COLUMNISTA

Con cada emigrante, Venezuela se empobrece más

por Miguel Henrique Otero Miguel Henrique Otero

En 1917, justo por estos días, se inició en Rusia el fenómeno conocido como la “emigración blanca”, que se prolongó hasta 1922, aproximadamente. Entre 2 millones y 3 millones de personas huyeron del comunismo, en tiempos cuando viajar era difícil, costoso y extenuante. Esa emigración blanca incluyó a científicos, escritores, empresarios, académicos y profesionales de alto nivel que dirigían fábricas fundamentales en la economía de ese país. Se distribuyeron por Europa y Estados Unidos, mientras la Rusia comunista se empobrecía a extremos impensables.

Desde que Fidel Castro se hizo con el poder en Cuba, más de 2 millones de personas han huido de ese país. Muchos de ellos se han instalado en Estados Unidos, y se han constituido en una fuerza social y económica determinante, en lugares como el estado de Florida. Quien analice la historia de los emigrantes cubanos, de 1959 a esta fecha, constatará que el régimen ha mantenido una política de cerrar y abrir fronteras para estimular el deseo de huir. Hay una relación directa entre la estrategia de lograr que los jóvenes y ciudadanos más críticos con el régimen abandonen la isla, y el objetivo de los comunistas de mantenerse en el poder por tiempo indeterminado al costo que sea.

El empobrecimiento de Venezuela asombra no solo a los economistas del mundo, sino a los ciudadanos informados de decenas y decenas de países que no logran explicarse cómo el nuestro, famoso por sus riquezas petroleras, minerales y naturales, ha llegado a ser un país donde la mayoría de las personas sobreviven en condiciones de hambre y enfermedad, y donde el estado de la infraestructura, de los servicios hospitalarios, del parque automotor, del mantenimiento de aviones, ascensores, escaleras mecánicas, maquinarias y equipos de toda índole es cada día más precario e inexistente. Los gobiernos de Chávez y Maduro no solo causan estupor por el modo como matan, violan los derechos humanos, torturan y fabrican presos políticos, sino también por cómo, al tiempo que emplean sus energías en el narcotráfico, destruyen el sector productivo y empobrecen el país.

Uno de los factores más profundos del empobrecimiento de Venezuela lo constituyen los 2 millones de personas, especialmente jóvenes preparados y competentes, que han emigrado huyendo de la inseguridad y de la persecución política. Muchos de ellos son personas de talento demostrado e inmenso potencial. Son parte de una pérdida difícil de contabilizar. Son demasiados, a menudo dispersos en países próximos o alejados de Venezuela, distribuidos en los 5 continentes. Hasta Groenlandia fue a parar una joven venezolana que vive de dar clases de música a niños esquimales.

Una parte sobrevive en subempleos y en trabajos muy exigentes. Otros han emprendido distintas iniciativas, la mayoría de las veces exitosas. Otros se han empleado y causado asombro a sus jefes y compañeros por sus eficaces dotes profesionales. Cada uno tiene una historia personal que es, simplemente, apasionante. La cantidad de relatos ejemplares que he tenido la ocasión de escuchar, gente con una capacidad inusual de hacer frente a las dificultades, lo llevo conmigo, como un privilegio. Estoy seguro de que, en los próximos años, será mucho el periodismo, la literatura, el cine y la investigación social que pondrá su foco en el fenómeno de la migración forzada que causó el chavismo-madurismo.

Me he encontrado con jóvenes que me han dicho, de forma tajante, que no volverán. Otros, quizás una mayoría, sueñan con el día en que regresarán a sumarse a la reconstrucción de Venezuela. La cuestión fundamental que todos debemos asumir es que, sin estas personas, nuestro país hoy es más pobre. El régimen cubano ha convencido primero a Chávez y ahora a Maduro de que lo mejor es que los disidentes se vayan: eso debilita la resistencia, y el número de opositores disminuye. Nadie tiene más interés en que las emigraciones continúen que la propia dictadura.

Los venezolanos lo sabemos bien: históricamente hemos sido una nación con una larga y consolidada tradición receptora de emigrantes. En Venezuela, personas y familias de cualquier parte del planeta han encontrado un lugar en el cual vivir y establecerse. La experiencia de emigrar masivamente no la conocíamos. Ella está cargada de aprendizajes y lecciones que, posiblemente, nos resultarán útiles. Apenas se inicie la transición, el país tendrá entre sus primeros desafíos estimular el regreso de los que han huido. No solo porque se trata de personas de enormes capacidades, sino porque, durante este tiempo de exilio, son también innumerables los que han logrado ampliar y profundizar sus capacidades humanas y profesionales, los que han descubierto el profundo amor que sienten por su país.