Al igual que en la ópera Payasos –que coincidencia ¿no?– la comedia se acabó y se acerca el final para el régimen chavista que encabeza Nicolás Maduro.
Estas últimas elecciones presidenciales –más conocidas como “la gran farsa”– se ubican, sin dudas, en los tramos finales de la dictadura. Maduro hizo sus elecciones y –¡oh sorpresa!– fue reelecto. ¿Qué pretendía con ello? Ser reconocido como un presidente legítimo. Lo único que consiguió fue el reconocimiento de China, Rusia, Irán, Cuba, Nicaragua, Bolivia, Cristina Kirchner, Rafael Correa, quizás Lula desde su celda, del gobierno frenteamplista de izquierda y “progresista” de Uruguay, de Rodríguez Zapatero de tan triste papel y en el cual, bueno es recordarlo, lo acompañó un buen trecho el papa Francisco, hoy ocupado en respaldar a los dirigentes sindicales peronistas y condenar al FMI, elementos claves, supongo, en lo que tiene que ver con la Doctrina de la Fe.
En concreto, Maduro y sus cómplices no consiguieron nada.
Todos esos reconocimientos, y algún otro más, ya los tenía. ¿Por qué arriesgarse? Lo que consiguió fue confirmar que la mayoría de los venezolanos lo rechaza. Le sirvió para probar de forma fehaciente lo que casi todos sabían y que todavía algunos sospechaban, y que ahora han dejado de hacerlo.
Las propias “cifras oficiales”, con todo lo que ellas implican, lo certifican. Maduro lo que debería hacer es plantarse en el medio del escenario y como el payaso Canio, anunciar que la comedia se acabó y que se va.
Pero el telón no va a caer tan fácil. Maduro está enfermo de soberbia, afiebrado de poder y no se irá tan fácilmente. Pero aun si lo quisiera no puede hacerlo; es un preso de quienes lo respaldan, que son, junto con él, los que se han adueñado –léase robado– de una buena parte del patrimonio y las riquezas del pueblo venezolano y otra muy buena parte la han enajenado miserablemente. Cómo no va a apoyar Cuba la reelección de Maduro, si ellos han bebido tanto y por tantos años de esa fuente.
Que nadie espere grandezas. El régimen –no se sabe si en el marco de la reconciliación y el diálogo– ya salió a cazar a los que no lo votaron o no fueron a votar, no menos de 65% de la población, y paralelamente a echar diplomáticos estadounidenses. ¿Le van a declarar la guerra a Estados Unidos? ¿Y qué pasa con el resto del mundo libre que ya tiene muy claro lo que ocurre en Venezuela? Están acorralados y desenmascarados, lo que es bueno y malo a la vez. Bueno porque implica que se está cerca del final y malo por cuanto al no tener salida ni adónde irse (¿todos a Cuba? ¿Y además con las cuentas embargadas?) pueden aún hacer mucho daño al sufrido pueblo venezolano.
Mientras tanto, Daniel Ortega, desde Nicaragua, debería mirar con mucha atención el caso venezolano. Puede que él, todavía, esté en mejor posición que Maduro; con más chance para negociar su salida. Es cuestión de admitir que la cosa se le ha escapado de las manos por un lado y que se le fue la mano por el otro. La recomendación de Fidel, de que no te lleves mal con los empresarios ni con los “gringos” y no hagas elecciones la cumplió prolijamente; hizo elecciones sí, pero bien atadas. Lo que no tuvo en cuenta fue a los estudiantes; craso error, es desconocer la historia. Casi siempre empiezan los estudiantes, luego los empresarios comienzan a darse vuelta y “los gringos” son imprevisibles. Y además, a Ortega se le fue la mano en la represión; el informe de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA es muy duro e ilustrativo y quieren investigar más. Es cierto que lo que él hizo fue lo que marca la doctrina y lo que durante mucho tiempo los soviéticos hicieron y les fue bien, y lo que se aplicó y se aplica con muy buenos resultados en Cuba hasta ahora, pero a veces falla. Y parece que es lo que está pasando en Nicaragua.
Para Ortega también “la commedia è finita”, aunque aún puede negociar. Puede que lo máximo sea negociar “su ida”, como le han dicho los estudiantes, pero quizás eso no sea tan poco. Maduro parecería que no tiene ni siquiera esa chance.