Cuando el predecesor de Maduro inicio su primer «gobierno», a principios de 1999, Venezuela se abastecía plenamente de energía eléctrica, exportaba a Colombia y concluían los trabajos de conexión para exportar al norte del Brasil. En 1998, el entonces presidente Caldera inauguró la Central Hidroeléctrica Macagua II, en Ciudad Guayana y la bautizó «23 de Enero». Así mismo, dejó avanzadas las obras de otra central hidroeléctrica, Caruachi.
A pesar de los años de crisis a finales del siglo XX, el país contaba con uno de los sistemas eléctricos más importantes y desarrollados de América Latina. La empresa privada capitalina, Electricidad de Caracas, tenía una categoría mundial. Edelca, la empresa pública que administraba el sistema hidroeléctrico de Guayana, comenzando por Guri, era una entidad profesional y reconocida internacionalmente.
Todo ello empezó a deteriorarse desde el propio año 1999. Poco a poco, sin notarse mucho en los primeros tiempos. Luego la crisis implosionó en los años 2008 y 2009, con apagones nacionales, y apagones regionales y locales que se hicieron cada vez más frecuentes. Además, se hicieron negociados millardarios en dólares para dizque «recuperar» el sistema eléctrico. Y esa llamada «recuperación» fue un burla grotesca a los venezolanos, tal y como se está apreciando hoy con el colapso del sistema. Seamos francos: el colapso empezó a configurarse hace bastantes años, pero en el presente ha llegado a un nivel definitivo.
La hegemonía roja acabó con el sistema eléctrico nacional, al igual que acabó con Pdvsa, con la economía productiva, con la democracia, y con todo lo que se le pusiera por delante. Su afán depredador no tiene precedente ni referente, y su afán despótico significa que han desecho lo que han querido, con alguna habilidad ciertamente, porque siempre se han jactado de que la Venezuela del siglo XXI era una democracia participativa y protagónica, y mucha gente, dentro y fuera del país, se comió ese cuento, unos de buena fe y otros con toda la mala intención posible.
Los planes de desarrollo de las represas del Alto Caroní fueron botados al cesto de la basura. Los procesos de privatización de empresas eléctricas regionales y locales fueron revertidos. Y las empresas privadas que funcionaban muy bien, en Caracas, Valencia y otras ciudades, fueron estatizadas y transmutadas en chatarra. Suena fuerte pero es así. Se negociaron millardos de dólares, repito, en la supuesta adquisición de pequeñas plantas de gasoil, que lo único que produjeron fue otro racimo de boliburgueses y bolichicos, y las pocas plantas que fueron instaladas, ya tampoco operan. Un daño irreparable para el patrimonio público y para el servicio eléctrico venezolano.
Nada de esto tiene un ápice de exageración. Al contrario. En estas breves líneas solo cabe lo esencial, pero la tragedia que ha destruido el sistema eléctrico de Venezuela tiene muchas otras aristas que no deben pasar inadvertidas. Los expertos en la materia que venían alertando desde hace bastantes años, tendrán la autoridad para explicar todos los aspectos técnicos de esta tragedia destructiva. Sí, en Venezuela colapsó el sistema eléctrico. Pero más allá, está colapsando el propio país en su conjunto, y nada de esto se detendrá hasta que no se supere la hegemonía roja.
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