En la película A Quite Place el uso del silencio se justifica por la presencia de unas criaturas ciegas que utilizan el sentido de la audición para cazar a sus presas humanas.
El filme explota su truco técnico y conceptual, con rigor y sensibilidad, desde el principio hasta el final.
Puede presentirse una clara influencia del cine de bajo presupuesto del maestro del suspenso, aludiendo a los capítulos de la serie de televisión Alfred Hitchcock presents, sin abandonar el algoritmo de la afamada saga pulp Historias asombrosas.
Cualquier espectador descubrirá conexiones con las cintas sobre cautividad de Night Shamalayan, con la franquicia Cloverfield y con el trabajo de depuración de Fede Álvarez, No respires.
A su vez, el diseño digital de los monstruos del filme, los que atacan a la familia que estelariza el plot, retoma la plantilla de producción de los aliens comegente de Ridley Scott.
Los mutantes acechan y asesinan, como máquinas de destrucción masiva que condenan al mundo a un futuro de distopía, darwinismo y aislamiento.
Los arquetipos habitan espacios que dialogan con nuestro subconsciente.
Las locaciones son no lugares de los géneros intranquilos que pasaron de la periferia al centro de operaciones de la industria.
En los primeros minutos, la cámara se ubica en un supermercado abandonado de un pueblito fantasma que es una réplica de Silent Hill y de tantos otros referentes polvorientos del lejano oeste que colonizó la estética zombie de los videojuegos.
La fotografía brinda un paseo, un viaje de parque temático por los sets de innumerables títulos. El bosque peligroso, encantado y misterioso puede concentrar las amenazantes imágenes de naturalezas muertas que vimos en El proyecto de la bruja Blair.
Las almas en pena deambulan por el clásico puente de los dilemas y las fracturas de adaptaciones de Stephen King del tenor metafísico de Cuenta conmigo.
El padre celebra con su hijo un momento de descompresión, en medio de la rutina de sustos y persecuciones, bajo las caídas y los rápidos de un río poco caudaloso, al que van para pescar y aprovechar el camuflaje del llamado “ruido blanco”. Luego, las víctimas del decorado regresan a su rueda del aprisionamiento hogareño, evocando los perfiles naranjas y verdes de las malas tierras de Terrence Malick.
La secuencia principal remite, no por casualidad, a la escena climática de La guerra de los mundos. Aquella en la que el marciano viola la privacidad de la morada capital de la obra.
A Quite Place juega a ser una versión no oficial de la novela de ciencia ficción de H. G. Wells, así como de múltiples fuentes de origen. Ahí residen su virtud y su punto álgido de debate en red.
Los críticos aseguran que en el rollo metalinguístico y efectista de la pieza no hay mayor originalidad expresiva. Los periodistas del área tampoco le encuentran gracia al cuento y a la fábula moral del golden boy de Hollywood.
Yo, por el contrario, pienso que el collage de John Krasinsky es menos obvio y superficial de lo que aparenta.
Concluyo con su completa reivindicación en el desvelamiento de sus tres huevos de pascuas.
A Quite Place refleja el estereotipo de un planeta enmudecido por la repetición de sus signos agotados. El lenguaje del autor no es directo o excesivamente literal.
De modo que establece un código poético que ofrece un mosaico de interpretaciones políticas. Así que contemplamos una metáfora de la Norteamérica profunda y un espejo de la Venezuela sumida en el caos de la inseguridad, la paranoia, la claustrofobia, la represión, la autocensura, la supervivencia y la necesidad de resistir.
Por último, el director comparte una idea estimulante en su propuesta audiovisual.
Considero que los personajes simbolizan a un cine modesto y artesanal, casi indie, que resiente los embates de los insaciables espectros que asolan las pantallas, desde las plataformas del CGI.
Por eso la película recupera el silencio como argumento y pretexto de combate, frente a un cúmulo informe de bestias insaciables.
Finalmente, atisbamos el asunto de la representación de la alteridad y del feminismo En ambos casos vuelven los clichés de la xenofobia y de la justificación de la mujer en la labor doméstica y la concepción. Solo que después todo se equilibra y los roles se transmutan.
Extrañaré A Quite Place cuando me toque pillar la típica película hipster y festivalera que echa mano del silencio de manera gratuita y arbitraria.
Algo que Krasinski problematiza en su filme.
Qué contraste con las momias y los falsos muchachos callados de los cortometrajes solemnes de nuestro país.
Lo que sí cuestiono es que A Quite Place suavice su arriesgada propuesta sonora, al contaminar su mutismo con audios y tonadas extradiegéticas, que se le añaden en posproducción. Me resulta una incongruencia que la emparenta con El artista.
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