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Con rabia no se celebra y menos con angustia indignante

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Llegó y pasó el martes Primero de Mayo de 2018, pero no “sin pena ni gloria”, sin lágrimas, los trabajadores venezolanos son cualquier cosa pero no llorones, sin amenazas porque nuestro pueblo piensa, analiza, concluye –después de haber comprobado que fue víctima de engaños, el nocivo y maldito populismo socialista de siempre más retorcido y trompetero por el castro comunismo–, la salida no está en amenazar sino en actuar.

Así llegó y transcurrió este Primero de Mayo, sin fiesta ni celebración laboral, con escasez de agua, poca electricidad, sin confianza en las autoridades policiales, militares y de justicia, sin esperanzas de mejoría. Los trabajadores pueden ser callados y esforzados, pero no estúpidos. 

Están en la calle, cada uno de ellos y sus familias todos los días caminando, preguntando, buscando alimentos y medicinas, incluso dinero en efectivo para algo tan simple como el transporte, en la Venezuela de Maduro y su banda tan difícil, al punto de que hay que pagarles a los usureros el doble de lo necesitado para recibir billetes, cancelar el autobús y el carrito por puesto.

Conocen también la realidad e incapacidad del chavismo y el madurismo para resolver los problemas que causaron y siguen ocasionando. Y aún peor, han comprobado que en el gobierno no hay voluntad ni capacidad y tampoco interés en solucionar porque tienen y siguen la estrategia castrista, de la ruina como ventaja para el régimen.

Lo dijo ya en una oportunidad el más conocido –y fastidiosísimo de leer– impulsador del marxismo, Karl Marx, quien sentenció la cruel ignominia: el pueblo hambreado, dedicado a buscar comida, no tiene tiempo de pensar.

Es sencillo cavilar así, pero también es bueno recordarle a la ciudadanía venezolana, al gobierno y a los ¿ideólogos? chavistas maduristas, que si bien los trabajadores son parte del pueblo, no son todo el pueblo, son un grupo socioeconómico en particular.

El recurso humano venezolano tiene tradición sindicalista, organizativa, formativa, desde antes incluso de los partidos del siglo XX. Previo que Acción Democrática, Unión Revolucionaria Democrática y el Partido Comunista se organizaran como instituciones, ya la clase obrera tenía sindicatos, hasta habían organizado y ejecutado la primera huelga petrolera de la historia, que duró 47 días y cambió la tradición laboral de Venezuela.

Son los trabajadores el sector sobre el cual el chavismo de hace 19 años cayó con furor, enredó, combinó, especialmente mintió y consiguió formar parte importante del movimiento obrero con promesas que sonaban estupendas y maravillosas que enviciaban melosas; por ejemplo, pondrían las empresas en manos de ellos.

El mismo estilo de adulterar y de no tener capacidad para ejecutar nada, que mantiene el madurismo, ha ido convenciendo a los afanosos obreros de que fueron burlados y manipulados. Ellos conocen cuándo y cómo una gerencia es eficiente, están al tanto de las realidades empresariales en las cuales trabajan. Han observado por años cómo las grandes compañías del Estado en vez de mejorar o siquiera sostenerse, empeoran a la casi desaparición de la industria metalúrgica en Guayana, y la caída que parece no parar de la que hasta la llegada del chavismo fue ejemplo del mundo, la gran firma petrolera venezolana hoy grande solo en deterioro y deudas.

El personal ha visto demasiadas compañías e iniciativas privadas y públicas –estatizadas y expropiadas sin pagos compensatorios como ordena la ley– de todos los tamaños, irse desmejorando día tras día, enredadas entre controles exagerados, a tontas y locas, regulaciones de precios, carencia de insumos, mala gerencia cuando los encargados, directores y administradores son cambiados por nombrados a dedo, politiqueros, adulantes y ladrones, pero no eficientes. Un mal genera otro, la pavosísima cadena madurista ha llevado a la hiperinflación, con la cual el bolívar vale menos o nada y los productos más y así sucesivamente. 

Todo eso lo ven y lo comprueban en sus sitios de labores –si se trata de alguna de las empresas que han logrado sobrevivir–, con sus familiares y en las calles, no son ciegos ni sordos. Tampoco mudos.

Por todo eso para los trabajadores este Primero de Mayo triste, aburrido, pegostoso no fue sorpresa. Sabían que el régimen montaría su show acostumbrado y repetido, autobuses de todos los niveles de gobierno y empleados públicos obligados a la asistencia, amenazados de represalias, estaban al corriente de que el presidente anunciaría con bombos y platillos ostentosos aumentos que con dificultad sirven para comprar uno o dos huevos, la pompa de Maduro solo demuestra que el bolívar no vale nada y que los problemas de verdad no están resueltos, sino que seguirán empeorando.

Este Primero de Mayo no cambió nada, la ansiedad y zozobra sigue y crece. Y no es solo intranquilidad y desasosiego por falta de dinero, medicina o comida. Es la angustia de la indignación.

Tal vez por eso quieren y continúan manifestándose a diario, por iniciativa propia, sin autobuses gobierneros, sin aumentos embaucadores, para expresar su rechazo a la tragedia con la cual les han arruinado la vida, la familia y los sueños.

Del martes de paciencia al martes de rebeldía.

@ArmandoMartini

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