que se ha convertido en una ortopedia de la conciencia. Viven y proyectan una culpabilidad que hace de sus seguidores unos militantes de la expiación” (Le Sanglot de l’homme blanc. Tiers-Monde, culpabilité, haine de soi, 2002).

Después de la caída del Muro de Berlín y el alejamiento del proletariado obrero de las causas socialistas en el mundo, la izquierda ha visto en el islam la religión de los pobres, los marginados, los explotados. Los islamistas son los “nuevos condenados de la Tierra”, con quienes expiarán su pesada carga de culpa colonialista.

Para Bruckner, “un pensamiento de izquierda, huérfano de ideales, ha encontrado en el islam un sustituto a la idea del ‘proletariado’ y un ‘modelo revolucionario’. Pero además, el carácter antioccidental del islam les procura el aura de una religión del tercer mundo” (Un racisme imaginaire, 2017).

El odio a Israel y el apoyo a la causa palestina dirigida por los terroristas de Hamas se han convertido en símbolo de la nueva “lucha de liberación”.

Si los dirigentes franceses continúan con su política del avestruz, mientras proliferan los idiotas útiles transformados en colaboracionistas, el odio, la violencia y la exclusión del islamismo radical se impondrán en la cuna de la igualdad, de la libertad y de la fraternidad.

edgar.cherubini@gmail.com